Mujeres 2009

Desde 1975, el 8 de marzo se conmemora en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, a veces llamado «De la Mujer Trabajadora». Por lo menos en las palabras, todas las naciones han hecho suya la lucha más que bicentenaria de las mujeres por la igualdad, que en la mayoría de sus estados miembros de la ONU es aún una asignatura más que pendiente: en muchos países, ni figura en el programa. De todos modos, en 1975 el día fue proclamado por las Naciones Unidas. Cada año, la ONU fija un lema para ese día. El del 2009 fue: «Mujeres y hombres unidos para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas».

En efecto, las mujeres -biológicamente más débiles y socialmente más sometidas- son las víctimas propiciatorias de la violencia, pero la gran mayoría de los actos de violencia de género y las violaciones ocurre en el seno de las familias. En las familias pobres, las mujeres y los niños son con frecuencia los únicos seres que un hombre sometido encuentra debajo suyo en la escala social y les hace sentir su poder mediante la violencia. Pero la violencia familiar no sólo ocurre en familias pobres. Sorprende la frecuencia con que se denuncian actos violentos en la clase media; lo que pasa más arriba no suele llegar a los medios.

La versión más corriente sobre el origen de la fecha del 8 de marzo es el asesinato, en 1908, de un grupo de 128 obreras de una planta textil neoyorquina. Reclamaban por un aumento de su magro salario y un mejoramiento en sus feroces condiciones de trabajo, se declararon en huelga ocupando la planta y el patrón las encerró en la fábrica y la incendió. Pero, al parecer, esta versión es un mito, y la historia de la fecha se pierde en una serie de versiones contradictorias vinculadas todas con las luchas de las mujeres obreras de principios del siglo XX. La intensificación de las luchas data de las convulsionadas décadas que rodearon a la Primera Guerra Mundial y fue encabezada por mujeres militantes de las diversas variantes del socialismo.

De todos modos, la fecha es lo de menos: las mujeres de los distintos movimientos de liberación -de todas las condiciones sociales, aunque la explotación de las mujeres trabajadoras era, evidentemente, mucho más dolorosa que el que se negara el voto a las mujeres de clase alta- lucharon durante décadas y siguen haciéndolo, porque sólo en unos pocos países se puede decir que las mujeres han conquistado una verdadera igualdad.

El movimiento feminista en las clases altas británicas comenzó bastante antes: el de los «blue stockings» (medias azules, su distintivo) surgió a mediados del siglo XVIII y se limitaba al reclamo político. Durante la Revolución Francesa, cuando se proclamaron los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fueron eso: los derechos del hombre. Jean Antoine Condorcet luchó por su extensión a las mujeres y en 1793 Olimpia de Gouges pagó con su vida su propuesta de aplicar a las mujeres la proclama de «Liberté, Egalité, Fraternité». Su propuesta de incluir a las mujeres, que habían jugado un papel fundamental en el triunfo de la Revolución, fue prontamente descartada y ella, guillotinada. Sin embargo, dos siglos de luchas de muchas mujeres valientes y resueltas fueron produciendo lentamente un cambio, por lo menos en el discurso sobre la igualdad de las mujeres.

Pero en buena parte del mundo ésas son sólo buenas intenciones y la ONU está llena de países que no cumplen estas ideas ni aproximadamente. Siempre que se conmemora ese día se debe recordar que las mujeres -aun en nuestra cultura occidental, que es la más igualitaria en cuestiones de género- aún están muy lejos de lograr que una sociedad dominada desde tiempos inmemoriales por los machos de la especie reconozca en la mitad de sus congéneres a sus iguales, si bien no biológicamente, sin duda intelectual y sobre todo moral y políticamente.

Aún en nuestra sociedad -a pesar de tener una presidenta- la inferiorización de las mujeres es notoria. Conforman la inmensa mayoría de los casos de violencia en el hogar y son violadas por personajes que obtienen satisfacción sexual de la violencia y del sufrimiento ajeno y que generalmente salen impunes de sus fechorías: la opinión social predominante en la sociedad -y muchos jueces pertenecen a esa mayoría, aunque ya hay numerosas mujeres en la judicatura- sigue siendo: «Lo debe haber provocado ella», versión sexual del tristemente famoso «En algo habrá andado». Además, las demoras del proceso borran todas las huellas menos las espirituales, que no tienen valor probatorio.

Aun así estamos avanzando. Hay una ley de «discriminación positiva» que obliga a los partidos a incluir en las listas un 30% de mujeres. ¿Y por qué no el 50%, como ya piden algunas? De todos modos, la ley de cupos es una muestra de que la admisión de la mujer en la política aún debe ser forzada. Dadas la pobre calidad institucional y la semimonarquía en que vivimos, es poco probable que hagan las cosas peor que los hombres.

