El MPN como sistema

Omar Gutiérrez, ganador del domingo, irá por su segundo periodo, hasta el 2023.

Hablar de sistema es pensar en un todo, con sus partes y ajustes funcionando. Eso es el Movimiento Popular Neuquino. Con casi setenta años de historia y doce elecciones a gobernador triunfantes. Desde 1983, diez consecutivas.

El MPN es un sistema formidable. Duro, resistente, puede mantener su vigencia aun frente a desafíos extraordinarios. Como el que le propuso recientemente un vicegobernador al propio candidato a la reelección y gobernador en ejercicio. Por si fuera poco, en este turno, un “ex”, otrora poderoso, quiso volver a gobernar, esta vez por afuera, colgado de otro sello partidario. No le fue tan mal, logró rebanarle no pocos votos al MPN sistema. Aún más, con su discurso del orden fue ratificado dentro por gran parte de la familia policial.

En este marzo el MPN demostró que puede contar con esa capacidad hegemónica que no recurre a la violencia desbordada ni al autoritarismo sin propósitos. Capacidad hegemónica que se observa en la flexibilidad con que trabaja frente a contextos históricos tan cambiantes por las fuertes disputas nacionales.

Por eso, para cada una de esas circunstancias puede ofrecerse como peronista en algunas de sus varias experiencias, también alfonsinista, igual macrista. Nunca de manera tajante pero si suficiente para acercarse al “centro capitalino” por medio de un federalismo de la negociación, nunca de la ruptura.

El sistema también es flexible porque privilegia su exclusivo territorio neuquino. De allí que pueden convivir con diversas versiones de aquellos “-ismos” nacionales y a veces coyunturales. Será por ello que muchos discursos de los consultores y de los otros hablan de una fuerza política gobernada por líderes que están cómodos con el pragmatismo y, como tal, faltos de resquicios morales. Mucho de ello hay en las prácticas y sus líderes, pero no es lo que destaca al MPN.

La capacidad hegemónica es su auténtico arte. Su sistema es eso. Remite a cuestiones objetivas y de las otras, de esas que llamamos subjetivas.

Para las primeras cuenta la administración de los recursos. Mayormente su dosificación y transformación en incentivos.

En cada elección provincial vemos el enorme despliegue de recursos transformados en incentivos generosos pero selectivos. Eso que en ciertas versiones reduccionistas es denunciado como clientelismo del peor. Lejos de las fórmulas simplistas, el MPN despliega un extendido clientelismo que puede llamarse en su propia jerga “del compromiso”. Ese que establece un lazo preferencial tanto material como subjetivo entre las dos partes de la relación.

Ciertamente con dirigentes que disponen de extraordinarios medios para ofertar, mayormente estatales, con sus tarjetas de compra de bienes básicos o subsidios para estudios y ¡cuántas otras cosas más! Esos medios materiales son parte de las solidaridades que define la relación. Desde allí todos ganan.

Es que el “clientelizado” es más que un sujeto doblegado, sin voluntad de interferir en el vínculo. Y su contraparte, el “clientelizador” no es solo un actor que subordina. La antropología y sociología cuentan con demasiados estudios que demuestran que estamos ante procesos de regateos, negociación y, sobre todo, de reconocimientos y solidaridades. Eso es muy humano. Y social.

El MPN no necesitó ir a la universidad para saber de la importancia que tiene esta relación para la representación. Que no solo es política, aunque sí se traduce en votos. Esa representación va más allá de los bienes, tiene el lado subjetivo. Que a su vez es reforzado desde líderes que están aquí y allá. Este es un elemento de continuidad clave para entender el MPN en toda su historia.

Desde Felipe Sapag hasta el actual Omar Gutiérrez, más éste aún, que está lejos de aquel mundo carismático de estirpe peronista, todos los aspirantes a gobernador o que buscan la reelección han estado con ministros, también figuras intermedias y con quienes viven “el barrio”. Solo hay que mirar la activa agenda de los últimos cinco meses de quien resultó ganador el pasado domingo.

Reunión tras reunión, convocatoria más nuevos encuentros. En el local del partido, en las oficinas públicas, hasta en su pituco barrio residencial. En Neuquén capital o en el paraje del norte neuquino. En esos lugares se escuchó la voz de quien se asume como jefe, pero los interpela desde una fórmula de igualdad. Aún más se parece como uno al acercarse al vecino o empleado. Él es el hacedor de hoy, acompañado por el de ayer -dixit Jorge Sapag-, que reproduce el sistema. Mañana vendrá otro. Hasta aquel que fue el desafiante de ayer pueda que tenga su oportunidad.

Desde Felipe Sapag hasta el actual Omar Gutiérrez, más éste aún, que está lejos de aquel mundo carismático de estirpe peronista, todos los aspirantes a gobernador o que buscan la reelección han estado con ministros, también figuras intermedias y con quienes viven “el barrio”.

También algo de utopía. El MPN ofrece un mundo por conocer, aunque se parezca al ya conocido. Y lo conocido es mejor que las promesas vacuas. En esa utopía realista (siempre que sea posible encontrar una como tal) el MPN ofrece el mejor sistema para representar a los neuquinos promoviendo una ciudadanía de tipo corporativa.

Puede que no a todos, sí al menos a la parte que identificada y movilizada permite ganar elecciones. Una porción de la sociedad que existe en el mundo territorializado habla y vive en cada campaña esa utopía realista. Desde allí el MPN también puede mostrar sensibilidades, emociones, un imperio de sentidos con su idea de Neuquén.

Igual que en el mundo de los peronistas y de pasadas y poderosas identificaciones cuando habla de Argentina. Neuquén con su neuquinidad es una comunidad imaginada, real, de incentivos, de vida para hoy y mañana. Aquí la ciudadanía corporativizada. Ello también hace al sistema. Las subjetividades de este orden siguen pesando.

El MPN es el centro de todo ello. Sistema y capacidad hegemónica. Eso que también trabaja sobre los márgenes y se beneficia de ingenierías electorales informatizadas y de las manuales. Antes, un voto en cadena. Ahora, bajo el dominio misterioso de las colectoras. Estas hace dos décadas forman parte de un sistema de partidos comandadas cuyo cerebro es el MPN.

Todo lo dicho va más allá de puro elogio. Es parte de entender una cultura política que logra perdurar a pesar de todo. Vale por su eficacia del sistema.


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