Crónicas viajeras: tres días con amigos en Bariloche

La escapada perfecta. Con las excusa de esquiar, un grupo de amigos comparte 72 horas entre la nieve, paseos, asado y cerveza. Uno de ellos cuenta el viaje en primera persona.

Bariloche es el único lugar donde me compraría una casa si pudiera. Con un avión desde Aeroparque, en dos horas paso del cemento de Buenos Aires al Nahuel Huapi”, dice Nacho. Son las 11 de la mañana del miércoles. Recién llegamos a la cabaña. Quedan algo más de 72 horas por delante en esta escapada relámpago de tres amigos. Un paréntesis invernal cuando promedia el año.

Gustavo, pese al aguanieve, pone a funcionar la parrilla por más que la leña esté húmeda. Se arregla con un poco de madera y cartón. “Es el sensei del asado, domador del fuego, ¡qué belleza!”, escribe Rodrigo desde México cuando recibe por chat la foto de los tres kilos de vacío yendo hacia su punto justo. Recién mudado a Aguascalientes por trabajo, pasa su primer cumpleaños extrañando: la familia, los amigos y estos viajes que cada tanto interrumpen la agitación de Buenos Aires. Igual, ahora, lo que más añora son estos asados.

El Nahuel Huapi queda a dos horas de Aeroparque, pero el trabajo parece aún más cerca: a un llamado. Nacho habla con un jefe y prende la laptop.

Mientras Gustavo le gana al tiempo –el frío, a esta altura de su trayectoria parrillera, no es un enemigo–, Nacho resuelve el asunto laboral. “Y si estabas en la montaña, ¿qué hacías?”, le plantea Gustavo, que aparece con la tabla llena de carne.

“¡Qué bueno estar acá!”, dice alguno de los tres. ¿Qué tiene de especial? Quién sabe, un intangible que está en el aire. Una mezcla entre la fantasía de lo que podría pasar y la potencia de lo simple que sí sucede. Los detalles alimentan los días. Ver a mis amigos conmovidos cuando sus mujeres les cuentan lo que ellos no pueden ver: la bebé de uno aprendió una palabra nueva.

El jueves amanece nublado. Cerro Catedral aún sufre la falta de nieve –que recién llegaría en buena cantidad cuando ya no estemos–. Las ganas de esquiar nos llevan hasta Villa La Angostura. En las dos horas de ruta recibo mensajes de trabajo que me arrepiento de leer. Quedan zumbando el resto del día y les echo la culpa de mi torpeza sobre la tabla de snowboard. Me caigo unas cuantas veces hasta que el codo queda maltrecho: ya no necesitaré nieve. Lejos de ser un problema, eso me dará tiempo para explorar otros rincones.

A la vuelta pasamos por el centro de Bariloche para que Nacho le compre un poncho a su mujer y a su hermana. “Los de Árbol son buenísimos y sólo los consigo acá”, dice, sobre una casa de ropa que desconocíamos. En el Centro Cívico nos sorprende una manifestación contra el tarifazo. Encaramos Bustillo, que al rato se torna demasiado oscura.

En la cabaña comprobamos que se cortó la electricidad, pero un generador ilumina una gran picada.

A la mañana siguiente, el viernes, mis amigos se van al Catedral. En la cabaña leo “Gracias por la compañía”, de Lorrie Moore. Luego cruzo Bustillo y llego al Cerro Campanario. Desde la cima, comparto lo que dicen muchos: son las mejores vistas de Bariloche. Almuerzo en la confitería y al rato emprendo la bajada. Doy una vuelta por la playa del Nahuel Huapi y me siento en el muelle. El agua comparte el no sé qué del fuego: me quedo mirándola. A la noche vamos a cenar a Berlina. Amenizamos la espera tomando cerveza en la barra hasta que nos dan una mesa.

Sábado, último día. Sigo con el codo dolorido. Dejo a mis amigos en el Catedral. Paseo por el Lago Gutiérrez, del lado de Villa Arelauquen. Después tomo la Ruta 40 y voy hasta los rápidos del Río Manso.

Recorro un sendero por el bosque –húmedo, silencioso, frío, con restos de nieve–. Me meto en el refugio, donde me gustaría dormir la próxima vez. Pido chocolatada y torta frita (55 pesos). Busco a mis amigos. Antes de ir al aeropuerto, pasamos las últimas horas frente al Gutiérrez, pero ahora del otro lado, pasando por el barrio Los Coihues. Sentados en un tronco improvisamos un picnic con lo que nos quedaba en las mochilas. El aire se suspende. Nos reímos de algún chiste. En fin, espero que algún día Nacho se compre una casa en Bariloche.

Cerro Campanario

La gran panorámica

Cascada Los Alerces

El paseo pendiente

Hora de nevadas “de abajo”

Enzo Campetella

enzo.campetella@gmail.com

Datos

Kilómetro 17,5 de la avenida Bustillo. Ascenso en
aerosilla: de 9 a 17:30 horas. Mayores $ 180, menores de entre 5 y 12 años $ 90 y de 5 años, gratis.
También es gratis hacerlo a pie: se demora unos 25
minutos en subir y unos 15 para bajar.
“No tenemos wi-fi, tenemos vista”, dicen en la confitería, donde se puede almorzar
por 150 pesos (hamburguesa más cerveza).
Camino al cerro Tronador, unos 20 km antes de la cascada, la guardaparques me informó que únicamente se podía avanzar en 4×4 por las lluvias y la nieve de los últimos días. No pude seguir.
Al Tronador tampoco me daba el tiempo de llegar porque el camino de retorno recién se podía hacer después de la cuatro de la tarde, y tenía que tomar el vuelo de regreso. Dos pendientes (excusas) para volver a Bariloche.
Luego de la ocurrencia de nevadas durante el viernes 22, la tendencia marca buenas condiciones para nuevas nevadas en todos los centros de esquí. Hoy podría presentarse una mejoría temporaria, pero entre la tarde o la noche las condiciones vuelven a desmejorar con viento del sector este. La probabilidad de nevadas estaría para los días domingo 24 y lunes 25 con aporte de humedad desde el océano Atlántico. Serían nevadas “de abajo”, como se les dice a las nevadas con viento del este. Algunas pueden resultar importantes. La mejoría se daría hacia el martes 26. Con nevadas desde el este, no necesariamente los mayores acumulados en los cerros se dan en niveles altos. Tras la mejoría del martes 26, podrían sumarse nuevas situaciones en días posteriores al 29 y los primeros de agosto.

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