Alimentos en fuga

Ni siquiera el gobierno nacional se anima a negar el hecho de que el poder adquisitivo de un salario medido en alimentos ha caído fuertemente. Cada vez hacen falta más horas de trabajo para llenar el changuito. A diferencia de lo que ocurre con las tarifas y los autos, los precios de muchos alimentos han seguido más de cerca a la inflación. Por esto es que cuando los salarios nominales no acompañaron a la inflación, las personas comenzaron a sentir el impacto en sus bolsillos. La política económica de la administración kirchnerista buscó siempre desvincular la evolución de los precios locales de los internacionales mediante retenciones, subsidios directos (a la demanda), cuotas o cierre de la exportación, con el objeto de evitar que se transmitan al mercado interno los efectos de un shock externo, como puede ser la suba de los commodities. Una de las consecuencias fue que muchos precios agrícolas se ubicaran por debajo de la cotización mundial. El problema de este tipo de medidas es que, cuando se prolongan en el tiempo, pueden conducir a un desequilibrio entre oferta y demanda, tal como ocurrió con el trigo (ver nota central). Un ejemplo de otro rubro es el caso de las naftas, donde YPFse ve obligada a aumentar los precios de sus combustibles para no sufrir un exceso de demanda y tener un problema de abastecimiento. En el caso particular de la Argentina, las distorsiones han llegado a tal punto que algunos productos alimenticios resultan más caros aquí que en otros países en los que deben importar la materia prima para producirlos. En estos casos hay que tener en cuenta que los precios más altos se explican a partir del costo salarial (en dólares) en Argentina, que tiene un impacto mayor en los productos más industrializados. En este sentido, hay que considerar un elemento adicional que genera presiones alcistas sobre los precios, que es el “costo de intermediación”. Los valores que exhiben los alimentos en las góndolas reflejan un importante aumento en componentes que poco tienen que ver con la evolución del costo de producción de la materia prima. Pero el gobierno no puede avanzar solamente sobre este aspecto, que tiene que ver más con el poder de negociación de cada integrante de la cadena de valor y su capacidad para anticiparse a la inflación. Pero a diferencia de lo que parecería pensar el ministro de Economía, Axel Kicillof, el problema de la inflación no se reduce a un abuso en la etapa de la comercialización. Paradójicamente, podría ocurrir que aparezcan ofertas de alimentos con precios más bajos que los que figuran en la lista del nuevo secretario de Comercio Interior, Augusto Costa, “colaborador” de Kicillof.


Ni siquiera el gobierno nacional se anima a negar el hecho de que el poder adquisitivo de un salario medido en alimentos ha caído fuertemente. Cada vez hacen falta más horas de trabajo para llenar el changuito. A diferencia de lo que ocurre con las tarifas y los autos, los precios de muchos alimentos han seguido más de cerca a la inflación. Por esto es que cuando los salarios nominales no acompañaron a la inflación, las personas comenzaron a sentir el impacto en sus bolsillos. La política económica de la administración kirchnerista buscó siempre desvincular la evolución de los precios locales de los internacionales mediante retenciones, subsidios directos (a la demanda), cuotas o cierre de la exportación, con el objeto de evitar que se transmitan al mercado interno los efectos de un shock externo, como puede ser la suba de los commodities. Una de las consecuencias fue que muchos precios agrícolas se ubicaran por debajo de la cotización mundial. El problema de este tipo de medidas es que, cuando se prolongan en el tiempo, pueden conducir a un desequilibrio entre oferta y demanda, tal como ocurrió con el trigo (ver nota central). Un ejemplo de otro rubro es el caso de las naftas, donde YPFse ve obligada a aumentar los precios de sus combustibles para no sufrir un exceso de demanda y tener un problema de abastecimiento. En el caso particular de la Argentina, las distorsiones han llegado a tal punto que algunos productos alimenticios resultan más caros aquí que en otros países en los que deben importar la materia prima para producirlos. En estos casos hay que tener en cuenta que los precios más altos se explican a partir del costo salarial (en dólares) en Argentina, que tiene un impacto mayor en los productos más industrializados. En este sentido, hay que considerar un elemento adicional que genera presiones alcistas sobre los precios, que es el “costo de intermediación”. Los valores que exhiben los alimentos en las góndolas reflejan un importante aumento en componentes que poco tienen que ver con la evolución del costo de producción de la materia prima. Pero el gobierno no puede avanzar solamente sobre este aspecto, que tiene que ver más con el poder de negociación de cada integrante de la cadena de valor y su capacidad para anticiparse a la inflación. Pero a diferencia de lo que parecería pensar el ministro de Economía, Axel Kicillof, el problema de la inflación no se reduce a un abuso en la etapa de la comercialización. Paradójicamente, podría ocurrir que aparezcan ofertas de alimentos con precios más bajos que los que figuran en la lista del nuevo secretario de Comercio Interior, Augusto Costa, “colaborador” de Kicillof.

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