“Andacollo: la tierra de oro”, “la quimera del oro”
Al haber cumplido un nuevo aniversario de Andacollo, sin duda se habrán escuchado expresiones relacionadas con la minería del oro, que dio origen y sentido a su fundación. Los funcionarios seguramente recordaron en encendidos discursos a los primeros pobladores, a los antiguos mineros, al progreso que trae aparejada la actividad minera, sus puestos de trabajo, el medioambiente, etc. De lo que probablemente no hablaron o, tal vez sí, de los 32 mineros, sobrevivientes, enterrados. No enterrados como sus pares chilenos o bolivianos, que fueron rescatados acompañados del alborozo de todo el mundo, pendiente de su dramática situación y recibidos por el propio presidente de sus países. Ni tampoco enterrados como los mineros sudafricanos asesinados a balazos desde helicópteros artillados. Los mineros de Andacollo, que pusieron en valor e hicieron realidad lo que parecía ser “la quimera del oro”, se encuentran enterrados, no bajo derrumbes impensados o irrupciones sorpresivas de ríos subterráneos, ni explosiones provocadas por bolsones de gases explosivos, sino que se encuentran bajo una montaña de papeles celosamente guardados en cajones de ignotas oficinas sin esperanzas de ser rescatados por nadie. Y quienes tienen la responsabilidad de rescatarlos no son otros avezados mineros compañeros de los enterrados, sino un ejército de funcionarios, diputados, abogados, contadores, secretarios de tal o cual cosa, etc., que a pesar de sus supuestos esfuerzos no lo logran, en tanto los mineros van muriendo uno a uno, sin esperanzas. En efecto, existe un decreto número 127 del ’78, que establece que la minería subterránea es una actividad “penosa, riesgosa, mortificante y causante de agotamiento y vejez prematura” y que por lo tanto los mineros subterráneos podrán jubilarse con 50 años y 15 de servicio en la minería subterránea. Hago notar que se trata de un decreto promulgado durante el último gobierno militar y ratificado ya en democracia. Y a pesar de haber muerto en servicio cinco inolvidables compañeros en ocasión de explosiones, derrumbes, asfixiados por gases, uno tratando de rescatar a su compañero desmayado, o arrastrados por torrentes desatados, mientras se exploraba nuestra geología regional para beneficio de todos, los restantes sobrevivientes no han podido alcanzar el beneficio jubilatorio que legítimamente les corresponde. Esto es tanto porque los abogados estudian el caso, los contadores analizan los aportes realizados supuestamente por la estatal Cormine, los diputados examinan el tema, el ISSN rastrea perdidos expedientes (al tiempo que otorga veloces jubilaciones por “estrés psicológico” o “hemorroides incurables”). Mientras los funcionarios opinan que el tema es contable y los contadores que el tema es político, los mineros siguen a lo largo de los años enterrados y sobre ellos se disfruta del producto de su esfuerzo, con minas en plena explotación, plantas trabajando a pleno, tambores de oro que viajan alegremente al exterior y la alegría y progreso que esto trae aparejado, en tanto el grupo de mineros que originó todo este “la mira detrás del vidrio desde afuera”. ¿Qué letra le pondría a esto Discépolo, el autor de “Cambalache”? Víctor Soler, DNI 4.543.486 Andacollo
Víctor Soler, DNI 4.543.486 Andacollo
Al haber cumplido un nuevo aniversario de Andacollo, sin duda se habrán escuchado expresiones relacionadas con la minería del oro, que dio origen y sentido a su fundación. Los funcionarios seguramente recordaron en encendidos discursos a los primeros pobladores, a los antiguos mineros, al progreso que trae aparejada la actividad minera, sus puestos de trabajo, el medioambiente, etc. De lo que probablemente no hablaron o, tal vez sí, de los 32 mineros, sobrevivientes, enterrados. No enterrados como sus pares chilenos o bolivianos, que fueron rescatados acompañados del alborozo de todo el mundo, pendiente de su dramática situación y recibidos por el propio presidente de sus países. Ni tampoco enterrados como los mineros sudafricanos asesinados a balazos desde helicópteros artillados. Los mineros de Andacollo, que pusieron en valor e hicieron realidad lo que parecía ser “la quimera del oro”, se encuentran enterrados, no bajo derrumbes impensados o irrupciones sorpresivas de ríos subterráneos, ni explosiones provocadas por bolsones de gases explosivos, sino que se encuentran bajo una montaña de papeles celosamente guardados en cajones de ignotas oficinas sin esperanzas de ser rescatados por nadie. Y quienes tienen la responsabilidad de rescatarlos no son otros avezados mineros compañeros de los enterrados, sino un ejército de funcionarios, diputados, abogados, contadores, secretarios de tal o cual cosa, etc., que a pesar de sus supuestos esfuerzos no lo logran, en tanto los mineros van muriendo uno a uno, sin esperanzas. En efecto, existe un decreto número 127 del ’78, que establece que la minería subterránea es una actividad “penosa, riesgosa, mortificante y causante de agotamiento y vejez prematura” y que por lo tanto los mineros subterráneos podrán jubilarse con 50 años y 15 de servicio en la minería subterránea. Hago notar que se trata de un decreto promulgado durante el último gobierno militar y ratificado ya en democracia. Y a pesar de haber muerto en servicio cinco inolvidables compañeros en ocasión de explosiones, derrumbes, asfixiados por gases, uno tratando de rescatar a su compañero desmayado, o arrastrados por torrentes desatados, mientras se exploraba nuestra geología regional para beneficio de todos, los restantes sobrevivientes no han podido alcanzar el beneficio jubilatorio que legítimamente les corresponde. Esto es tanto porque los abogados estudian el caso, los contadores analizan los aportes realizados supuestamente por la estatal Cormine, los diputados examinan el tema, el ISSN rastrea perdidos expedientes (al tiempo que otorga veloces jubilaciones por “estrés psicológico” o “hemorroides incurables”). Mientras los funcionarios opinan que el tema es contable y los contadores que el tema es político, los mineros siguen a lo largo de los años enterrados y sobre ellos se disfruta del producto de su esfuerzo, con minas en plena explotación, plantas trabajando a pleno, tambores de oro que viajan alegremente al exterior y la alegría y progreso que esto trae aparejado, en tanto el grupo de mineros que originó todo este “la mira detrás del vidrio desde afuera”. ¿Qué letra le pondría a esto Discépolo, el autor de “Cambalache”? Víctor Soler, DNI 4.543.486 Andacollo
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios