Muchachos de salida en el peronismo rionegrino

Salió abollado de las urnas y no parece tener lo que don Crisólogo Larralde aconsejaba: una “Voz», que aunque no manda, está «dispersa en el conjunto».

Verbo ácido. Desbordante de cinismo. Verbo que irrita a unos, generalmente de rústica dialéctica neuronal. Pero que siembra coincidencias, verdades en mentes sin patologías.

-Pero, coincidamos “turco”: el peronismo se está muriendo -le dice Fantino al hombre del verbo…

-¡Ah, no! En esa no me meto -responde Jorge Asís y acota:

-Mirá… Cualquier argentino que precie su cabeza no entra en esto de la muerte del peronismo… Es de gil hacer política especulando con la muerte del peronismo. Yo precio mi cabeza. Si en algo soy un consumado especialista no es en literatura, el periodismo al que me dedico… Soy un consumado especialista en esto de la muerte del peronismo, que nunca se muere. ¡Lo vi morir tantas veces! ¡Estoy grandecito, Fantino, dejé los escarpines hace mucho. Lo vi morir en el ‘55 y en el… y en el… y en el… y en el… -responde el autor del magnífico “Flores robadas en los jardines de Quilmes”.

Una década atrás, cuando la muerte lo cercaba, Tomás Eloy, escribió: “El peronismo viene y va. Y cada vez que se va los que no somos peronistas nos autoconvencemos -generalmente bajo dictado de desesperada necesidad- de que ya no volverá. Pero el peronismo sigue signando nuestras vidas. Bailamos a su compás”, concluyó el autor de “La novela de Perón”. Concluyó quizá recordando aquel día de septiembre del ‘55, cuando fusil en mano, casco en testa, cuerpo a tierra en un puente de su Tucumán, no sabía de qué bando estaba: con o contra el general…

Y sí, guste a quien le guste y no le guste a quien no le guste, el peronismo está. En mil formas. Con cansancio de material. Serpenteado por fragmentaciones. Con sus riñas consigo mismo. Incluso arrastrando la historia de aquella guerra interna del 73-76.

Y está siempre blandiendo su inclaudicable voracidad por el poder. De ejercerlo agriamente.

Pero claro, hay alteraciones en esta historia. Alteraciones que por lo puntual no afectan lo general. Se trata del peronismo rionegrino.

En la transición, su historia desborda de derrotas en la lucha por la gobernación. La única vez que la atrapó, un balazo se cruzó en su camino. Lo sacó de juego cuando su poder era aún muy nonato.

Fue abollado duramente en urnas recientes. Quedó fiero. El gobierno de la provincia fue para otros. De cara al futuro, a este peronismo lo acechan nubes rastreras. Negras. Propias del Atlántico sur.

Esas nubes que tanto maldijeron los marinos ingleses rodeaban Malvinas.

Pero no es motivo de reflexionar aquí sobre el por qué de los bollos ahora a este peronismo.

Sí lo es para señalar que tras la tunda este peronismo se quedó sin lo que un radical rústico de intelecto pero de verbo apasionante llamó la “voz, derrotada o no, pero la voz”.

Se llamó Crisólogo Larralde. Hombre de Avellaneda. En tiempo que ya se torna bíblico, fue compinche de Ricardo Balbín y Arturo Frondizi. Duro contra el peronismo. Trascendió por su inmensa entrega a las causas que defendió. También -y aspiramos a no dañar las buenas costumbres de nadie- porque era inmenso. Y claro, usaban trajes inmensos. Con bolsillo hasta la rodilla. Y cuando hablaba en público medía su inmensas manos en esos bolsones. Y acomodaba sus genitales.

Larralde decía que en política, ante la derrota, siempre debía emerger una “voz”, que aunque formara parte sustancial de la derrota era “la voz”. “Voz que no manda, pero está, y está dispersa en el conjunto”.

Quizá ese fue el signo que definió los liderazgos de Remo Costanzo, Carlos Soria y Miguel Pichetto en sus pasos largos por el peronismo rionegrino.

Formaron parte consustancial de derrotas y derrotas. Hay razones incluso para imputarles mil culpas en la suerte de este PJ. Pero fueron “voz” y más “voz”.

Y acariciaron el sillón de Viedma en más de una oportunidad.

Si en 1987 a Remo Costanzo no lo traiciona Mario Franco formando el Partido Blanco, le hubiese disputado mano a mano el poder a Horacio Massaccesi. Y en el ‘95, Costanzo perdió ante el radical Pablo Verani por 654 votos. Más adelante, en el 2003 el radical Miguel Saiz le ganó a Carlos Soria con el corazón en la boca: 3.700 votos. Luego, el efímero triunfo en el 2011. Ahora el peronismo apostó a su hijo, Martín. Pero, si bien éste heredó la tenacidad y el verbo agrio del Gringo, no ocurrió lo mismo con su cintura política para bajar decibeles y generar consensos cuando la ocasión lo amerita.

Hoy, este abollado peronismo rionegrino no parece tener nada de lo que don Crisólogo aconsejaba.


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