25 años del «Rodrigazo»

Por Marcelo Bátiz y Miguel Angel Rouco

El 2 de junio de 1975, Celestino Rodrigo asumió como ministro de Economía en reemplazo de Alfredo Gómez Morales, dando inicio a una etapa que marcó a fuego la economía de los argentinos y que el ingenio popular denominó «Rodrigazo».

Las decisiones de un ministro que apenas estuvo 50 días constituyeron un «antes» y un «después» en la vida cotidiana: de un día para otro, muchos empleados pasaron de una relativa tranquilidad a no contar con el dinero para las necesidades más elementales, los comerciantes se sumergieron en la locura de la remarcación continua de precios y la mayoría de los argentinos descubrió una forma de ahorro hasta entonces limitada a unos pocos: el dólar.

«No podemos engañarnos. La situación económica que tomamos como punto de partida de nuestra gestión es grave. Las medidas que vamos a implementar serán, necesariamente, severas, y durante un corto tiempo provocarán desconcierto en algunos y reacciones en otros. Pero el mal tiene remedio», decía Rodrigo.

La gravedad a la que hacía referencia el por entonces flamante ministro respondía a varias razones. En el plano internacional, eran tiempos de cambio. Hacía dos años que la crisis del petróleo hacía tambalear a las principales economías occidentales. En Estados Unidos, a las secuelas del primer escándalo de corrupción en la mismísima Casa Blanca, con el Watergate, se le sumaba la tragedia de la derrota en Vietnam. En tanto, en Europa, la Ostpolitik del alemán Willy Brandt comenzaba a contarle tiempo de descuento al imperio soviético, que buscaba prolongar su agonía en Latinoamérica. Eran tiempos de cambios rápidos, pero que pasaban inadvertidos localmente, ante la debacle política del PJ que auguraba tiempos negrérrimos. Se iba la generación de la posguerra y comenzaba la generación del ciberespacio de fin de siglo.

La nueva economía poscrisis petrolera obligaba a cambiar el nivel de gastos y la estructura económica, algo palpable desde 1973. El mismo Rodrigo lo planteó en su discurso: «El pueblo debe abstenerse de derrochar».

Pero hubo otro factor en la economía local que entorpeció los planes de Rodrigo y su mentor ideológico, Ricardo Zinn. En junio venció la «tregua social» y en consecuencia estaban abiertas las negociaciones paritarias sin tope salarial. Los gremios buscaban recuperar el nivel salarial real perdido, a pesar de la precaria supervivencia de un control de precios que provocaba desabastecimiento y quitaba estímulos a la producción.

Los caminos de la «abstinencia» señalada por Rodrigo estaban listos: el miércoles 4 de junio se decretó una devaluación del dólar comercial del 61,5%, al pasar de 10 a 26 pesos ley. En la calle, la cotización era otra: el dólar «volaba» a 45 pesos. El mismo día la nafta aumentó un 172,7%.

La inflación abandonaba una larga etapa de índices de un dígito mensual y se ubicó en junio en el 21,1% y en julio en el 34,7%. La disparada de los precios dio lugar a una frenética carrera con los salarios, en la que nadie quería dar ventaja.

El 28 de junio, el gobierno resolvió fijar topes en los aumentos salariales dispuestos en las paritarias. La postura de Rodrigo y Zinn obtuvo un triunfo parcial, que costó la renuncia del ministro de Trabajo, Ricardo Otero. Sin embargo, trece días después, ante la protesta de todos los sectores, se alejó López Rega. Sin sustento político dentro del gobierno, Rodrigo entregó el ministerio el 22 de julio a José Pedro Bonanni.

Las secuelas se hicieron sentir. Miles de familias llegaron a perder el esfuerzo de toda una vida de trabajo, en algunos casos hasta el de sus antecesores; las deudas crecieron de manera exponencial ante el primer fenómeno de dolarización «a la Argentina». El resto no se hizo esperar. Salarios pauperizados y deterioro en el nivel de vida de la población.

En medio de la histeria, una noticia se perdió. El 4 de julio, el entonces general de brigada Jorge Rafael Videla asumió la Jefatura del Estado Mayor Conjunto. En poco tiempo, se encargó de algo más que del ajuste.


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