Adaptabilidad: el desafío pendiente

En los últimos 15 años, la sequía, la caída de cenizas volcánicas y las grandes nevadas impactaron negativamente en la ganadería de la Patagonia. Es momento de planificar la producción y desarrollar nuevas capacidades para adaptarnos mejor al futuro.

Por Marcos H. Easdale  (INTA Bariloche -CONICET)

Extremo. El escenario que plantean las intensas nevadas a la ganadería de la zona.

La ocurrencia de diferentes eventos ambientales, muchas veces definidos como extraordinarios, afectaron sensiblemente la producción ganadera en los últimos 15 años en Patagonia Norte con impactos que se evidenciaron en pérdidas productivas, principalmente por mortandad de animales.
Entre los años 2008 y 2013, una persistente fase de sequía aconteció en el monte y en la estepa patagónica. A partir del 2014 y de manera heterogénea espacialmente, los registros de lluvia se incrementaron, significando un alivio al prolongado estrés por falta de agua. Junto con este cambio de escenario, se comenzó a recuperar lentamente la ganadería.
Este escenario regional nos muestra otra cara de la misma moneda. La sequía es un fenómeno que forma parte de la dinámica de los ecosistemas pastoriles. Por ello, aunque hayamos tenido algunos años comparativamente mejores en términos de precipitaciones, la llegada de una nueva fase de sequía en la región es inminente, para la cual hay que prepararse. El problema es que el impacto no ocurre de manera instantánea, sino que acontece lentamente a lo largo de varios meses. Esto provoca que las decisiones orientadas a evitar las pérdidas no se tomen a tiempo. Entonces, es muy frecuente querer hacer algo, de manera desesperada, pero cuando ya es demasiado tarde.

Sequía. Otro de los flagelos que afecta la ganadería.


Mucho más lejano en los recuerdos de los pobladores rurales estaban los eventos volcánicos, hasta que comenzaron a hacerse presentes, como la erupción del volcán Chaitén (2008), la del Complejo Volcánico Caulle-Puyehue (2011), Calbuco (2015) o Chillán (2019). Cada uno de estos eventos provocó la caída de ceniza volcánica en distintas zonas de la región, en un contexto de sequía en curso, que agravó situaciones productivas y sociales. Por último, la ocurrencia de intensas nevadas como las del ‘84 y ’95 parecen anécdotas de un pasado lejano, y agitan opiniones como: “las nevadas de ahora ya no son como las de antes”. Sin embargo, nos sorprendieron las nevadas del año 2017 en el norte neuquino y del 2020 en la Línea Sur rionegrina, perjudicando a muchos pobladores que no contaban con reserva de forraje ni provisiones suficientes.
Es momento de cambiar las lógicas de la planificación ganadera. Ya no alcanza con un plan anual basado en una situación considerada normal, tomando a la sequía o a las nevadas como eventos extraordinarios. Es necesario desarrollar nuevas capacidades y respuestas, que prioricen la adaptación a la variabilidad que nos impone el ambiente patagónico, para orientar las decisiones a reducir las pérdidas y promover rápidas recuperaciones.
Este camino necesita romper el círculo vicioso de pérdida elevada-recuperación lenta. En el último tiempo y frente a la mayoría de los eventos mencionados, las principales medidas de intervención buscaron paliar el impacto inmediato a través de la compra y distribución de forraje (sin poder llegar a tiempo y en forma), y la compra de vientres para el repoblamiento de los campos. Estas dos medidas se desarrollaron sin modificar las lógicas del sistema productivo dominante. Entonces, las intervenciones tienen sentido hasta el advenimiento del próximo evento, que genera nuevas mortandades, que se intentan paliar con forraje y recomponer luego con adquisición de animales, alimentando nuevamente dicho círculo.

La sequía es un fenómeno que forma parte de la dinámica de los ecosistemas pastoriles, para el cual hay que prepararse adecuadamente.


Deberemos avanzar con rapidez en la integración de estrategias de manejo, tecnologías y políticas públicas orientadas a promover capacidad adaptativa.
Por caso, se podría afianzar el uso de sistemas de alerta temprana, para anticiparse a procesos adversos como la sequía, pero esta herramienta por sí sola no alcanza y debe estar acompañada por un portafolio de tecnologías para actuar rápido frente a las contingencias. Por ejemplo, la incorporación de mejoras en la infraestructura asociada al agua, a cobertizos y a corrales con comederos para manejar las majadas semi-intensivamente. Otra estrategia sería el acondicionamiento de sitios protegidos para almacenar forraje, el cual debe estar disponible en el campo y ser utilizado exclusivamente en suplementaciones estratégicas.
Asimismo, se requiere incorporar una serie de manejos flexibles orientados a fortalecer la capacidad de amortiguamiento de los sistemas productivos frente a disturbios. El pastoreo rotativo previendo descansos al pastizal, cargas variables que consideren la eliminación de categorías fusibles o improductivas, técnicas como el destete precoz que priorizan la recuperación de la hembra, animales mejor adaptados y hasta diseños productivos más diversificados.
No hay certezas sobre los escenarios que nos depara el futuro, pero si hoy nos preparamos para lo inesperado, nos encontrará aprendiendo y con capacidad adaptativa para enfrentar los cambios que vengan.


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