Escorzo
Por FERNANDO BRAVO
rionegro@smandes.com.ar
No es fácil pintar en escorzo. Dominar el secreto de la perspectiva en objetos situados oblicuos o perpendiculares respecto del lienzo que los contiene, exige habilidad y conocimiento de la técnica. Pero San Martín de los Andes es hoy una tela poblada de dibujantes, que no aciertan con el trazo.
La tela es siempre limitada en el espacio pero, aquí, las figuras se salen de madre. Una ciudad turística no puede tener un lago contaminado. Esta no es la superpoblada Europa. La densidad poblacional de toda la cuenca Lácar es todavía una risa.
Una ciudad turística no puede transitar la incertidumbre de un colapso latente en sus servicios básicos.
Hay gas pero no alcanza la red. Cada tanto se corta la energía. Hay agua, pero las tomas del río Quilquihue serán insuficientes en no mucho tiempo. Hay aeropuerto, pero se cierra en lo peor del invierno, cuando llega el grueso de los turistas. Hay caminos, pero siguen rotos.
Hace 40 años, este era un pueblo maderero con incipiente turismo. Hoy es netamente turístico, actividad que alimenta a su otro motor: la construcción.
Muchas de esas obras están destinadas al turismo. Son locales, complejos u oficinas. Pero la mayoría son viviendas de primera o segunda residencia. Como fuere, gente nueva en el pueblo.
La combinación de más habitantes y más turistas es, en cierta medida, sana. Revela dinamismo, savia vital, futuro. Pero también es un desquicio cuando la infraestructura corre por detrás, muy lejos.
San Martín es una de las tres primeras ciudades en el renglón de crecimiento de la provincia. Semejante performance complica al mejor parado, pero este proceso no se inició ayer. La tendencia comenzó a consolidarse en los 80 (la tasa de crecimiento migratorio paso de 2,9 por mil en el período 1970/80 a 14,2 por mil en 80/90). No hay excusas para la imprevisión.
Es injustificable que las obras se hagan cuando el lazo está en el cuello. Y no es la primera vez. El Lácar ya se contaminó y se descontaminó en los 90, cuando la decisión de hacer la planta de tratamiento fue consecuencia de que ya nadie podía bañarse en sus aguas. Es increíble que vuelva a ocurrir. Ahora, una vez más con la Costanera cerrada, se apura el paso para hacer lo que debió preverse y ejecutarse hace tiempo y hace unos cuantos gobiernos.
Se dice que la planta Lácar colapsó por el notable flujo de turistas de este verano. ¿Puede eso sorprender? ¿No es lo que cabe esperar? ¿No es el deseo de todos que haya más visitantes?
Por cierto, no es sólo la cantidad de turistas sino, como se apuntó, la mixtura entre más visitantes y más residentes que usan las cloacas al mismo tiempo.
Nótese un episodio en apariencia sin relación, para comprender los alcances del asunto. Un grupo de vecinos envió una nota al Deliberante, pidiendo regular los ruidos molestos en obras en construcción, ya no sólo en los locales nocturnos.
Podrían pasar por un puñado de quejosos, que no se aguantan unos martillazos por la mañana y ponen a la deseable tranquilidad de los turistas como excusa. Pero, paradoja, muchas de esas obras se hacen para el mercado del turismo. En el fondo, el planteo revela los síntomas de la desproporción. La desmedida.
Crecen los turistas, crecen los residentes, crecen las demandas y se crispa la convivencia, porque las respuestas son lentas. No tanto por cíclicas crisis de la economía, «default» o problemas de gestión.
Se pinta por impulsos. Se mezclan los objetos del gran cuadro sin cuidar las relaciones entre sí y con el lienzo. Se desprecia la perspectiva.
Por FERNANDO BRAVO
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