Acerca de la muerte del soldado Carrasco

El «Río Negro» en su página 27 del día 14 del presente mes publicó una serie de hechos relacionados con el caso Carrasco, incluyendo un reportaje al ex subteniente Canevaro. A este caso lo seguí muy de cerca, siendo por aquella época diputado de la nación. Este aporte periodístico me trajo a la memoria este «caso», por lo que me voy a permitir algunas reflexiones.

Mucho de lo que se dijo sobre este tema es de dudosa credibilidad y otros acontecimientos quizás se hayan ocultado. Se habló de brutales golpizas, que puede ser que no hayan sido tantas. Lo que está perfectamente testificado son las burlas, las humillaciones y los intensos «bailes» propinados por el subteniente Canevaro, el sargento Sánchez y algunos soldados «viejos».

Lo cierto es que el 6 de marzo de 1994 el soldado Carrasco decidió abandonar el cuartel, ya que no aguantaba más semejantes sometimientos. Qué sucedió de ahí en más, está dentro del terreno de lo aún desconocido.

La primera pregunta: ¿dónde estaba el teniente coronel With ese día, a la hora de la desaparición? Se lo buscó en la casa, por teléfono, por handy y no apareció, tanto que el oficial de guardia avisó a la policía de Zapala y Cutral Co a los fines de que fuera buscado. No fue encontrado, ni aun en su casa, único lugar que tenía para protegerse. Es decir: el soldado no había salido del cuartel, por lo que se deduce que murió dentro del cuartel.

¿Murió por la tan mentada golpiza? Me atrevería a decir que la golpiza no le produjo una muerte inmediata. Según el Dr. Brailovski, forense de la Policía Federal, sostiene que sobrevivió alrededor de 48 horas. ¿Y por qué muere? Simplemente porque fue tratado el síntoma que presentaba -un estado de shock- por la sangre derramada y no fue tratada la causa del mal. Estoy seguro, porque he pasado como paciente accidentado por el hospital de Zapala, que cuenta con un equipo médico de alto nivel.

Podemos decir que nadie le produjo la muerte, sino que el Ejército lo dejó morir y que también ocultó su muerte.

Que alguien le pegó, fracturó costillas, rompió arterias intercostales -produciendo lo que se llama un hemotórax con dos litros y medio de sangre en el tórax- casi ni se puede dudar ni discutir. ¿Pero quién fue el que pegó? ¿Un soldado, un subteniente o un oficial de baja graduación, o un suboficial? Si hubiera sido así, ni el cadáver podría haber permanecido un mes en el cuartel o no habría habido inconveniente para trasladarlo al hospital, pues no comprometería a un militar de alta graduación. Todo induce a pensar en alguien de alto rango militar como el golpeador.

Desde 1984 le está permitido al Ejército juzgar únicamente los casos estrictamente militares. Los delitos comunes que aparecen en el Código Penal son juzgados e investigados por la Justicia Civil. Pero en este caso no fue así. Se estableció un tribunal militar que en Covunco conformaron un juicio que hasta condenó a Canevaro y a Sánchez. La introducción de personal de Inteligencia del Ejército está totalmente prohibida. Y aquí lo hubo, por más que el general Balza en su testimonio escrito y bajo juramento lo negó. El personal del casino de oficiales habla de que desfilaron cincuenta y dos. Tendrían que explicar qué hacía el teniente coronel Jordan, jefe de Inteligencia de la Sexta Brigada, y el teniente coronel José como juez militar.

En este tribunal militar se forjó una teoría buscando chivos expiatorios, que vamos a llamar la «historia oficial». Esta «historia» decía que los causantes de la muerte de Carrasco fueron el subteniente Canevaro, el sargento Sánchez y los soldados Suárez y Zalazar. Hasta acá la «historia oficial». Al sargento Sánchez se le impuso prisión preventiva y se lo incomunicó en Covunco. Aquí aparecieron los premios y castigos de acuerdo con el comportamiento y adhesión a la «historia oficial». Luego lo trasladaron a Buenos Aires, donde las presiones continuaron. Volvió el 18 de junio con un libreto nuevo y también nuevos abogados, que estaban ligados al Ejército.

Veamos el nuevo libreto: «Zalazar le contó que Canevaro le dijo que juntamente con Sánchez «avivaran» a Carrasco y que se les fue la mano». A esta nueva historia se la refiere al juez Caro un sábado 18 de junio hasta el domingo siguiente a las 2.30 hs. Parece que no fue bajo juramento. De modo que la «historia oficial» cambió. Un acusado pasó a acusador. Ahora son tres los acusados: Canevaro, Sánchez y Zalazar.

Pero el tiempo pasó y comenzaron a movilizarse los medios, en especial el diario «Río Negro» que a partir del 20 de marzo dedicó una página por día al tema. Luego los miembros de la APDH, las Madres de Plaza de Mayo y el público en general que comentaba permanentemente el hecho. Esto fue un factor de fuerte presión para quienes conducían el cuartel. No podían tirar el cadáver fuera del predio, pues la policía estaba vigilando, porque esto podía suceder y además -estando el cadáver fuera del cuartel- podía ser tratado por un juez provincial que no respondiera a la «historia oficial» como lo hacía el juez Caro. De modo que se optó por solicitar un helicóptero y estudiar el terreno para ver dónde depositarlo dentro del predio. El pasajero más importante era el Tcnel. With. Seguramente que estudiaron al cerro Gaucho, donde los soldados cuatro días antes habían hecho práctica de tiro y no habían observado ningún cadáver.

Luego vino el juicio oral. El tribunal estaba formado por las doctoras Ingelmo, Vázquez de Argüello y el Dr. Krom. El sargento Sánchez se negó a formular la declaración que le hizo al juez Caro el 18 de junio. Ante la indignación del público, el sargento Sánchez se vio en la obligación de salir por los techos del juzgado. Los miembros del tribunal, tras un fallo muy polémico e injusto a criterio del ciudadano común, debieron abandonar la sede protegidos por una fuerte custodia policial.

En síntesis: no puedo asegurar que Canevaro, Suárez y Zalazar hayan sido inocentes. Lo que puedo asegurar es que no había pruebas para condenarlos. El testimonio que Sánchez dio ante el juez Caro y el que no se atrevió a expresar en el tribunal oral, carecen totalmente de valor y era el único vocero de la «historia oficial».


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