Al Pepe
(*) Marcelo Antonio Angriman
Cuenta la anécdota que un martes gris de mañana, de un par de semanas atrás, un señor mayor bajó de su auto Escarabajo modelo 81 rumbo a una ferretería en las afueras de Montevideo. Enfrente de dicho negocio entrenaba el equipo de fútbol de Huracán de Paso de La Arena, un modesto club que milita en la segunda división charrúa.
Rápidamente al observarlo hubo un revuelo entre los jugadores que fueron en masa a asomarse a los ventanales del gimnasio. Incrédulos por la imagen que se les presentaba a la vista, los entrenadores se cruzaron y entablaron un diálogo con el anciano que, con una tapa de inodoro en mano, esperaba su turno.
Al rato volvían los técnicos acompañados por el mismísimo presidente de la República quien aceptó la invitación de ir a hablar con los muchachos. José Mujica se presentó y conversó con cada uno de ellos, dándoles aliento para el último tramo del torneo.
Luego se supo que el mandatario oriental había jugado para dicho club en sus años mozos. Despojándose de todo protocolo y demostrando una vez más su simpleza, no tuvo empacho en ponerse a la altura de un puñado de jóvenes deportistas y compartir con ellos una charla de fútbol.
Lejos de las cámaras y con total espontaneidad demostró que no hay que hacer grandes actos para estar cerca de la gente y transmitir cariño. Mucho de su forma de ser, seguramente la adquirió en sus tiempos de futbolista de aquella humilde institución.
Es que los clubes de barrio son escuelas de austeridad, de sacrificio y esfuerzo donde todo se hace a pulmón y se festejan los pequeños grandes logros de todos los días. Difícilmente una persona que haya mamado tal realidad, necesite de veleidades para ser feliz.
Alguna vez ante un puñado de alumnos el mandatario uruguayo dijo: “Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de Shopping centers. En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos. No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible”.
En un presente en el que la exposición mediática y la falta de contacto personal mandan, el Pepe con sus gestos nos recuerda el valor de las pequeñas cosas. También que no es joven solamente el que tiene pocas décadas en su cuenta, sino el que con actitud positiva puede gambetear las patadas que arroja el almanaque.
Cuentan que al partido siguiente el equipo arenense jugo con doce jugadores. Nadie lo notó, excepto los propios jugadores de Huracán.
Cualquiera podrá decir, sin que se lo acuse de loco; que el fantasma de Pepe estuvo allí, junto a ellos.
*Abogado. Prof. Nac. E. Física.
(*) Marcelo Antonio Angriman
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