Amores imposibles

por Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar

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Son los amores imposibles los que realmente me obsesionan. No creo ser la excepción, los amores funestos, enroscados, laberínticos son la obsesión de muchos. Buena parte de la cinematografía americana y europea, que en este punto tienen una rara coincidencia de pareceres, avala esta impresión. Y el cine es un reflejo de lo que un día fue escrito en el papel.

Los nombres de películas vienen a mi mente en desorden, aunque supongo que no casualmente: «Perdidos en Tokio», una relación de unas cuantas horas que termina con un beso y una frase al oído que jamás sabremos que propuso o qué confesó; «Gigante», dos amores imposibles en uno, James Dean enamorado sin remedio y sin chances primero de una joven millonaria, luego, años más tarde, de su hermosa hija; «Casablanca», Humphrey Bogart redimido por un sacrificio final que al menos desembocará en una larga amistad entre dos parias.

Al fin, creo, los amores imposibles son los únicos amores posibles a los que tendremos acceso a lo largo de nuestra existencia. Los más auténticos. El objeto de una pasión es siempre, y por lo tanto, un enigma, un proyecto al que apostamos en base a la intuición y algunos datos ciertos. Sin embargo, la mayor parte del camino, aun entre parejas consolidadas, se hace en las sombras.

Son los amores imposibles los que provocan la poesía, las lágrimas, el arte en general, la locura y el exilio. Una geografía empieza a tener sentido o a dejar de tenerlo cuando encontramos a la persona incorrecta. Una forma de entregarse es también el producto de una oposición.

Al menos tres historias se perpetran cuando fluye eso que llamamos amor: la propia, a partir de la cual creamos un paisaje, lo pintamos con colores íntimos y le atribuimos un destino, la del otro, que no nos será revelada, por imposibilidad y mezquindad en grados convenientes, sino a los tirones, y la real, la que determinan afluentes secretos, el azar y la inconsciencia.

No podemos ser dueños del otro porque el otro será siempre una negación. Un cómplice al revés.

Los amores imposibles no están condenados a su condición platónica. Pueden perseverar hasta hallar cumplido un fragmento de su deseo.

Días atrás, ahora lo recuerdo, vi «Código 46», un drama amoroso ubicado en el futuro entre dos personas a las que por similitudes genéticas se les prohíbe mantener relaciones. Entre el principio y el final hay una energía conmovedora construida con besos, confesiones y huidas. Dos contra el sistema imbatible de la mega modernidad.

Una más. «Reconstrucción de un amor», en donde los planos del espacio y el tiempo discuten su supremacía constantemente.

En este filme maravilloso, somos testigos de una serie de historias que a través de una autopista contemporánea e ilusoria se comunican entre sí.

Esta, después de «Casablanca» claro, es mi película de amor favorita. En «Reconstrucción de un amor», todos pierden aun cuando ofrecen el alma y corazón llenos de expectativas.

Este filme me hace pensar en la vida misma. En la perfección de sus movimientos. En la dramática sinceridad con que todo ocurre. Las historias de amor están destinadas a su ocaso.

El sufrimiento que nos causarán tarde o temprano son el fundamento de la pasión.


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