Análisis: Con el “yuyo” no alcanza

La inflación paulatinamente está dejando paso a la recesión. La suba de precios provocó tal pérdida en el poder adquisitivo de los salarios que impide mantener el nivel de actividad. De allí que hasta ni el más acérrimo defensor del modelo puede siquiera esgrimir un escudo que

proteja al gobierno de su responsabilidad.

Lejos de atribuir los cargos “al mundo que se nos cae encima”, la actual desaceleración económica es consecuencia directa de la impericia en el manejo de la economía doméstica.

La crisis internacional poco explica el deterioro del tipo de cambio, la misma inflación y la posterior caída en la actividad.

En todo caso, la crisis externa sólo agravó la condiciones crediticias para los países emergentes pero que en el caso argentino no

influyó, ya que la administración Kirchner se encargó puntillosamente de dejar fuera de los mercados internacionales de crédito al país.

Es más, hasta podría afirmarse, llegando a extremos, que la crisis internacional favoreció a la Argentina ya que la debilidad del dólar y

del euro, impulsó una corriente compradora de commodities que llevó a la soja a pivotear nuevamente sobre los 600 dólares.

El modelo vuelve a ser “sojadependiente”, como en los albores del kirchnerismo, sólo que le faltan los efectos de la brutal devaluación

del 2002, menudo favor heredado de Eduardo Duhalde.

Sin embargo, la economía no tiene combustible suficiente porque el deterioro del tipo de cambio y la brecha del 25 por ciento con el dólar marginal explican gran parte de la desaceleración económica.

Otros tiempos. El dólar recontraalto y los superávit gemelos -fiscal y comercial-, ya no existen.

Hoy es tiempo nuevamente del 1 a 1, de déficit fiscal y de un exiguo superávit comercial deteriorado por un multimillonario desequilibrio

energético.

La actual crisis cambiaria tiene como trasfondo todos estos factores.

En los últimos doce meses el real pasó de 1,65 a 2,05 unidades por dólar lo que representa una caída nominal del 25% de la moneda brasileña. En el mismo lapso, el peso se devaluó apenas 10 por ciento frente al dólar.

Esto sumado a la inflación doméstica provocaron el fenomenal aumento de costos en dólares para la producción local y la consecuente pérdida de competitividad.

Mientras la inflación argentina aumentó 25 por ciento en el último año, los precios en Brasil subieron 5 por ciento y en los Estados Unidos, apenas 2,5 por ciento, en igual período.

Otro factor doméstico que provoca la desaceleración económica es que gran parte de la torta económica se la “come” la burocracia.

En 2002, el gasto público consolidado (Nación+provincias) representaba menos del 30 por ciento del PBI, en 2012, ese gasto supera

el 50 por ciento del PBI.

El gasto ha crecido a un ritmo promedio del 35 por ciento anual y en igual proporción han aumentado los agregados monetarios.

Sin embargo, la caída de las reservas y la fuga de capitales desde 2007 alteraron los términos de la ecuación respecto de los pesos en el

mercado.

En la actualidad, si se toman en cuenta las reservas netas y la cantidad de pesos en circulación más los depósitos a la vista, la

relación establece una proporción de un dólar por 10 pesos. Pero si se suman también los depósitos a plazo fijo, esa proporción se transforma

en 1 a 20.

Todos estos factores, inflación, deterioro comercial, déficit fiscal, emisión monetaria, fuga de capitales, falta de inversiones y exclusión de los mercados internacionales de créditos se conjugan con un común denominador: crisis de confianza.

El resultado se traduce en una huida hacia el dólar marginal que hace estéril todos los controles de cambio y sobre las importaciones y que retroalimenta la inflación, transformándose en un círculo vicioso.

El modelo solo se mantiene por los beneficios que aporta el “yuyo” pero con eso sólo no alcanza.

Por Miguel Angel Rouco

(DyN)


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