2001, a todo o nada
Por Arnaldo Paganetti
Están de vacaciones.
* No terminaron el período de luto.
* No pueden unirse por el rencor que anima a los actuales ¿jefes? partidarios Carlos Menem (nacional) y Eduardo Duhalde (Buenos Aires).
Estas son las tres principales caracterizaciones que encumbrados hombres de la alianza gobernante hacen sobre la situación interna en el justicialismo, a la que observan con lupa dado que todavía alientan la posibilidad de contar con la colaboración de dirigentes de la oposición para la sanción de leyes clave, entre ellas la reforma laboral y la de emergencia económica.
«Privilegiamos la relación con los gobernadores. Carlos Ruckauf, está en el escalón más alto. Lo escolta Carlos Reutemann. Con José Manuel De la Sota, tenemos algunos problemas en las intendencias cordobesas, pero nos va muy bien con el pampeano Rubén Marín y otros mandatarios peronistas de provincias chicas. Con el que peor andamos es con el salteño Juan Carlos Romero, que quiere generalizar sus conflictos, pero el fueguino Carlos Manfredotti y el emepenista Jorge Sobisch se pusieron a nuestro lado y entendieron los motivos del ajuste. El santacruceño Néstor Kirchner, también levanta algunos reparos, pero va de frente y se puede conversar». Este parcial cuadro de situación fue descripto por el ministro del Interior, Federico Storani, a algunos de sus más estrechos colaboradores en vísperas de cerrar un acuerdo financiero con Tierra del Fuego, Río Negro, Catamarca y Tucumán.
Storani estuvo reunido por más de una hora con su hasta hace muy poco tiempo vilipendiado antecesor, Carlos Corach. Además de pequeñas cuestiones administrativas, el menemista demostró por qué es considerado un «negociador creíble» por el titular de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín.
Storani tiene reparos hacia la personalidad «compleja» de Corach pero se quedó mudo cuando éste se comprometió – y empezó con velocidad -, a destrabar el tratamiento en el Senado para flexibilizar el mercado de trabajo y a convencer al riojano – huérfano de buenas compañías desde que dejó el poder el 10 de diciembre -, que no es la hora de confrontar con el presidente Fernando De la Rúa.
El escrupuloso casi siempre pierde. Corach no lo es. Para nada. Defensor de lo indefendible del gobierno anterior, inició junto con Eduardo Bauzá y Eduardo Menem, gestiones de unidad en el PJ y muy orondo, en contra de las pretensiones de la CGT, declaró en público: «si el peronismo demostró que podía modernizar el país, ahora le queda demostrar que siendo opositor puede poner el hombro a favor del país, sin obstruir».
«No hay mal que por bien no venga», recita «Fredi» Storani, cada vez más afianzado en el gabinete. Es que cuando comenzó su tarea en la cartera política se encontró con la brasa ardiente correntina y dos muertos. La intervención de Ramón Mestre empezó a sanear las cuentas y a disciplinar a la brava policía de esa provincia litoraleña, acusada de disparar a los manifestantes y de propinar malos tratos a la gente joven.
«Haber manejado bien la terrible crisis correntina me sirvió para ganarme la confianza de De la Rúa», admite ahora Storani, convertido en única bisagra con el partido, ya que la casi totalidad de los miembros del PEN son inorgánicos y tienen línea directa con el ex intendente porteño.
Cuando fue nombrado, luego de varios pasos en falso, «Fredi» no gozaba de la aquiescencia del presidente, quien curiosamente le dio una directiva precisa: ser la contracara de Corach desde el punto de vista ético. En el radicalismo Storani y De la Rúa fueron como el agua y el aceite aunque los dos se opusieron tenazmente al Pacto de Olivos que posibilitó la reelección de Menem a través de la reforma constitucional.
A partir del encauzamiento del conflicto correntino, De la Rúa le abrió la cancha a Storani, quien empezó a manejar los fondos de los aportes del tesoro nacional (ATN), que de 450 millones de pesos anuales se redujeron a 150, y 10 de los cuales fueron puestos en las manos de Mestre.
En la reunión con Storani, Corach mencionó varias veces a Menem y dio a entender que el Justicialismo no hará nada para impedir que ex funcionarios involucrados en actos de corrupción sean sometidos a un justo proceso judicial. Los casos emblemáticos, de ninguna manera – advirtió – , deberían afectar al ex presidente.
Políticos al fin, Corach y Storani acordaron dejar que los pleitos se diriman en las urnas.
La Alianza espera legitimar sus medidas en la elección porteña de mayo y en las legislativas de Corrientes, previstas para fin de año.
Confía en un triunfo de Aníbal Ibarra, que puede ser puesto en duda si Domingo Cavallo consigue sumar la adhesión de Gustavo Béliz.
El 2001 será a todo o nada.
Se elegirán todos los senadores por vía directa y se renovará la mitad de la Cámara de Diputados. Para entonces, no habrá vacaciones ni duelo y se sabrá quien será el caudillo en el peronismo, rebelde a las conducciones colegiadas.
El gobierno pensaba dar un golpe de efecto con la detención del ex general golpista paraguayo Lino Oviedo, quien al parecer sale y entra del territorio nacional cuando quiere, pero detuvo los ímpetus del nuevo jefe de la Policía Federal, Rubén Santos, al enterarse del giro de Estados Unidos.
Es que Arturo Valenzuela, director para Asuntos Hemisféricos del Consejo Nacional de Seguridad, tras reconocer que Oviedo es un problema muy delicado para Paraguay por la actitud asumida en 1996 y las sospechas de haber sido el ideólogo del asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, reclamó evitar la «satanización» del personaje.
Valenzuela explicó que la experiencia demuestra que los que vienen de una tradición autoritaria, militares o no, «si llegan al poder por vía democrática y aceptan las reglas de juego, a la larga consolidan la democracia». Puso como ejemplo al general Hugo Bánzer, en Bolivia, quien tomó el poder por la fuerza y luego se ajustó a las normas institucionales.
Fue presidente varias veces y, derrotado, ya no derribó con las armas al gobierno elegido por el pueblo. Con los justicialistas dispuestos a colaborar, no deberían esperarse angustias políticas. Pero cuando se cansen de estar con los brazos cruzados, sobrevendrán los riesgos para el gobierno, hoy alejado de la cornisa.
Por Arnaldo Paganetti
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