Voto electrónico

 

La provincia de Río Negro promete estrenar urnas electrónicas. A partir del 2007 el distrito dispondrá de un instrumento novedoso para su ingeniería electoral. Sin embargo, el arribo del «voto electrónico» sería el único resultado visible de un ambicioso programa de reforma política lanzado hace ya tres años, que pareciera mantener intocado el aspecto más cuestionable de su sistema electoral: los efectos distorsivos para la representación parlamentaria de su fórmula mixta o segmentada. Aplicado desde 1989, este esquema que combina el criterio territorial y poblacional para elegir sus diputados provinciales tendrá que esperar un nuevo turno electoral para saber si es sometida a revisión.

En el concierto federal, el caso rionegrino se suma al despertar argentino en aceptar la no tan nueva tecnología aplicada al acto de votar. Con menos de una década de estudios y muy limitados ensayos en el último lustro, hacen del voto electrónico en el país un campo aún en experimentación y por ende demasiado provisorio. Por ello, no podemos aún hablar de sus éxitos y fracasos en cuanto a la principal promesa de esta tecnología: maximizar la influencia del votante al ofrecerle un mejor instrumento para ejercer su libre voluntad electoral.

A diferencia de otros casos de nuestro subcontinente, el desarrollo del voto electrónico en la Argentina no sólo es demasiado reciente, resulta también una experiencia que parece avanzar a paso de quelonio. A otro ritmo y con más larga existencia se encuentran varios casos latinoamericanos. Por ejemplo, Venezuela utiliza una forma de voto computarizado desde 1994. En el Brasil se lo introdujo en 1996, que comprendió entonces a un tercio del electorado. Para el 2000 la e-urnas cubrían el ciento por ciento de su cuerpo electoral. Si en este año los comicios le son favorable a Inácio «Lula» da Silva, será el primer presidente latinoamericano elegido y reelegido con el voto electrónico. Pasaría algo similar con Hugo Chávez en su república bolivariana.

Si bien ya existen muchos casos nacionales que adoptaron esta modalidad electoral, Estados Unidos sigue siendo el país que tiene la más larga trayectoria en la materia. Y si entendemos al voto electrónico como las «diversas tecnologías de la información empleadas en distintas fases del proceso electoral», fue en Estados Unidos donde nació. En efecto, su origen es simultáneo a los comienzos de una democracia de amplia base ciudadana bajo los auspicios del sufragio universal. Fue en Nueva York, hacia 1892, cuando se utilizó la primera máquina de «palanca» para que el elector registrara su voto. A pesar de esa presencia ya centenaria, también de las modificaciones en curso, el voto electrónico entre los estadounidenses sigue sometido a cuestionamientos, sobre todo en lo que hace a la confiabilidad de algunos de los sistemas adoptados.

En ese sentido es conocida la polémica que dio lugar el resultado de las elecciones presidenciales del 2000 que volcaron la balanza a favor de George W. Bush. La situación electoral del Estado de Florida puso en duda la confiabilidad del sistema empleado cuando hubo máquinas que no daban al elector otra opción que votar por el candidato republicano. No hay que olvidar que, seguidamente, hubo fundados temores de que ocurriera un masivo «fraude informático» para con los ciudadanos norteamericanos en las elecciones también presidenciales del 2004. Si bien no se obtuvieron pruebas de que ello sucedió en las elecciones del 2 de noviembre Bush fue reelecto en las urnas y no en el Colegio Electoral como había ocurrido con su primera elección del 2000 distintos especialistas continuaron tomando nota de la fragilidad de los sistemas informáticos empleados. Y entre esos puntos estaba la falta de «transparencia» de algunos de los sistemas, ya sea porque había «urnas» que no entregaban ningún comprobante que respaldara el sufragio del elector, como aquellos otros más sofisticados por cierto que fueron puestos en cuestión por las fuentes de respaldo y seguridad en los programas computarizados. Sin duda, nadie pudo y, seguramente, podrá minimizar el temor de que la computadora una «caja boba» que para estos tiempos parece cada vez menos fuera sometida a hackers pagados por candidatos, por el propio gobierno, por gobiernos extranjeros u organizaciones criminales.

A la luz de aquellos antecedentes, la Argentina vive un atraso evidente. Los primeros ensayos datan del 2003. Y ello sucedió en distritos poco relevantes en términos cuantitativos y por su impacto dentro del conjunto federal. Sin embargo, se debe dejar nota que fueron los partidos políticos vinculados con los sectores medios altos de la sociedad los que dieron un primer paso al utilizar alguna forma de voto electrónico para dirimir sus internas. Hay quienes consideran el año 2000 como punto de partida cuando se recurrió a una «tecnología no convencional» para elegir al candidato a ocupar la Jefatura de la Ciudad Autónoma, entre los ex ministros Cavallo y Beliz. Aunque los analistas no consideran el «voto telefónico» como parte de estas tecnologías, cabe sí dar cuenta de esta experiencia por la posibilidad de comprender a un amplio número de votantes y por el medio técnico empleado distinto de la clásica boleta electoral. En cambio, hay coincidencia en que la sección electoral VII de la provincia de Buenos Aires (con epicentro en Azul y Olavarría) y la ciudad de Ushuaia deben considerarse los primeros distritos donde hizo su debut el voto electrónico en el país.

Si bien éste tiene una corta historia, ya contamos con recomendaciones y requisitos para su éxito. Estos refieren, entre otras cuestiones, a la necesaria transparencia del sistema, la presencia de una fuerte campaña de difusión, la modernización de las primeras fases del proceso electoral, también de una adecuada infraestructura tecnológica y a la actualización de las normas de seguridad. Lo cierto es que antes de poner en práctica esas recomendaciones habría que aceptar una advertencia general: el voto electrónico no debe considerarse «panacea ni amenaza» o «ni tanto ni tan poco», de acuerdo con el planteo de Eduardo Passalacqua. Siendo preciso este especialista en tecnologías electorales, parte de la idea de que es imprescindible evitar «la tan repetida búsqueda de soluciones tecnológicas a problemas políticos». En ese sentido, la exigencia de cambios en las formas de regular la competencia política y de distribución de las cuotas de poder requiere un auténtico esfuerzo reformista, que no se agote en la aplicación de nuevas tecnologías para el acto de votar. No nos olvidemos que hubo un tiempo en que los argentinos enfocaron todo su malestar cívico en uno de los componentes del sistema electoral, la mal llamada lista sábana.

GABRIEL RAFART

Especial para «Río Negro»


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