Adiós a la guitarra argentina

A los 66 años, murió ayer Cacho Tirao. El virtuoso guitarrista sufría una enfermedad que lo tenía inmovilizado desde el 2000. Aun así, hace cuatro meses grabó el último disco con su hija.

La vida le puso muchos retos en su camino. Pero este último, pudo más que él. Ayer, a los 66 años, Cacho Tirao murió.

Tenía una enfermedad que le había dado su primer y duro golpe en el año 2000, cuando se derrumbó en pleno escenario, mientras daba un recital en Adrogué. El accidente cerebrovascular casi le cuesta la vida: se desplomó un 16 de diciembre de 2000, en un teatro, y volvió a abrir los ojos el 12 febrero de 2001, en una clínica. De 104 kilos, pasó a 70. Pero a cambio de dejarlo seguir respirando, ese golpe le quitó la posibilidad de tocar su guitarra. A él, que desde los cinco años, cuando su padre le enseñó el arte, supo que sería lo único que haría, le dejó su mano hecha una garra.

Acostumbrado como estaba a sortear los nubarrones, hizo de todo para que su mano volviera a ser la de siempre. Esa que le permitió formar parte, entre 1968 y 1971, del quinteto de Piazzolla. Con más tezón que logros, cada día, durante diez minutos primero y media hora después, practicó como si se tratara de hacer palotes con una «cachetarra» , un diapasón de guitarra, sin la caja, que sus amigos músicos le habían acercado para que saliera de ese estado sin música al que había llegado. Y él, hombre acostumbrado a los esfuerzos, lo logró.»me siento como un alumno de segundo grado. Si antes estaba tocando en el techo, ahora estoy en el piso», decía.

Primero tocó en la Iglesia Evangélica Armenia, de la que era devoto. Una devoción que también nació de un golpe, mucho más profundo. Es que en 1986, su hija Alejandra, que por entonces tenía apenas 17 años, disparó un revolver que creyó que era de juguete y sin querer mató a su único hermano, Gabriel. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Ultimamente repetí esa frase todos los días de mi vida, porque Cristo me fortaleció y me sigue fortaleciendo. Después d ela muerte de nuestro hijo Gabriel me aferré mucho a él. me siento no como Job, porque el perdió mucho más que yo, pero un poquito así, por todo lo que me pasó. Pero Dios me dio otras cosas: tocar la guitarra, escribir, componer, que e es lo que yo amo en la vida, aparte de mi mujer». decía Tirao en una de las entrevistas que dio en 2003, a cuento de su regreso.

Pero antes de los sinsabores, Tirao conoció la gloria. Tocó junto a Astor Piazzolla nada menos que la opereta «María de Buenos Aires», entre otras piezas. hasta que un día, el propio Piazzolla le aconsejó que saliera al ruedo solo. «No me echó, pero me abrió la puerta para que hiciera la mía», recordaba siempre Tirao. Solo, entonces, se convirtió en sinónimo de guitarrista virtuoso y popular. De hecho, el ciclo que conducía, «Recitales espectaculares», era uno de los más vistos de aquella época y el disco que de ese programa rápidamente alcanzó la cifra record de un millón de placas vendidas.

En el camino, Tirao tocó con su gran amigo, Paco de Lucía, con Josephine Baker, con Raphael y George Maharis. Dio conciertos en Europa, América, Israel y Egipto.

A él no le gustaba que le dijeran virtuoso. Pero eso cambió. Un día, en 1974, durante una emisión del programa 'Argentinísima», Atahualpa Yupanqui le dijo: «Un gallego diría que usted tiene demasiados dedos en las manos. Eso me hizo recapacitar. Es verdad que al principio, del 70 al 74 me preocupaba mucho por no equivocarme y sacrificaba la expresión por el virtuosismo. Pero cambié y desde entonces los discos que grabé son pura expresión» . En todo caso, con virtuosismo o pura expresión, Tirao dejó un puñado de discos, junto a los tangos, milongas, zambas, jazz y bossa nova que surgían de su guitarra.

 

VERONICA BONACCHI

vbonacchi@rionegro.com.ar


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