Alcohol y estimulantes: las mezclas

«Mezclar un depresor con un estimulante es como querer llevar un auto a cincuenta kilómetros por hora, acelerando hasta cien y apretando el freno». Álvaro Oliva, médico e integrante de la cátedra de Farmacología de la Escuela de Medicina, de la Universidad Nacional del Comahue, utilizó esta comparación para describir la sensación que produce en el organismo humano esta combinación.

«Si tomo dos depresores cualesquiera en excesiva cantidad, se afectan las neuronas vinculadas a la función respiratoria generando un paro», afirmó. En el grupo de los depresores se encuentra el alcohol, los sedantes, ansiolíticos, barbitúricos. Sus efectos van desde la disminución de la actividad en el sistema nervioso, la pérdida de atención, de la sensación de dolor, hasta el adormecimiento.

Los estimulantes, como las anfetaminas, la cocaína, el éxtasis o las bebidas comerciadas como energizantes causan hiperactividad del cerebro, por lo que un consumidor puede mantenerse despierto por largas horas, perder el apetito, incrementar su actividad motora (bailar, saltar, correr). El sistema periférico del cerebro se resiente, aumenta la sudoración, la actividad del corazón y la presión arterial. «Una sobredosis de estimulantes puede provocar infartos, enfermedades agudas o crónicas al corazón, o hemorragias cerebrales», aseguró Oliva.

La mezcla de ambas drogas conjuga los efectos. El médico explicó que «el depresor le otorga a la persona relativa calma para ingerir el estimulante, y el estimulante permite mantenerlo despierto sin llegar a deprimirlo, y así seguir tomando». Las consecuencias pueden ser una depresión respiratoria, un cuadro psicótico o un infarto de miocardio.


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