La reivindicación de la soda y el vino

No hay que tenerle miedo de probar, aunque los extremistas vinéfilos digan todo lo contrario. ¿Quién certifica que es pecado? ¿Por qué es una transgresión? En definitiva, ¿cuántos prejuicios luego de rotos son una verdadera fiesta?

La reivindicación de la soda y el vino

No hay que tenerle miedo de probar, aunque los extremistas vinéfilos digan todo lo contrario. ¿Quién certifica que es pecado? ¿Por qué es una transgresión? En definitiva, ¿cuántos prejuicios luego de rotos son una verdadera fiesta?

La reivindicación de la soda y el vino

No hay que tenerle miedo de probar, aunque los extremistas vinéfilos digan todo lo contrario. ¿Quién certifica que es pecado? ¿Por qué es una transgresión? En definitiva, ¿cuántos prejuicios luego de rotos son una verdadera fiesta?

Quiero escribir soda y no agua con gas porque el guiso de lentejas no es un guisado de legumbres.

Puede que tu suegro te mire mal o la botella que acabas de comprar en la vinoteca de tu barrio cueste lo mismo que el abono de la televisión por cable que pagas todos los meses, pero no es traición combinar la efervescencia de la soda con el vino. Desde generaciones mucho más antiguas que la mía el vino y la soda forman parte de la identidad popular.

En mi caso se remonta a mi infancia donde mi abuelo cargaba el sifón “Drago” a mano, tubo de gas mediante y disfrutaba su vino con soda. Mi abuelo no tenia la menor idea de que cepa estaba tomando, la palabra Bonarda, Malbec o Cabernet le eran tan familiares como la física quántica, mi abuelo tomaba vino, su fetiche era la damajuana y el embudo, siempre el vino presente, de diferentes maneras pero vino al fin.

El viejo volvía de su trabajo, de esa cultura gigante del esfuerzo, de manos manchadas de grasa y se sentaba en la mesa mientras mi abuela iba y venia de la cocina al comedor con el estofado para los tallarines. Parte del ritual de mi abuelo era ponerle jugo de naranja al vino y convidarnos a mis hermanas y a mi medio vaso de eso que nos parecía genial y transgresor a la vez para la corta edad que teníamos en ese momento, hasta el perro faldero ligaba la tapita a rosca del Toro viejo con un poco de vino y lengüeteaba. No había formulas, había pequeños placeres que de ser tan genuinos no piden permisos.

Tomo vino con soda, muchas veces hasta le pongo hielo, y no dejo de disfrutar ese placer de tomarlo, de una manera diferente, pero vino al fin. Y no traiciono la alquimia de la uva + naturaleza + mano del hombre sino todo lo contrario, creo que es una reivindicación del consumidor, un agregar el toque propio en este juego colectivo, en épocas donde elegir a veces es una acción lastimada. El vino y la soda van de la mano, aunque el ministerio de los sentidos diga lo contrario, aunque la nariz más exacta defenestre este argumento, el vino es vino siempre. A pesar de los pesares y de que hacemos con ellos.

Muchos enólogos en épocas de vendimia se arman un gran botellón de vino con soda y hielos para mitigar el calor mientras penetran el interior del viñedo y la tierra caliente como quien entra al infierno con la ventanilla baja del auto.

En mi ciudad la soda y el vino traspasan generaciones. Está presente en los asados de los domingos, en el post partido de fútbol entre amigos y en algún bar cercano gatillar el sifón sobre esa bonarda de mesa, es parte del folklore.

La soda y el vino son sinónimo de reunión y relax, de aperitivo y recreo, donde la realidad pasa por otro lado.

Malbec, Syrah, Cabernet, Merlot y algunas otras uvas son mis recomendadas para ser bautizadas por el gatillo del sifón .Vino con soda para todas y todos, porque nos merecemos esta comunión popular, porque nada se camufla, porque a todos en el fondo, nos tienta la posibilidad de romper las recetas intocables.


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