A veces el sistema deja ver detrás de la careta

La frase sacó todas las caretas: «los muertos son parte del sistema» y, por eso, «el espectáculo del fútbol siempre debe continuar». La pronunció Antonio Matarrese, un dirigente atornillado al sillón del poder y actual presidente de la Liga de fútbol de Italia, que agrupa a los 42 clubes de las Series A y B de ese país. El impacto fue tal que provocó una indignada respuesta del premier Romano Prodi y titulares en toda la prensa internacional, aunque en Argentina, algunos medios importantes eligieron titular con la condena del Papa Benedicto XVI a la violencia del calcio.

Matarrese buscó luego rectificarse, pero su brutal sinceridad reflejó el pensamiento de casi toda la dirigencia no sólo del fútbol italiano, sino también del argentino, que comenzará un nuevo torneo Clausura sin haber realizado un análisis profundo sobre los graves episodios del último Apertura, acaso los más graves en las últimas décadas.

El calcio está preocupado porque al premier Romano Prodi no le interesa el fútbol. El ama el ciclismo. En el ministerio de Deportes puso a una mujer, Giovanna Melandri, e intervino a la Federación de fútbol de ese país (FIGC) con un ex jugador de waterpolo que anda en silla de ruedas (Luca Pancalli) y que tiene como fiscal de investigaciones a un ex juez que ama la ópera y la hípica y casi nunca fue a un estadio (Francesco Borrelli).

Afortunadamente, todos ellos seguramente no forman «parte del sistema» que busca proteger gente como Matarrese. Un sistema que ha arruinado la que era la Liga de las Estrellas, hoy precisada de figuras en el ocaso (como Ronaldo), con estadios semivacíos, contabilidades falsificadas de los clubes y torneos arreglados, según se comprobó el año pasado, con la condena que envió a la Juventus a la Serie B.

Un repaso de lo ocurrido en Italia tras el asesinato el viernes del policía Filippo Raciti, por parte de fanáticos del Catania, desnudó debates aquí ya conocidos: si los «ultra» (es decir nuestras barras bravas) deben ser blanqueadas y recibir un trato distinto o ignoradas y sometidas a las leyes que caben al resto de los hinchas, ciudadanos de a pie. Si los clubes son víctimas o cómplices de los violentos. Si el fútbol es simplemente un catalizador de otra clase de violencia (Catania está en el empobrecido sur y allí uno debe arreglar con la mafia hasta para el sepelio de su madre, como dijo el periodista y eurodiputado Claudio Fava a La Gazzetta dello Sport). Si debe ayudarse económicamente a los clubes para que modernicen sus estadios inseguros. Y si será mejor jugar a puertas cerradas o al menos sin visitantes hasta que todo se tranquilice.

Uno lee a la prensa italiana y es como si leyera la argentina después de un muerto en nuestras canchas. Primer y Tercer Mundo se acercan. Hasta España, que luce orgullosa sus estadios menos violentos, sufrió el domingo un «tic» más propio de nuestro fútbol criollo: todo el Santiago Bernabeu silbó al Real Madrid tras su pésimo juego en la derrota 1-0 ante el modesto Levante. Todos menos los «Ultra Sur», es decir la barra brava del club. El gesto fue agradecido luego en conferencia de prensa por el DT Fabio Capello. Igual que en muchas canchas locales.

En Italia, el escritor Beppe Severgnini escribió en el Corriere della Sera una lista de recomendaciones para atacar el fenómeno de la violencia y pidió allí penas para los periodistas que de ahora en más elogien «las bellas coreografías» de las hinchadas y hablen de las «guerras de los hinchas» como un «fenómeno vital, una fascinante alegoría bélica». Severgnini seguramente no sabe que, en Argentina, numerosos turistas, italianos incluídos, pagan por un paquete turístico que les permite ir a la Bombonera junto a La 12, colgar un trapo y gritar subido al paraavalancha, al lado del Rafa Di Zeo.

EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES


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