75 años de sociología alemana

Por Claudia Palozzo

La teoría crítica está muerta», afirmó recientemente el filósofo alemán Peter Sloterdijk respondiendo a las críticas de su colega Jurgen Habermas, quien atacó su tesis sobre el potencial latente en la investigación genética, polémica que ocupa desde hace semanas un lugar destacado en los principales medios de comunicación alemanes.

En su defensa, Sloterdijk verbalizó de forma drástica la crítica que desde hace años se le hace al Instituto de Investigación Social de Francfort, donde en los años 20 floreció la «Franfurter Schule» (Escuela de Francfort) con figuras clave como Max Horkheimer y Teodoro Adorno y que en estas semanas celebra 75 años de existencia: según algunos observadores, el conformismo y el cansancio se adueñaron de este centro de estudios, que con su teoría crítica de la sociedad alimentó la revuelta estudiantil del '68.

La herencia de Adorno parece estar aún vacante. Su director, Ludwig von Friedeburg, asegura que los planteos de Sloterdijk «no tienen nada que ver con nosotros» y preanuncia una guerra entre filósofos.

«Sloterdijk sólo quiere polemizar para ponerse a la altura de Habermas», declaró recientemente.

Para Sloterdijk, sin embargo, los ideales y metas de la izquierda se esfumaron, pero «las viejas formas de terror psíquico ejercido por las elites científicas de ese instituto permanecen».

Fundado en 1924, el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Francfort fue ejemplo de una feliz unión de capital e intelectualidad liberal de izquierda en una época de florecimiento cultural.

Félix Weil, hijo de multimillonarios, aportó los 120.000 marcos mensuales necesarios para cubrir los costos fijos, mientras Max Horkheimer, el director, advertía ya entonces sobre «la dictadura del trabajo pleno planificado» de la sociedad industrial.

La sociología cotidiana y el estudio del proceso social-global fuera de las aulas, coordinando esfuerzos con la industria, la ciencia y la técnica, llevarían a una sociedad mejor, pensaban los iniciadores del instituto. Leo Loewenthal, el psicoanalista Erich Fromm, Herbert Marcuse (foto) y Teodoro Adorno eran jóvenes judíos, políticamente pasivos e impregnados por ideas anticapitalistas.

El programa de la Escuela de Francfort era muy pretensioso: incluía tanto la sociología cotidiana como el estudio de los procesos sociales globales. El límite más duro a estas premisas fue el ascenso del nazismo y la instauración de la dictadura de Adolfo Hitler entre1933 y 1945, que persiguió a sus miembros y cerró el instituto.

El shock existencial que provocó la irrupción del nacionalsocialismo en Alemania y la dictadura stalinista en la Unión Soviética planteó la quiebra de la civilización, y los teóricos críticos se dieron a la búsqueda de los fundamentos teóricos que sustentaron estas catástrofes del siglo XX, explicando esta experiencia a través de la relación entre las posiciones autoritarias, la crítica de la cultura de masas y la oposición política.

En el exilio norteamericano, los dos grandes pensadores, Horkheimer y Adorno, escribieron su obra fundamental: «La dialéctica de la Ilustración», una colección de fragmentos filosóficos donde la sombra de la guerra y el Holocausto juegan un papel central. A principio de los '50, ambos regresaron a Francfort y comenzó la posguerra del instituto. Juergen Habermas puso otros acentos en la década del '60.

Cuando Horkheimer, Adorno y Marcuse analizaron la revuelta estudiantil que sacudió a varias ciudades europeas a fines de la década del sesenta, además de su actitud personal ambivalente frente a esos jóvenes que, sostenidos por la propia teoría crítica, lanzaban cócteles Molotov, los tres científicos coincidían en la exigencia de un alto rendimiento teórico para utilizar la palabra justa que rompiese las ataduras entre los hombres entre sí y de éstos con las cosas.


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