ANALISIS: Innecesario

Fue superflua la increpación de Cristina al campo, con más razón luego de su gesto institucional de enviar a debatir en el Congreso las retenciones móviles.

¿Había alguna necesidad de repetir en idéntico escenario casi las mismas palabras destempladas del acto del 1 de abril (y por cadena nacional), cuando se presume que esta vez la premisa era llevar el conflicto a la distensión?

La ocasión fue mezquina: la Presidenta consiguió ver una Plaza de Mayo repleta y enfervorizar a un público militante con un discurso flamígero. Pero por otro lado, reavivó la irritación justo en el momento en que el campo decidía sobre el paro. (Eligió al segunda opción por el críptico proyecto de ley, pero también molesto por la filípica presidencial).

Señalar que «tal vez por los golpes de Estado, creemos que todo se arregla con intolerancia, cocina, cacerolas o cortes de ruta», fue un insulto de la mandataria no sólo a productores sino al derecho que ejercieron miles de argentinos a expresarse.

Además, volvió a mostrar su recurrente tendencia a reducir todo a un latiguillo único, tenga o no que ver, del cual se siente propietaria: para la Presidenta, otra vez todo aquel que cuestiona una medida de su gobierno atenta contra los derechos humanos.

Un agravio a la tolerancia.


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