El camino de la damajuana: la historia de la bodega Montelpare

A partir de la aparición de la Bodega Montelpare en 1920, nace un relato de pueblo rodeado de inmigrantes, viajes y vino en el Alto Valle.

El camino de la damajuana: la historia de la bodega Montelpare

A partir de la aparición de la Bodega Montelpare en 1920, nace un relato de pueblo rodeado de inmigrantes, viajes y vino en el Alto Valle.

El camino de la damajuana: la historia de la bodega Montelpare

A partir de la aparición de la Bodega Montelpare en 1920, nace un relato de pueblo rodeado de inmigrantes, viajes y vino en el Alto Valle.

A partir de la aparición de la Bodega Montelpare en 1920, nace un relato de pueblo rodeado de inmigrantes, viajes y vino en el Alto Valle.

Esta historia se divide en dos bajo el mismo apellido. En dos comienzos ,en dos presentes y en dos destinos.

Siempre bajo el manto del vino, hasta el día de hoy. Por un lado, una bodega hermosa que se rompe como la mayoría de las bodegas rionegrinas en el siglo 20; por otro, una vinoteca que sigue apostando al mercado y a la mística de las damajuanas.

En 1908 Giuseppe Montelpare viaja por primera vez a la Argentina solo, no entiende demasiado, pero algunas cosas le llaman la atención. Luego vuelve a Italia, a la región de Ascoli donde rescata a su novia a sus padres y a un par de primos y emprende su segundo y definitivo viaje a la Argentina.

En Cipolletti, el general Fernández Oro -antes de radicarse en París- cuenta en su haber con enormes extensiones de tierra que un general famoso y conquistador le cedió.

El mismo Fernández Oro vende esas tierras a diferentes vecinos que pagaron sacrificadamente la hipoteca de esa transacción y que luego se enteraron que existía otra deuda anterior de la que tuvieron que también hacerse cargo.

Giuseppe había venido desde Bahía Blanca en 1911, con una recomendación y un trabajo mejor pago. Es así que compra un lote de 7 hectáreas. Cuentan los vecinos que de día trabaja en las chacras ajenas y de noche desmonta y arregla la suya propia preparándole el terreno al futuro.

Con el tiempo Giuseppe produce verduras y frutales, cubriendo muchos territorios de la región y creciendo de manera intensa., con el correr de los años se entusiasma con lo fácil que le resulta hacer vino y la respuesta de esa tierra maravillosa para plantar viñedos y se lanza a una enorme epopeya. En 1920 arranca en Cipolletti la bodega José Montelpare. Con una asombrosa capacidad de almacenamiento, comenzaba a rodar el engranaje de un sistema que durante años proveyó de vino a toda la región. En 1949, la bodega Montelpare producía 1 millón de litros.

Llegaron a tener 70 hectáreas de viñedos repartidas en 4 chacras de Cipolletti, en épocas de absoluta desolación.

El camino del vino

Silvio Montelpare que nada tiene que ver con Giuseppe, llego desde Italia a nuestro país y comenzó rápidamente a trabajar en un campo. Tenía el dato de que en el sur había una bodega que llevaba su apellido y decidió chequear ese parentesco paradójicamente a miles de kilómetros de donde nacía esa genealogía que seguramente le modificaría su destino hasta ese momento. Decide caer por la bodega a chapear con el apellido. Conoce al hijo de Giuseppe, Lucindo y con el tiempo se transforma en su ladero, en alguien en quien confiar mientras la bodega produce vinos a una región sedienta de beberlos.

La bodega Montelpare distribuía vinos en camiones ahora antiguos, llegando hasta Comodoro Rivadavia por ejemplo. Silvio y Lucindo disfrutaban del momento. Quienes conocemos la bodega abandonada en la actualidad podemos entender el sistema dinámico de elaboración que tenían para lo que significaba la tecnología de esa época. Hay que reconocer que han sido grandes diseñadores, con muy buenas ideas para producir.

La historia del vino en Río Negro esta atravesada por vendavales letales. La bodega Montelpare no queda exenta de ese efecto. Es una época de oro que muere rápido castigada por el látigo de las políticas productivas de la provincia. La Bodega Montelpare entra en el sueño de los elefantes blancos permaneciendo su estructura hasta el día de hoy abandonada.

La Vinoteca y la damajuana

Silvio Montelpare tiene que seguir trabajando, la bodega es un recuerdo fresco y doloroso y hay que mantener a la familia. Silvio va decodificando el territorio y el pulso de un pueblo que va transformándose en ciudad. Distribuye vino Flor del Prado y su segunda marca, Piedra Pintada. En camiones las bordelesas son reemplazadas por algo que comienza a aparecer con mucho empuje. La damajuana.

En tamaños de 10 y de 20 litros iban pegaditas a los esqueletos en la parte de atrás del camión. Acompañado de su hijo Silvio, quien lleva también el mismo nombre van atravesando el viento hasta sectores como Balsa Las Perlas. Ellos repartían el vino y solo ellos. En los barrios los amaban y los esperaban ansiosos. Siempre había algún borrachín que les robaban vino del camión cuando el cuchillo y el revolver aun no ocupaban tantos titulares en los diarios.

“Era parte del folklore”, dicen los Montelpare rodeados de damajuanas en su vinoteca. “También los pibes de los barrios se colgaban del paragolpes para pasear un ratito. En Cipolletti había 50 bares y la calle llegaba hasta Arenales. En las épocas gloriosas se vendían 45 mil litros mensuales de Piedra Pintada” agita Silvio mientras con Rodrigo, su hijo y tercera generación de “vinotequeros” miran fotos de los primeros años de esta aventura. “En las épocas gloriosas se vendían 45 mil litros mensuales de Piedra Pintada”.

“La Vinoteca” es un pequeño reducto cipoleño fundada en 1996, que aguanta el paso del tiempo y es uno de los pocos sitios que vende, distribuye y sostiene gran parte de su trabajo mensual en el comercio de la damajuana.

Hoy “La Vinoteca” tiene clientes que antes venían de la mano de sus padres, otros que llaman a los dueños por el nombre y otros que solo tocan bocina y alguien les carga el pedido tradicional. Bien de barrio, con ese ambiente único es uno de los pocos comercios donde podes encontrar mas de 12 marcas diferentes de Damajuana. Las uvas son variadas, cabernet sauvignon, malbec, syrah, tempranillo, merlot, bonarda, torrontés, tinto seco, carlón, blanco dulce y abocado, además del vino generoso que es el que buscan curas de toda la región para la misa.

Si bien el consumo de vinos finos en botella ha crecido contundentemente en los últimos tiempos y en La Vinoteca también los podes encontrar, la damajuana sigue manteniéndose y gozando de muy buena salud. Los vinos son amplios en calidad y realmente se pueden encontrar vinos con madera, aromáticamente impecables y muy agradables para beber. Una damajuana de malbec de Maipú, Mendoza con roble ronda los 110 pesos. En relación a precio calidad no hay con que darle.

Hay que tratar de romper el estigma que padece la damajuana. Realmente se consiguen buenos vinos por muy poco precio. Aromáticos, con buena madera en su justa medida, el que busca encuentra y gana.

El valle de Río Negro sigue desenterrando historias. De pequeños emprendedores con grandes sueños, dueños del puntinazo con el que arranco todo esto y al que debemos agradecerles mucho. En homenaje a ellos y a lo que hicieron posible que el vino siga resistiendo en sus múltiples formas van estas líneas.

Hasta la próxima. La Vinoteca: Av.Alem 1325 – Cipolletti


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