La naturaleza reina en la Mar Grande

Los vecinos de San Antonio Oeste la conocen bien y la disfrutan, en especial las familias con chicos pequeños, o quienes no quieren el bullicio ni las ofertas continuas de artículos para consumir. Por eso mismo, hacer picnic allí implica tener que llevarse agua y alimentos.

El mar aún permanece lejos, y la arena, que se va humedeciendo por la inminencia de la pleamar, se vuelve cada vez más dorada. Las suaves ondulaciones se multiplican, poniéndole a la costa un halo de misterio, como si se tratara de un paisaje fantástico. Y puede verse nítida la baja pendiente de la playa. Cuando el agua suba, habrá que adentrarse mucho para que las olas apenas acaricien las rodillas de una persona de estatura media.

Ese es el encanto de La Mar Grande, la playa ubicada en San Antonio Oeste que por años sólo fue el refugio de vecinos que traían a sus pequeños a disfrutar del mar, a sabiendas de que podrían dejarlos corretear a gusto, aún con marea plena, porque el agua no terminaría cubriéndolos ante un descuido, y ellos también podrían relajarse. Así fue desarrollándose, con su afluencia de familias y amantes de la pesca, hasta que su belleza se convirtió en un secreto a voces y los turistas comenzaron a hacer suyo cada rincón de la costa.

Para llegar hay que dirigirse al cruce de las rutas 3 y 251, en cuyas inmediaciones se inicia un camino ubicado sobre la ruta 2 que conduce a la firma Alpat, y posee cartelería indicativa para arribar a este balneario.

Un cordón de médanos que ascienden y descienden sin estridencias marca el ingreso al lugar, en el que las playas son extensas. Como el perfil de sus visitantes es tranquilo, es el sitio ideal para los que gustan de la naturaleza, y se alejan de las aglomeraciones y la abrumadora oferta de servicios de otros sectores.

Aquí todo es calma. Sólo la silueta de la firma Alpat, la fábrica productora de carbonato de calcio que se recorta en el horizonte, distrae por momentos. De lo contrario el lugar parecería un rincón completamente agreste, apenas intervenido por la mano del hombre.

Al caer la tarde, el cielo se pinta de colores y puede verse otro de sus atractivos: las bandadas de flamencos que despliegan sus alas, y lo invaden todo con el rosado de sus plumajes y la elegancia de sus patitas, que emergen del agua como trazadas con lápiz.

También, desde hace años, es el refugio de los que practican kite surf. Ellos ahora son habitués de la playa, y las figuras gráciles de las cometas que impulsa el viento, mientras los deportistas se afirman en sus tablas intercalando increíbles saltos, son parte del paisaje, conviviendo con las siluetas de los pescadores, que tiran sus líneas en busca de lenguados, rayas, y algunos pejerreyes, que en invierno se dan aún mejor que durante los días de calor.

En fin, un espacio imperdible para los que quieran descubrir un rincón diferente, donde las horas transcurren sin prisa y la naturaleza reina.

Un lugar de práctica para el kitesurf

“Es un lugar apartado, tranquilo, no tenés piedras y el mar tiene poca profundidad. Por eso es ideal para la práctica de kitesurf”.

Iván Carpintero, instructor y titular de la escuelita que enseña ese deporte.

Donde la pleamar nunca deja sin playa

Datos

Por $ 950 la hora, se puede contratar a un profesor de kite surf, que podrá enseñarles los secretos de este deporte aun a aquellos que nunca lo hayan practicado.
El único requisito es no tenerle miedo al agua. A partir de los 9 años se puede aprender, e incluso adultos mayores. Según el instructor y titular de la escuelita del lugar, su alumno más grande “tiene 75 años”.
El precio de la hora incluye el traje de neoprene, el casco, chaleco, kite, tabla y arnés. Por el mismo precio ($ 950) los que ya sepan practicar el deporte pueden alquilar el equipo.
La escuela se llama Costa Sur Kite School. Su página web es www.costasurkite.com.ar y el contacto Iván Carpintero, cuyo celular es (02920) 15619428.
“Es un lugar apartado, tranquilo, no tenés piedras y el mar tiene poca profundidad. Por eso es ideal para la práctica de kitesurf”.
El lugar es un paraíso para los pescadores, que lo visitan incluso en invierno, para capturar los mejores pejerreyes. En verano, salen lenguados y rayas.
La amplitud de las playas es muy valorada, porque a diferencia de otros puntos de la costa siempre hay una franja extensa de arena, aun cuando el mar llega a su plenitud.
Uno de sus encantos es su paisaje agreste. Pero las opciones de servicios no son muchas. Es ideal llevarse lo necesario para la jornada.
Los papás de niños pequeños amarán el lugar. La escasa pendiente hace que el agua, mansa, sólo alcance una altura importante a gran distancia de la costa. En la orilla, las olas llegan sin violencia y la espuma acaricia.

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