Alfredo Casero en un viaje de dolor y amor

Dirección y guión: Daniel Burman. Guión: Daniel Burman. Intérpretes: Alfredo Casero, Ingrid Rubio, Norma Aleandro, Valentina Bassi y Nazareno Casero. Producción: Diego Dubcovsky, Pablo Bossi y José María Morales. Fotografía: Ramiro Civita. Sonido: Carlos Faruolo. Dirección de arte: Cristina Nigro. Vestuario: Mónica Toschi. Chomski. Estreno: Village Cines Neuquén, a las 15.45; 20.30 y 22.30.

NEUQUEN (AN).- El filme realizado en coproducción con España, «Todas las azafatas van al cielo», que escribió y dirigió Daniel Burman, se estrenó en cines Village de Neuquén. Las funciones se realizan a las 15.45; 20.30; 22.30 y 0.30 y en trasnoche, a la 0.30.

El elenco de la película está integrado por Alfredo Casero, Ingrid Rubio, Norma Aleandro, Valentina Bassi y Nazareno Casero, entre otros.

Rubio encarna a una azafata de una compañía aérea que se sirve de su trabajo para evitar compromisos sentimentales. Hasta que un día conoce a un joven médico viudo (Alfredo Casero), que viaja en el mismo avión portando las cenizas de su difunta mujer.

Es la historia de amor que viven Julián y Teresa, uno sumido en la parálisis del dolor y la otra en la comodidad de la soledad. Se encuentran en el fin del mundo, donde sus destinos coinciden en un absurdo ritual.

«Todas las azafatas van al cielo», ha sido catalogada como «el permanente y ridículo trabajo de la seducción, de dos almas ajenas que se saben unidas y sólo esperan, mientras juegan a olvidarse, el momento del encuentro y el gozo».

Julián al casarse y encontrar el amor de su vida, pensó que ya lo habían hecho todo, que sólo le restaba disfrutar y envejecer. Pero la inesperada desgracia lo abruma de dolor. Es como una parálisis fulminante que le impide retomar el afanoso trabajo de encontrar a alguien, a esa mujer que en algún lado lo espera.

El viaja a Ushuaia, el lugar donde conoció a su esposa, también azafata, como Teresa. Se traslada para cumplir la promesa de arrojar sus cenizas en el canal de Beagle.

Es el final del mundo, donde el horizonte no existe, porque el cielo y la tierra se funden en el blanco.

Julián cumple ese mandato, que en su momento fue una promesa risueña, pactada en alguna cama húmeda de un frío hotel de aeropuerto, cuando pensaban a la muerte como un problema siempre ajeno y al amor como una solución eterna. Por más que todo se haya derrumbado para Julián, no tiene idea que otra vez, volverá la fuerza de la vida renovada.


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