Ahora el fantasma de los «enemigos adolescentes» preocupa a los EE. UU.
WASHINGTON (ANSA/EFE).- El fantasma de los «enemigos adolescentes» educados en Estados Unidos se hace cada vez más temible, después de los casos de John Walker, el joven californiano dispuesto a matar por Osama ben Laden, y de Charles Bishops, de 15 años, el piloto que murió por el líder de Al Qaeda.
Pero Bishops, a diferencia de Walker, no pertenecía a una acaudalada familia sino que vivía con su madre en una modesta casa de dos pisos en Palm Harbor, Florida, y lavaba los aviones particulares de gente rica para obtener un descuento en sus clases de vuelo.
«Era un joven normal. Habla poco, no tenía muchos amigos pero vestía y se comportaba como los otros», repitieron a coro sus maestros y compañeros de escuela del liceo East Lake, donde cursaba primer año de estudios.
Le gustaba la poesía y la leyenda del rey Arturo, y además tenía un perro al que cuidaba con toda dedicación.
Tenía como Walker, una familia desarticulada a sus espaldas: vivía con su madre Julia, una artista gráfica, no lejos de la casa de la abuela y jamás mencionaba a su padre a quien nadie había visto, aunque muchos presumen que era de origen árabe (el verdadero nombre de la familia era Bishara).
El joven realizaba un curso de periodismo y, después del atentado del 11 de septiembre, había escrito un trabajo en la escuela condenando la acción del terrorismo.
Una circunstancia que hizo aún más incomprensible para quienes lo conocían, su gesto de robar el pequeño Cessna 172, poco antes de su clase de vuelo, haciéndolo chocar el sábado contra uno de los edificios más altos de Tampa, en una pálida imitación de la matanza del 11 de septiembre.
Aún más desconcertante fue el breve texto de despedida hallado en el bolsillo del piloto suicida, tres breves párrafos de elogio a Osama ben Laden.
El mensaje no contenía ninguna referencia a la familia: El joven no había expresado públicamente ninguna simpatía por ben Laden, pero había señalado a sus amigos, mediante un e mail y pocas horas antes de su gesto, que algo podía ocurrir.
Los agentes del FBI secuestraron su computadora en la esperanza de encontrar huellas de estos mensajes.
A su abuela que lo había acompañado el sábado al aeropuerto de St.Petersburg para su clase de vuelo le dijo inesperadamente: «No quiero enemigos en mi funeral».
La mujer quedó desconcertada pero pensó que la alusión era al riesgo de volar.
Los cazas que nunca llegaron
Charles había programado con cuidado su suicidio. Puso en marcha el vehículo antes de que llegara el instructor y, luego, ignoró las órdenes de la torre de control de volver enseguida a tierra.
Se dirigió hacia Tampa, eludiendo a un helicóptero que lo seguía. En no más de doce minutos, entre que decoló e impactó contra el rascacielos, sobrevoló el espacio aéreo de la base militar de MacDill, la misma desde donde el Pentágono dirige la guerra contra Afganistán. En el breve vuelo hacia la muerte el adolescente que tenía solo seis horas de vuelo, rozó casi un avión comercial de la Southwest Airlines (pasando a apenas 300 metros de él) para dirigirse con precisión hacia su objetivo, un rascacielos de 50 pisos en el centro de Tampa.
El gesto desesperado del joven dio escalofríos a los norteamericanos porque mostró la vulnerabilidad de Estados Unidos ante este tipo de acciones.
Dos caza que decolaron desde una base cercana a Miami llegaron a Tampa cuando el 172 ya había dado contra el edificio.
El atraso se produjo aparentemente por la misma causa que el 11 de septiembre, cuando los aviones interceptores llegaron a Nueva York ocho minutos después de los ataques contra las torres gemelas: fueron enviados desde una base demasiado distante y luego de una complicada burocracia.
WASHINGTON (ANSA/EFE).- El fantasma de los "enemigos adolescentes" educados en Estados Unidos se hace cada vez más temible, después de los casos de John Walker, el joven californiano dispuesto a matar por Osama ben Laden, y de Charles Bishops, de 15 años, el piloto que murió por el líder de Al Qaeda.
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