Al alcance de la mano

Es muy fácil conseguir el arsenal de productos que dopan al caballo de carrera.

INVESTIGACIÓN

Y es fácil competir con un caballo dopado: nadie lo comprueba ni sanciona. Esto pese a que la ley rionegrina T95, que reglamentó el exgobernador Miguel Saiz, dice escuetamente en su artículo 15: «Se prohíbe expresamente el uso de estimulantes químicos o mecánicos (excepto látigo de lonjas o espuelas).

El que contraviniese esa disposición, será sancionado con la pérdida de la carrera, con inhabilitación absoluta de uno a cinco años y con multa en efectivo». Letra muerta, como la ley 2068 que dispone «una alícuota del 5% a todo premio de apuestas o remate en carreras de caballo», a destinar a biblioteca populares.

Está claro que todo esto se evitaría si se aplicaran controles de dopaje, como los tienen los hipódromos de Palermo, San Isidro o La Plata. Allí el equino, antes de ingresar a la «rotonda» y a la carrera misma, se somete a un test veterinario estricto.

De todos modos, un cuidador de Buenos Aires que corre en esas pistas nos admite: «El maicito, la gotita, el chocolate… todas esas porquerías, se lo das al caballo pero lo cortás diez días antes de la carrera para que no aparezcan en el doping».

Veamos con qué facilidad puede obtenerse una droga no permitida:

Los productos (varios de los cuales no tienen descripción de componentes químicos) se publican en páginas de internet especializadas en turf, redes sociales o en sitios de compras virtuales.

Además, existe un circuito informal de suministro de las drogas. Simples contactos. Por ejemplo, un cuidador conoce en una carrera a un jockey que también corre en -digamos- Tandil y tiene un amigo de Entre Ríos que se vincula estrechamente al producto.

Hay que admitir, de todos modos, que el «núcleo» de la droga (que termina mezclándose con otros aditivos, vitaminas o cereales) suele provenir del exterior, por lo general Estados Unidos, México o Brasil, lo que significa -lisa y llanamente- que llega al país por contrabando.

Además, hay otra realidad: mientras existen escasos laboratorios en grandes hipódromos nacionales que se dedican al antidoping de los caballos, hay cientos de minilaboratorios que se esfuerzan por buscar fórmulas para que no salte la droga en tales controles.


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