¿Las harán mejor? Generalmente se ensalzan las cualidades femeninas: el yin en el símbolo taoísta de la complementariedad del yin-yang. La dulzura, la falta de insistencia en causas imposibles, la tendencia a la conciliación, la visión emotiva, la no violencia. Desgraciadamente, para poder acceder a la igualdad las mujeres muchas veces deben dejar de ser mujeres y adoptar las cualidades agresivas y duras de los hombres. Deberían actuar en el sentido de Lisístrata. La heroína de la comedia de Aristófanes de ese nombre incitó a las demás mujeres a declarar una huelga de sexo hasta que los hombres hicieran la paz… ¡y las mujeres ganaron! Por eso, cuando veo a mujeres disfrazadas de hombres, mis sentimientos se mezclan: una mujer debe tener el derecho de ser oficial del Ejército, pero no debería querer serlo. Ser profesional de la muerte es lo contrario a los que esperamos de una mayor influencia femenina en la vida social.

En la mayor parte del mundo las mujeres son oprimidas y una reflexión como la anterior sería simplemente absurda. El Corán dice textualmente que una mujer heredará la mitad que un hombre (4, 12) aunque en otra parte proclama la igualdad (2, 218), y ni las menciona como aspirantes al Paraíso, que ofrece todos los placeres de la carne a los hombres (37,37). Nuestro 10º mandamiento prohíbe desear la mujer del prójimo, y ni tiene en cuenta la posibilidad de que una mujer pueda tener deseos propios. A pesar de que la mayor parte del trabajo en todo el mundo es efectuada por mujeres, su salario es menor aun entre nosotros. El mantenimiento del hogar y el cuidado de los niños no es considerado trabajo, pero se suma al agotamiento y el trabajo afuera separa a los hijos de sus madres. El castigo corporal a las mujeres por parte de sus maridos es habitual en muchos ambientes. En varias culturas -entre ellas la china- el infanticidio femenino es frecuente. Una mujer tampoco puede ser sacerdote católica.

La gineconofobia de los Padres de la Iglesia es notoria. Para la Biblia, la mujer es la personificación de la tentación, del demonio de la carne, de la concupiscencia; lo que se basa en el segundo relato de la creación de la mujer (Gen. 2, 18), ya que el primero era totalmente igualitario (Gen. 1, 27)

La publicidad occidental, en cambio, es inmoral, no por lo que muestra sino porque reduce a la mujer más que semidesnuda y exhibicionista a objeto sexual para promover las ventas. Es una forma de prostitución y de deshumanización, consentida en este caso, y es una parte sumamente negativa de la emancipación femenina en Occidente. En muchas otras culturas -especialmente africanas y árabes- la mujer como mero objeto sexual se expresa en que se impide su goce sexual mediante la mutilación genital. Hay que mencionar que ésta no es una costumbre musulmana: es mucho más antigua que Mahoma.

Muchas de estas costumbres tienen razones profundas. Por ejemplo, en el caso indio, una mujer, al casarse, pasa a pertenecer a la familia del marido y se pierde como fuerza de trabajo para mantener a los ancianos; además, la familia de la novia debe pagar una dote, cuyo monto es señal de estatus y puede endeudar a una familia por toda su vida. Una nuera, en cambio, trae su dote consigo y, por lo tanto, un hijo varón traerá riqueza a su familia al casarse.

En el caso chino, la ley permite un solo hijo, y se prefiere que éste sea varón. En consecuencia, en China se está produciendo un desequilibrio demográfico notable y están «importando» mujeres de otros países.

Las versiones más extremas del Islam maltratan especialmente a sus mujeres, mucho más que lo que prescribe el Corán. Además de que deben ir cubiertas -recordemos las burkas impuestas por los talibán- no pueden trabajar, ni estudiar, ni conducir vehículos ni salir a la calle si no es en compañía de su padre, su marido o un hermano. Además, si bien el Paraíso está lleno de vírgenes para uso de los hombres que lo merecieron, nada se dice de las mujeres. Otras versiones más moderadas se satisfacen con obligarlas a cubrirse el cabello y no llegan al extremo trágicamente ridículo de los talibán que, como una mujer no puede ser vista por un hombre que no sea de su familia, ni se le permite estudiar y las mujeres carecen totalmente de cuidados médicos. No hace tanto, una mujer nigeriana fue lapidada por haber tenido relaciones sexuales a pesar de estar divorciada. En Italia, no hace mucho la Justicia absolvió a un uxoricida por considerar que era justo que el hombre se vengara de los cuernos que la mujer le había colocado. Lo contrario es inimaginable: los hombres hacen lo que quieren y las mujeres, lo que quiere el hombre.

Las costumbres cambian muy lentamente. La violencia para imponer la sumisión de la mitad de la humanidad a la otra mitad a lo sumo cederá lentamente y tardará generaciones. En estas líneas hemos criticado muchas veces el ejemplo eurocéntrico de lo que muestran los medios de comunicación social. Pero la mayor igualdad de género es una de las conquistas más rescatables de ese modelo. Que otras culturas que maltratan a las mujeres aún más que nosotros, al menos vean el comienzo de algo positivo en una humanidad cuya creación a veces parece haber sido un terrible error de Dios.

 

TOMÁS BUCH (*)

Epecial para «Río Negro»

(*) Tecnólogo generalista

TOMÁS BUCH


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