Alejados de los padres

Eduardo Huayquean tiene doce años y buena parte de ellos los vivió en el albergue escolar de El Cuy que visitaron la semana pasada los chicos de Roca. Sus padres viven a decenas de kilómetros de allí, cerca de Los Menucos y los pocos meses en los que están juntos es en época de vacaciones, poco más de noventa días al año. Sabe que si quiere continuar con sus estudios secundarios la única forma de lograrlo es yéndose a vivir al albergue de Ramos Mexía, otro pueblo de la Línea Sur en donde su hermano intentó no extrañar durante un año. Luego abandonó.

«Hay chicos que durante largos meses no tienen contacto con sus padres y cuesta mucho hacerles entender que no es que los abandonaron, sino que no tienen medios para venir a verlos», explica Gladys Oviedo de Robledo, directora del albergue y responsable junto a otros seis docentes y siete empleados más de que esas paredes sean lo más parecido a un hogar para esos chicos.

Convertido en una suerte de espejismo al lado de los deteriorados edificios escolares del resto de la provincia y sin escuchar los contínuos reclamos salariales y presupuestarios del gremio docente, pasan sus días en un cálido edificio que alberga también la biblioteca popular con varias computadoras y una FM escolar que pronto recomenzará las transmisiones de las que participa todo el pueblo.

«Más allá de lo que podamos hacer nosotros, hemos registrado muchos problemas de conducta que son llamados de atención de los chicos a sus padres, para que tengan más contacto con ellos», aseguró Oviedo, que pese a ser directora del establecimiento desde hace más de tres meses «aún no le conozco la cara a la mayoría de los padres», contó.

¡Todo tan distinto de lo que cuentan los manuales de estudio de la escuela!

ROCA (AR).- Los chicos que viajaron de Roca para entregar libros y ropa y observar de cerca la esquila volvieron a sus casas con algunas imágenes que no fueron a buscar. Una docena de desvencijadas camas al aire libre donde pasan las noches y los días los obreros rurales y la realidad vista a través de los ojos de Francisca Sandoval, la dueña del campo que visitaron, fueron suficientes para que adviertan que casi nada en el sur es ni siquiera parecido a lo que cuentan los manuales.

«Habían visto y estudiado que la realidad allá es muy distinta a la de ellos, pero hasta que no le ven con ojos propios no se dan cuenta», coincidieron Analia Nicolaus, Karina Sgrinzato y Olga Forastiero, las tres docentes que los acompañaron en el viaje.

En el campo de Francisca este año esquilaron cerca de 350 ovejas, muy lejos del millar que en los mejores años de la ganadería la convirtieron en dueña de una de las haciendas más prósperas de la región, llegando a obtener hasta quince pesos por kilo de lana vendido.

Por estos días debe conformarse con cobrar 80 centavos por la misma cantidad y aceptó que las cosas ya cambiaron, para mal. De a poco comenzó a diezmar su hacienda: «es que vendiendo animales es la única forma de subsistir», explica y a recibir por ellos unos 18 pesos que nunca hubiera imaginado. Pero confiesa que lo que más le duele es haber tenido que buscar una salida económica a la que toda la vida le ofreció el campo. «Hoy por hoy vivo de lo que me da una verdulería que atiendo en Roca y ya sé que la plata que saque con la venta de la lana solo me va a alcanzar para pagar a los esquiladores», contó con algo de resignación.

A pocos kilómetros de allí, la lana, aunque ya lavada y peinada, también ocupa un lugar primordial en la vida de más de 40 mujeres y sus familias, que tampoco pudieron evitar mostrar a los chicos su presente. En el taller artesanal Milikilin Huitral, que en lengua mapuche significa «mujeres juntas tejiendo», las tejedoras hilan la lana a mano, la tiñen en forma natural y en los telares manuales le dan forma de tapices, mantas, medias, chalecos y abrigos con la esperanza de así poder ayudarse económicamente.

Un proceso que lleva semanas y hasta meses y que termina con la mayoría de los productos en el más absoluto de los olvidos, sin poder acceder al mercado, sin siquiera con la chance de poder ser exhibidos. Como si no tejieran.


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