A caballo, por la montaña y el río, hasta el Cajón del Azul

VERANO 2004

Se paran enfrentados. Se estudian. El veterano de mil ascensos mira a su ocasional acompañante con aire displicente. Baja la cabeza, resignado, y se apresta a cargar con el peso de un improvisado jinete que, durante las siguientes nueve horas, pasará por todos los estadíos de la emoción y la adrenalina. Comienza de esta manera, una de las excursiones más lindas que pueden realizarse en El Bolsón: la cabalgata hasta el refugio de montaña del Cajón del Azul.

No es necesario conocer de caballos o ser un eximio jinete. Tan sólo hace falta armarse de espíritu aventurero (y también de un almohadoncito) y decidirse a «domar a la bestia», aunque cada una de ellas sea más mansa que el agua de pozo. Quienes demuestran una infinita paciencia son Marcelino Figueroa y Milton, los dos baqueanos-guías que tienen a cargo la cabalgata de varias horas y son responsables por la seguridad del grupo y los comentarios didácticos que ofrecen durante el trayecto. La cabalgata comienza a las 9.30 horas en un sector conocido como «Chacra de Wharton», a 15 kms. del centro de El Bolsón. Allí, tras distribuir los caballos entre los que saben montar y los debutantes, ambos guías se abocan a brindar lecciones de manejo. Giro a la izquierda, a la derecha, frenada…son algunos de los consejos. El más importante: no asustarse si el caballo decide ignorar las órdenes de los jinetes y buscar el mejor camino, algo que repiten con exasperante asiduidad. Es que los verdaderos conocedores de la montaña son ellos mismos y no sus conductores.

El grupo de cabalgata es heterogéneo. Por allí marcha una familia completa de General Roca. La mamá (le tocó el caballo más gordo y por ende, el más tranquilo), el papá, un hijo y su hija con novio incluido. Otra familia de Buenos Aires y tres extranjeros: un norteamericano (Jeffrey, de Nueva York), un suizo (Stephan) y una belga (Marie). El ascenso, por pequeñas sendas, huellas que transcurren por la espesura de un bosque de lengas, el vadeo del Río Azul y algunas planicies, se realiza en 2 horas y media. Marcelino y Milton (uno abriendo el paso y otro controlando la cola de la cabalgata) están atentos a cada detalle para brindar la máxima seguridad al grupo.

Cuando ya los ánimos comienzan a flaquear y los caballos a cansarse del peso y las metidas de pata de los jinetes, el grupo llega al refugio del Cajón del Azul. Es el mediodía y todos están famélicos. Atilio Csik, el refugiero ya recibió el anuncio de la llegada del grupo y encendió el fuego. «¿Qué vamos a comer?» preguntan todos. Marcelino señala la grupa de su caballo donde lleva el chivito, recién carneado, que tiene destino de asador. Mientras el asado se dora a las brasas, los turistas recorren los alrededores. La mesa está lista y aparece la primera sorpresa: el norteamericano y la belga son vegetarianos. El refugiero ofrece la solución con verduras frescas de su propia huerta. El resto, con la excusa de reponer fuerzas, «arrasa» con el asado. En la mesa, la fresca cerveza casera que elabora Atilio apaga la sed del camino.

Después del almuerzo, una breve caminata hasta el «cajón», una particular conformación geográfica que la erosión de las aguas del río Azul se encargó de labrar en la piedra a lo largo de los siglos. Cansados pero satisfechos, a media tarde, se inicia el descenso hacia El Bolsón. A esta altura nadie pretende enfrentar el capricho de los caballos. Todos regresan con el convencimiento de haber visitado «un lugar maravilloso, muy cerca del cielo».

Postales de un recorrido único

Son 14 kilómetros de camino hasta el maravilloso Cajón del Azul. Dos horas de recorrido por la belleza de un paisaje insuperable. El único requisito: un espíritu aventurero.

De la mano de los más expertos

La turista de General Roca dice «me siento Susana Giménez». Es que a la señora le tocó un caballo llamado «Corcho», igualito al apodo del novio de la diva. Durante el ascenso al Cajón del Azul tendrá motivos de queja. Es que el equino, un animal de buen comer, está algo gordo, lo que obliga a la mujer a emular a una bailarina clásica en su apertura de piernas.

«Estou es romanticou», repite el turista belga, sin cansarse de la única frase que se atreve a articular en castellano. El neoyorquino y la belga se limitan a comentar algunas cosas en sus respectivos idiomas. Sus rostros, ante la belleza del paisaje, expresan en el lenguaje gestual, la sorpresa y emoción.

A «Río Negro» le tocó en suerte «Rosillo», un caballo manso, veterano de cientos de subidas. Es pionero del camino al Cajón del Azul: hace 8 años que transita los senderos y conoce cada piedra y cada vado. Camina solo. Marcelino pide a los jinetes que nadie se asuste si su caballo demuestra libre albedrío y se corta solo por algún lado: conocen el camino como nadie. La excursión, una de las más buscadas por los turistas, cuesta 90 pesos por persona con almuerzo incluido. La empresa «Grado 42» es la encargada de comercializarla. Un promedio de 10 personas por día la eligen.

 

Julio Alvarez

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