Roma… es Roma

La serie sobre destinos que aman los argentinos sigue con la ciudad eterna

Redacción

Por Redacción

“Eeee… Roma e Roma”. Cuántas veces escuche esa frase desde que nací. Mi nona me la repetía seguido, una tana inolvidable que llegó a Cipolletti con 18 años y siempre extrañó su origen, un pueblito colgado de las montañas a 100 km de la capital italiana. Después, cuando de su mano me llevó a conocerla pude comprender y sentir el valor de ese enunciado: Roma es Roma porque no hay otra ciudad que se le parezca, es única. Porque fue el centro de poder mundial durante Siglos, porque ruinas, monumentos y obras de arte salpican la ciudad sin exigir reverencia, porque es el museo a cielo abierto más grande del mundo y sobre todo, porque es inexplicable el bienestar que produce el solo hecho de estar en ella.

Roma es inabarcable en unos pocos días. Por eso es mejor relajarse y disfrutarla caminando. La Plaza del Pueblo es un buen punto de partida. Una arcada descubre este enorme espacio circular en cuyo centro destaca el obelisco Flaminio, obra egipcia del segundo milenio a. C. Las iglesias gemelas barrocas de Santa María dei Miracoli y Santa María in Montesanto bordean la plaza y marcan el curso de tres calles que aquí nacen y es obligatorio recorrer: la Vía del Corso, del Babuino y di Ripetta. Muy cerca, la Vía Condotti reúne lo más exclusivo de la moda como Louis Vuitton, Armani, Hermès, Ferragamo, Valentino o Dior. Mientras caminamos de un lugar a otro descubrimos la Roma más íntima, con sus calles angostas, sus casas viejas pero cuidadas, en naranjas y rojos gastados, con postigotes robustos y tejas ennegrecidas. Van y vienen los romanos, apurados, elegantes, con lentes de sol y gestos ampulosos. Son las caras de nuestros abuelos, algún vecino, aquel compañero de trabajo. Imposible no adivinar en ellos nuestras raíces, pienso, mientras de repente vuelve el bullicio y aparece la Plaza de España, con su imponente escalinata que conduce a la Iglesia Trinitá dei Monti.

De allí se puede ir en unos minutos al Panteón, el edificio mejor conservado de la antigua Roma. Las 16 columnas de piedra que lucen en su fachada tienen dos mil años. El peso de la historia impresiona. Cuando entré me sentí insignificante. Es descomunal su techo, media esfera perfecta con un ojo que deja pasar la luz natural. Fue templo de veneración a los Dioses, hoy Iglesia Católica.

Tomamos la Vía dei Foro Imperiali para llegar a la zona más increíble de esta ciudad: un gigantesco parque arqueológico que nos recuerda por qué Roma es conocida como la ciudad eterna. Allí están el foro romano, los Foros Imperiales, los arcos del triunfo y el famoso Coliseo.

Nunca hay que dejar Roma sin visitar la Fontana de Trevi. Cuenta la leyenda que hay que arrojar una moneda al agua, de espaldas, y sobre el hombro izquierdo para volver. Una simple formalidad, porque quien visita Roma sabe que volverá. Es que a Roma se vuelve, no se va.


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