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Por Arnaldo Paganetti

No se puede salir así como así de tantos meses de recesión, ni tampoco contentar a todo el mundo. Sin embargo, parafraseando a María Elena Walsh, en una de las tantas y electrizantes apariciones para cambiar el alicaído humor de «la gente», la nueva estrella del gobierno, Domingo Cavallo, sostuvo que como los ejecutivos, esos «vivos» que corren detrás del Edén y del placer, su propósito es «tener la sartén por el mango, y el mango también».

Multiplicado, con poderes especiales por un año otorgados por el Parlamento, volvió el padre de la convertibilidad. Ahora, con un esquema de competitividad para intentar sacar al país del piloto automático en que lo dejaron el denostado Roque Fernández, el fracasado José Luis Machinea y el electrocutado Ricardo López Murphy. Un objetivo inmediato es apuntalar la alicaída imagen del presidente Fernando De la Rúa, uno de cuyos pecados al cabo de casi 16 meses de gestión, fue haber partido en varias direcciones a la vez sin llegar a ningún lado. ¿Acertará esta vez?

¿Qué se premia? El triunfo, sin duda. Hasta aquí, como dijo por televisión un editorialista, los argentinos escépticos comparaban al gobierno (la Alianza, con mayúscula, quedó encerrada en las mentes utópicas de Raúl Alfonsín y Carlos «Chacho» Alvarez), con Rácing, un equipo que sale a la cancha con espíritu perdedor.

El flamante ministro de Economía, que elude hablar de números y ya no se presenta como un economista sino como un político, llegó con dulces para repartir, incluso entre los banqueros (a los que amonestó por las altas tasas que pretendían cobrarle al Estado) y gobernadores de la talla de Carlos Ruckauf, un futuro adversario que le ofreció ayuda a regañadientes ante la difícil situación fiscal por la que atraviesa la provincia de Buenos Aires.

En apariencia, salvo la chaqueña radical Elisa Carrió, uno a uno fueron bajando la cerviz frente a Cavallo, émulo de las mejores tradiciones individualistas cultivadas en el Río de la Plata: intelectuales, empresarios, obreros, legisladores y mandatarios, presas de la desesperación, lo llegan a parangonar con Gardel, Fangio y Maradona.

No es para menos. Al borde del precipicio, dependiente de la ayuda extranjera, Cavallo comenzó por donde nadie se atrevía ya. Con el impuesto al cheque recaudará miles de millones, según reconoció el secretario de Finanzas Daniel Marx. Eso le permitirá «hacer caja».

Con promesas y ayudas efectivas fue ordenando el corral. Tras exhibirse como un estadista (como tal fue recibido en España, donde residen los principales acreedores, y en Brasil, principal socio del Mercosur), domesticó a los leones, a los que también amenazó en privado con dejarlos sin sustento.

El levantisco Hugo Moyano suspendió el paro del próximo miércoles y jueves. Los «gordos», de la CGT complaciente, también fueron al pie. «No hay que ir contra la esperanza popular», justificó el camionero.

Con la confianza del 58 por ciento de la población (lo que hizo ironizar al ex viceministro Carlos Rodríguez: «Cavallo necesita a De la Rúa para que firme los decretos»), el superministro puso al «crecimiento en el centro de gravedad», y motorizó el retorno a la Rosada del ex vicepresidente Alvarez, quien igual se mostró prudente y dijo que esperará los datos de la reactivación antes de redoblar su apuesta.

El ex presidente Raúl Alfonsín reconoció que después de haber peleado diez años con Cavallo, sigue ilusionado con que la alianza radical-frepasista defienda «los intereses del proletariado y de sectores de la burguesía nacional».

También el ex presidente Carlos Menem visitó a De la Rúa. Ansioso por recobrar el protagonismo del pasado, buscó tranquilizar al «bajoneado» presidente, y le aseguró que siempre habrá una alternativa si es que, llegado el momento, decide correr a escobazos a Cavallo. No será tan sencillo. Las situaciones han cambiado. El riojano fue un jefe de Estado audaz que controló las variables económicas, a un movimiento caótico como es el peronismo y los avances desenfadados de «Mingo». De la Rúa, como hizo notar inoportunamente su ex ministro del Interior, Federico Storani, es una suerte de prisionero. «Si mañana Cavallo se fuera, se produciría una hecatombe», presagió.

El escenario nacional cuenta con nuevo administrador. ¿Qué magia distendió los ánimos y abrió las expectativas?

Veamos:

* Los senadores sospechados de corrupción allanaron el camino a los superpoderes para el PEN, luego que el ministro se solidarizó con ellos por ser «pobres víctimas» de la «judicialización de la política».

* Se garantizó el pago de la deuda a los acreedores externos, buena señal para los propietarios de los capitales que pesan.

* Los frepasistas «chachistas» creen que habrá un saneamiento de la actividad política y mayores controles sobre los servicios privatizados.

* Se mantiene la convertibilidad, aunque se insinúa hacia una canasta de monedas para favorecer a los exportadores.

* Se anuncian medidas de protección al mercado interno y de producción a nivel regional.

* Habrá seguro de desempleo para 900 mil personas.

* Se suspende el decreto desregulatorio de las obras sociales; se buscan fórmulas de consenso para la reforma previsional.

* El FMI no oculta su admiración hacia el padre de la competitividad, por más que éste busque acuerdos financieros directos al margen de ese organismo.

* Se suben aranceles al tope permitido a las importaciones para proteger a la industria nacional; se promete pulverizar la evasión.

El crédito por doce meses abierto a Cavallo no disipa las dificultades en un año electoral, por más que «Chacho» Alvarez haya afirmado que «falta como un siglo» hasta octubre. Argentina, con más de cien brotes de aftosa, no sólo tiene problemas para exportar su carne, sino además Brasil restringió la compra de cereales, frutas y verduras, lo que obligará a un replanteo en la relación con el Cono Sur, Europa y Estados Unidos.

Cada uno de los que se entrevistaron con Cavallo se fue escuchando lo que quería escuchar. Era previsible que el Congreso pusiera limitaciones. Por caso, avalar deuda con bienes públicos. Además, los gobernadores abren sus manos: reclaman fondos para obras puntuales de infraestructura.

De la Rúa, un conservador por antonomasia, se entusiasmó en una entrevista con una agencia italiana. Aseguró haber girado hacia el centroizquierda. Soy progresista, se ufanó: pongo impuestos a las operaciones financieras y por ahora dejo de lado las privatizaciones, los despidos y la flexibilización laboral.

La necesidad y el miedo a la cesación de pagos y a las explosiones sociales, pusieron a un costado a las reyertas internas. ¿Madurez? Con la llegada de Cavallo, la «herencia menemista» casi está completa. Cuando llegue la hora de las soluciones sectoriales, que está muy próxima, se desatarán las pasiones en la imperfecta democracia vigente, que cura sus vicios con enormes dificultades, pero no busca salvadores en los cuarteles como antaño.


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