Memorias de un paciente de Don Zatti, el enfermero santo

Carlos Tordi tiene 84 años y una inquebrantable fe en el beato. Lleva su estampita siempre en el bolsillo, para calmar sus dolores y recuerda la historia de Viedma.

Los recuerdos pasan tan intactos y rápidos: los cuatro kilómetros que recorría junto a hermanos y vecinos hasta la escuela N°122 que estaba debajo del puente ferrocarretero, las verduras y frutales que su padre regaba con grandes tachos que sacaba a pulso del río Negro. Allí hoy se levanta la planta de líquidos cloacales en el Parque Industrial. Creció en ese lugar donde a los gritos- de una costa a la otra- se intercambiaban productos. Pero el recuerdo que marcó sus pasos fue Don Zatti. Aquel enfermero que calmaba el dolor de las anginas con un isopo empapado en iodo y al pedido de “mira las estrellas cariño y abre graaande la boca”. O con las primeras inyecciones de penicilina con gruesas agujas que parecían no tener punta. “Ehhh.. más sufrió nuestro señor en la cruz!” era su respuesta cuando los niños se quejaban del doloroso pinchazo.

Carlos Tordi tiene 84 años y una inquebrantable fe en Don Zatti. La misma que trasmitía aquel hombre que “hablaba de tu” vestía guardapolvo blanco y recorría el pueblo en bicicleta atendiendo a sus enfermos con las cremas que él mismo preparaba y la cajita de metal donde llevaba las temerarias agujas.

Zatti sigue cerca de Tordi no sólo en el corazón sino en el bolsillo de la camisa junto a otros santos como el cura Brochero y Ceferino. “Si algo me duele me pongo allí la estampita para que me cure”, aseguró este hombre que recuerda como si fuera hoy la imagen de Zatti tirado en el piso rezando, y también las campanadas de la torre del reloj de la manzana histórica que anunciaron la muerte del querido enfermero.

“Tengo fe pero los necesito cerquita y cuando me las veo mal están aquí”, dice Tordi tocando su bolsillo.

Un hombre que agradece despertar todos los días. En su camino a la ciudad reparte pan a los perros abandonados.

El puente y los barcos

“A veces llegábamos tarde a la escuela entretenidos en el camino por los nidos, las liebres. Nos ligábamos un flor de reto de la directora Algañaraz o un pellizcón de la señorita Lavalle que era la vice”, recuerda Tordi, pero “siempre estaba calentito el mate cocido o la leche con cascarilla”, que entibiaban las rodillas al aire los días de escarcha.

A un paso de la escuela estaban los motores diesel y los talleres del ferrocarril que iba hasta San Antonio.

Pero la mirada del recuerdo se ilumina al relatar aquella imagen cuando el ferrocarretero se alzaba al cielo para permitir el paso de los barcos. “Una lanchita de la Prefectura con un vaqueano -el tío de los Joelson- iba adelante marcando el camino más profundo de esos enormes buques que llegaban hasta Patagones. Sentíamos la bocina de los barcos vapor y corríamos para ver la cuadrilla que palanqueaba el puente para que se elevara. A veces nos tiraban cachos de bananas verdes desde los barcos unos morochos musculosos”.

A los 11 estaba de pupilo en el Colegio San Francisco de Sales, en lo que es hoy la manzana histórica de Viedma.

Madrugar, lavarse con agua fría, misa y clases. Esa era la rutina hasta las vacaciones que regresaban a casa. Hoy apenas unos kilómetros.

Con respeto, Tordi recuerda al padre Ramírez Urtazum como su maestro de quinto grado que “me enseñó a tocar el clarinete”. Allí apareció Don Zatti en su vida porque atendía a los pupilos con sabañones en las orejas, rodillas lastimadas, dolor de garganta.“Siempre en bicicleta. Le donaron una cupecita en el año 28- 30 pero al poco tiempo la vendió para comprar remedios”, dijo al describir al enfermero beatificado en 2002 por el Papa Juan Pablo II como un hombre corpulento de carácter, con temple, “brutón para poner inyecciones” y a quien considera “un intermediario ante Dios y la virgen”.

“Siempre en bicicleta iba Zatti. Le donaron una cupecita en el año 28’ 30’, pero al poco tiempo la vendió para comprar remedios”

Carlos Tordi

El privilegio de

los recuerdos

Sus recuerdos son historia y la memoria un privilegio. Conoció a hombres cuyos nombres llevan hoy calles y hospitales de la Comarca como Juan Bertolone, quien también tiene un lugar en su bolsillo. “Fue un cura que conocí pidiendo para los pobres. Murió humilde y joven. Hasta dormía en una silla”.

Ponderó la obra de Zatti para los enfermos y no olvida las recorridas diarias del enfermero con el médico Sussini por el hospital, así como el bozarrón del doctor Pedro Ecay que saludaba a Zatti con un fuerte y amistoso “¿cómo andás, carajo?”.

Para aquel niño, Zatti no pintaba para santo. “Se veía un hombre de mucho carácter con ganas de hacer, humildad, sin palabras ofensivas para nadie. Estuvo tísico mucho tiempo. Vino a la Argentina a morir y prometió a la virgen que si se salvaba dedicaría su vida a los enfermos. Y así lo hizo. Lloró cuando tiraron abajo el hospital para levantar el obispado y acompañó hasta la muerte a víctimas de la difteria”.

Don Zatti atendía a los pupilos del Colegio San Francisco de Sales que sufrían de sabañones en las orejas, rodillas lastimadas, o dolor de garganta.

Datos

“Siempre en bicicleta iba Zatti. Le donaron una cupecita en el año 28’ 30’, pero al poco tiempo la vendió para comprar remedios”
Don Zatti atendía a los pupilos del Colegio San Francisco de Sales que sufrían de sabañones en las orejas, rodillas lastimadas, o dolor de garganta.

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