¿A quién le interesa la salud mental?

Por Juan José Servidio (*)

La salud mental es un tema sumamente actual y tan histórico como la necesaria y amenazadora existencia del alma.

Tengo la convicción que se me impone, de expresar sin pudor ni condicionamientos que en el inicio de este tercer milenio ha aumentado pavorosamente el sufrimiento psíquico, sin olvidar las guerras y los genocidios del pasado de nuestro país y el mundo entero.

Probablemente hoy en el combate cotidiano, entre otras causas, se encuentra la fetidez que emana de una sociedad descompuesta, fragmentada y pervertida por aquellos y también siempre eternos dinosaurios (con perdón a la naturaleza) que se atribuyen el poder sobre los pueblos. Me parece también que la escisión entre los valores y la imagen, el cuerpo y el alma propuesta por el consumismo, como las estafadoras convertibilidades y la mentirosa ilusión de pertenecer a un Primer Mundo, equivalen a los espejitos de colores de la conquista que no cesa.

Hoy y una vez más, hemos sido despojados de un puñetazo de aquellos supuestos beneficios, y así arrojados al vacío en un clima de desesperación e incertidumbre. Estoy impresionado por cómo en los tres últimos años han aumentado día a día los pedidos desesperados de ayuda, orientación, tratamiento y consuelo, solicitudes que no respetan edades, sexos, credos ni clases sociales.

A pesar de todo, nuestro psiquismo se constituye y defiende de las amenazas infranqueables a la hora de intentar vivir. Los trastornos mentales, en sus distintas magnitudes y expresiones, evidencian un sufrimiento psíquico que se encuentra en el centro de la escena de nuestro caleidoscópico tiempo. Las ovejas más sensibles, frágiles e inocentes, los seres transparentes con ideales y valores, los que creen y esperan, y los muchos otros condicionados, atravesados por sus historias o tocados por el destino, han quedado encerrados, apretados, comprimidos por un corral que no se ve (como el alma) pero se siente.

El sufrimiento psíquico

Debemos aprehender que existe toda una historia entre la comprensión y el rechazo o reconocimiento de las enfermedades mentales, el sufrimiento que acarrean al paciente, su familia y el comportamiento del contexto sociocultural. Recordemos que venimos de los grilletes y cadenas, de la hoguera, el encierro o confinamiento, la marginación con la quita de los derechos cívicos, el chaleco de fuerza, los golpes, la extirpación de partes del cerebro, la presión sádica y torturante de las zonas genitales más sensibles, entre otros recursos que se tenían como terapéuticos. Realmente hemos avanzado mucho aunque persistan bolsones de ignorancia fundamentalmente en países como el nuestro. Intentemos describir y comprender un poco más a los protagonistas de esta historia viva.

El contexto socio-cultural: estamos aprendiendo con dolor. Hoy los medios de difusión tratan la problemática, es al menos un tema que ocupa algún lugar en la agenda, aunque muchas veces persisten miedos, vergüenzas, «de eso mejor ni hablar», y un sinnúmero de prejuicios, concepciones mentirosas o al menos complementarias pero no suficientes: la situación económica, el ritmo de vida, «es este cuerpo que no deja de molestarme», las somatizaciones y/o cuerpalgias, dolores erráticos en los cuales se malgastan infinidad de recursos sin resultados satisfactorios, generando el aumento de la desorientación y «los dolores».

Las familias: son la instancia fundamental en la comprensión y búsqueda de una respuesta al malestar y a la angustia en la que se encuentran junto al sufrimiento psíquico del ser querido. En muchas oportunidades queda presa de los prejuicios e ignorancias del contexto como citábamos anteriormente. Ocultan por vergüenza, niegan por miedo, se paralizan por la culpa o no saben adónde dirigirse.

