La ofensiva terminó en derrota
En su ofensiva contra la libertad de prensa y el diario «Río Negro», el gobierno provincial acaba de experimentar otro fuerte revés.
Al aluvión de pronunciamientos críticos por parte de políticos, gremialistas, organizaciones civiles y sociales; organismos de derechos humanos locales, nacionales e internacionales; iglesias, asociaciones de la prensa y entidades que agrupan al periodismo independiente, se sumó esta semana el del fiscal general Richard Trincheri, quien mandó a archivar la insólita denuncia del ministro Manganaro contra el diario y sus periodistas.
Manganaro había acusado a «Río Negro» de «falsa denuncia» y pedido que se investigara a los periodistas y sus fuentes, pero Trincheri entendió que era imposible endilgar delito alguno al diario ya que éste no denunció nada sino que reprodujo una causa judicial que, precisamente, tiene al funcionario entre los presuntos implicados.
En un pronunciamiento ejemplar, que muestra que en la Justicia neuquina no todo está perdido, el fiscal reivindicó la libertad de expresión y el secreto de las fuentes de información, y advirtió además que «ningún órgano judicial ni policial puede ni debe incursionar en prácticas que pongan en peligro el secreto periodístico».
Aunque a la luz de estos últimos cachetazos cueste entender al gobierno, hay sobrados motivos para pensar que sus ataques a la prensa constituyen un pilar de su política.
Sin contar con que en innumerables oportunidades el gobernador se ha ocupado en persona de atacar y denigrar a este diario y a sus periodistas, durante este último episodio avaló con su silencio el ataque desembozado de su ministro y de otro incondicional con aspiraciones de gurka, el diputado Oscar Gutiérrez, quien superó todo lo conocido al advertir que su batalla contra «Río Negro» es «a muerte».
Si desde la perspectiva de su función como gobernador cuesta explicarse los motivos últimos de Sobisch para adoptar una actitud que ha cosechado el repudio generalizado de la sociedad, mucho más cuesta hacerlo cuando se toma en consideración su pretensión de convertirse en candidato a presidente de la Nación. En la Argentina actual nadie le daría un cheque en blanco a un enemigo declarado de la crítica y las opiniones diferentes.
Si estos arrestos totalitarios no consiguen beneficiar al gobernador hacia afuera de su entorno más íntimo, tampoco lo hacen hacia adentro. En su afán por pisotear garantías para afianzar su hegemonía sobre la oposición, la prensa y los restantes poderes del Estado, Jorge Sobisch violenta a sus propios colaboradores, a sus aliados y a los tibios que ven cada vez más difícil el mirar para otro lado cuando el gobernador comete uno de sus habituales exabruptos.
Es el caso de algunos ministros y secretarios de Estado, que por lo bajo rechazan estos gestos despóticos, conscientes de que los arrebatos del gobernador sólo contribuyen a distanciarlos cada vez más del resto de la sociedad.
No muy diferente es lo que les ocurre a quienes desde otros poderes o estamentos del Estado si bien se subordinan a las estrategias oficiales, advierten crecientes dificultades para sostener sus posiciones frente al rechazo de la opinión pública.
Así, la presión desencadenada por Manganaro sobre el Poder Judicial para amordazar a la prensa, produjo entre otros efectos no deseados una fisura en la cúpula del Tribunal Superior de Justicia. En agosto el vocal Fernández, un ex funcionario del MPN que sintoniza en la onda del gobierno, había dicho a una radio que se pondría al frente de la investigación contra este diario reclamada por Manganaro.
La semana pasada, el presidente del tribunal, Jorge Sommariva, no tuvo más remedio que desautorizar a su par y salir en defensa de la libertad de prensa. Dijo entonces que el cuerpo sólo habla por su presidente y por sus acordadas.
Pero esta semana, dando una pista clara de que surgieron nubarrones en su frente interno, Sommariva salió a desmentir la desautorización.
En sus estampidas autoritarias, el gobierno tensa al extremo las relaciones con su entorno, con el resultado de que resquebraja los vínculos en lugar de fortalecerlos.
Otro ejemplo es lo ocurrido con Horacio Quiroga. Empujado por su propia estrategia de poder, el intendente se ha convertido en un virtual aliado del gobierno provincial. Su hombre en la Legislatura, Marcelo Inaudi, se desvive por complacer las necesidades legislativas del gobernador. Y el propio Quiroga se cuadra cada vez que Sobisch lanza alguno de sus proyectos políticos más polémicos.
Ultimamente, «Pechi» ha soportado estoicamente la puja desatada por Sobisch para apropiarse de buena parte de la obra pública municipal, consciente de que al fin y al cabo más allá del bolsillo que financie las obras los vecinos terminarán por reconocer su capacidad de gestión.
Pero aunque por ahora gobernador e intendente comen del mismo plato, Quiroga, presidente además del radicalismo, no ha podido permanecer en silencio frente a la última ofensiva del sobischismo contra el «enemigo» periodista.
Aunque se limitó a defender a las víctimas sin mencionar al victimario, el intendente no pudo evitar las iras del régimen. Manganaro y su amigo Claudio Silvestrini, el ministro de Hacienda, salieron a morderle los garrones. Entre otras cosas, le endilgaron que las incontables obras municipales, entre ellas algunas de las que se realizan con motivo del centenario de la ciudad, son financiadas por la provincia y lo acusaron de tenerle miedo al director de este diario.
En realidad, a lo que le tiene pánico el intendente es a quedarse pegado a los papelones de Jorge Sobisch, a que, en aras de garantizarse la gobernabilidad, lo arrastren hacia el territorio sin retorno del ridículo.
Héctor Mauriño
vasco@rionegro.com.ar
En su ofensiva contra la libertad de prensa y el diario "Río Negro", el gobierno provincial acaba de experimentar otro fuerte revés.
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