Volviendo al interrogante inicial, ¿a quién le interesa la salud mental?, considero, sin el ánimo de caer en reduccionismos, que el enfermo, el paciente, la persona o el sujeto que sufre es el más interesado en aliviar su dolencia. Quiero destacar que éste es el protagonista, el que está ubicado en el centro de la cuestión, aunque en muchas oportunidades lo acompañan su historia familiar y sociocultural que condiciona en forma más o menos importante el devenir de su proceso hacia la enfermedad y/o el bienestar. En él se centran las ideas y sentimientos de ruina, impotencia, remordimiento y pérdida del sentido de vivir, como ocurre en las depresiones, la mayoría de la veces acompañadas de un insomnio torturante, abandono de la higiene y los cuidados personales más íntimos. El rechazo a alimentarse por una culpa atroz y la imposibilidad de crecer, decidir, hacer y desear el desarrollo personal, quedando atrapada en la nostalgia inconsciente del vientre materno, como en las anorexias. Sensaciones de desconocimiento de sí mismo, caída espantosa en momentos donde se desmorona la identidad, agobiantes ideas de persecución, si hablamos de trastornos paranoicos.

Por último, en esta breve e incompleta síntesis, no puedo dejar de mencionar las fobias, los ataques de pánico y angustia tan frecuentes en la última década, cuadros que invalidan y discapacitan a un creciente porcentaje de la población joven. Lo más preciado, los niños, abusados sexualmente, condicionados gravemente a poder realizarse y acceder a una sexualidad reproductiva y placentera, y aquellos que consumen sustancias no porque sean adictos, sino en búsqueda de aliviar un dolor por vivir sin ideales, sin valores ni proyectos, demandando «un lugar en el mundo» donde realizarse.

Como lo afirmó Winicott, la ausencia en los padres de estos requisitos esenciales y básicos para la vida son un impedimento casi determinante en la constitución psíquica de los niños.

Muchos de estos trastornos lamentablemente generan desenlaces fatales, con intentos de suicidios, muertes y pedidos desesperados de auxilio que todos, con distinto grado de responsabilidad, tenemos que saber escuchar. Terminemos por reconocer la desesperada sobreadaptación de familias enteras víctimas de muertes violentas, inesperadas, accidentales o no.

Comprensión y compromiso

La cría humana al nacer es lanzada a la insondable e insoportable tarea de hacerse sujeto único y singular, envuelto en un contexto socio-familiar desafiante y amenazador, muchas veces con la sensación de estar atado a un cuerpo que grita por ser escuchado, mirado, tocado por otro, al que se le atribuye culturalmente el saber y el conocimiento: el médico, el psicólogo, el trabajador social, el enfermero, etc.

Según la magnitud de este sufrir, podemos elaborar diferentes modos de atención. ¿Cuáles serían los prerrequisitos por asumir al iniciar un tratamiento en búsqueda del alivio y la cura? Destaco que los conceptos básicos que a continuación se exponen tienen relevancia fundamental para las personas que sufren trastornos mentales moderados y graves:

-Buscar la comprensión y el compromiso con la tarea, para atenuar el sufrimiento psíquico.

-Evitar caer en las trampas de reduccionismos mediocres, tales como: el biologismo, picologismo, asistencialismo, tecnologismos, etc.

-Abordar a la persona enferma desde un punto de vista integral. Nunca es un órgano (el hígado, el estómago, el corazón) el que sufre aisladamente, sino que es el ser en su totalidad, con cuerpo y alma (psiquis) en la mayoría de los casos ocupando un lugar, cumpliendo o no un rol familiar que está más o menos inserto en la sociedad y la cultura, que proviene de una historia y lucha por un bienestar a construir hacia el futuro.

-Saber y estar humildemente convencido de que nadie puede definir a priori la capacidad de recuperación y rehabilitación de las potencialidades del paciente.

-Por último, la complejidad y gravedad de los trastornos mentales exige, la mayoría de las veces, un trabajo interdisciplinario articulado a través de un equipo humano y profesional con vocación de curar.

Cerrando esta breve reflexión, cada uno de los lectores podrá tener una respuesta más o menos comprometida con respecto a aquella pregunta: «¿A quién le interesa la salud mental?». Yo quiero afirmar que a pesar de todo, la temática aparece como un serio problema sanitario en las agendas de la OMS y la OPS (Organización Mundial de la Salud y Organización Panamericana de la Salud, respectivamente) en este tercer milenio, aunque en el país y muchas otras regiones del mundo existen en la actualidad terribles bolsones de ignorancia, negación, menosprecio, reduccionismos y mediocridad que dejan a muchas familias sin respuestas.

Médico general psicoterapeuta

Instituto Austral de Salud Mental


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