“Año belgraniano”

El 27 de diciembre, Alfredo Scocimarro, vocero presidencial, anunció que la presidenta tenía cáncer. Lo que vino después lo sabemos todos, pero en la conmoción algunas cosas pasaron inadvertidas. La presidenta trabajó hasta el 28. Ese día Cristina Fernández y el ministro del Interior, Florencio Randazzo, declararon al 2012 como “Año de homenaje al doctor don Manuel Belgrano”, porque se cumplen 200 años de la primera jura de la bandera nacional el 27 de febrero de 1812, realizada a orillas del río Paraná. La cosa suena a comparsa, como si quienes juraban en lugar de ser una tropa formada y armada fueran una estudiantina vocinglera. Si bien Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano era abogado –y nunca nadie dudó de que tuviera el título– ya que no sólo realizó sus estudios en las universidades españolas de Salamanca y Valladolid, entre 1786 y 1793, sino que se graduó en la Cancillería de esta última con medalla de oro a los 18 años. También un intelectual de nota, periodista, político, economista y, aunque no le guste al kirchnerismo, fue militar. Es más, los argentinos nos referimos a él como el general Belgrano, no como el cónsul, el doctor ni el periodista. Esta manía, obsesión, testarudez, de negar cualquier elemento que se asocie a lo militar no es precisamente una demostración de equilibrio mental ni político. El problema no es que cada uno arrastre sus taras y complejos, sino que los confunda con virtudes y pretenda imponerlos a los demás como si fueran un ejemplo. Pero si hay algo peligroso es que para lograr esos objetivos se intente reescribir la historia. Seguramente la milicia no estaba entre las opciones con que el joven Belgrano esperaba construir su futuro. Seguramente el novel abogado apuntaba a la economía política, al periodismo, a promover la industrialización del lugar donde nació y sus ideales liberales del momento, pero la realidad lo situó en un espacio y un tiempo en los que no tuvo otra salida que aceptar el camino de la espada y entró a la historia con ella en la mano. Manuel Belgrano no sólo fue general por obra y gracia de algún decreto, sino porque su propio pueblo lo reconoció como tal. Reconoció su estoicismo, su frugalidad, su valor y también su contracción al deber. Sus escasos conocimientos de milicia y estrategia no lo hacen menos militar que cualquier otro con más preparación en las artes de la guerra. No sólo en las victorias de Salta y Tucumán, que el decreto del Día de los Inocentes no menciona, sino antes aún, tras las derrotas de las campañas al Paraguay y la Banda Oriental, sometido a juicio fue absuelto el 9 de agosto de 1811 por el gobierno que emitió el veredicto en la Gazeta de Buenos Ayres: “…se declara que el general don Manuel Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y consistencia dignos del reconocimiento de la Patria…” ¿Entonces por qué vergüenza oficial a llamarlo general? ¿Qué derecho se arrogan la presidenta y el ministro para despojarlo de títulos y honores genuinos ganados con valor y patriotismo? ¿Encomendarán a algún intelectual de “Carta abierta” para que reescriba la historia y el hecho no quede como una negación vergonzante? ¿O a algún plástico para que lo pinte o esculpa con toga doctoral? Salvo el óleo de François Casimir Carbonier, de su estancia en Londres, la iconografía belgraniana es mayoritariamente militar, algo lógico porque sin olvidar su actividad política, sus proyectos y decisiones en la actividad pública y su proyección periodística, su trascendencia histórica es a través de la figura militar que está asociada íntimamente a la jura de la Bandera, realizada el mismo día en que fue puesto al comando del Ejército del Norte. Quizá el general Manuel Belgrano no fuera el más sabio en las estrategias del arte de la guerra, pero seguramente era un hombre íntegro al lado del cual combatir era un honor y que, aunque se haya visto obligado a realizar una actividad que no era su vocación, el rango de general no le quedaba grande. Tan colosal es el equívoco de tergiversar la historia que huele a felonía. Joaquín Bertrán DNI 5.433.822 – Neuquén

Joaquín Bertrán DNI 5.433.822 – Neuquén


El 27 de diciembre, Alfredo Scocimarro, vocero presidencial, anunció que la presidenta tenía cáncer. Lo que vino después lo sabemos todos, pero en la conmoción algunas cosas pasaron inadvertidas. La presidenta trabajó hasta el 28. Ese día Cristina Fernández y el ministro del Interior, Florencio Randazzo, declararon al 2012 como “Año de homenaje al doctor don Manuel Belgrano”, porque se cumplen 200 años de la primera jura de la bandera nacional el 27 de febrero de 1812, realizada a orillas del río Paraná. La cosa suena a comparsa, como si quienes juraban en lugar de ser una tropa formada y armada fueran una estudiantina vocinglera. Si bien Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano era abogado –y nunca nadie dudó de que tuviera el título– ya que no sólo realizó sus estudios en las universidades españolas de Salamanca y Valladolid, entre 1786 y 1793, sino que se graduó en la Cancillería de esta última con medalla de oro a los 18 años. También un intelectual de nota, periodista, político, economista y, aunque no le guste al kirchnerismo, fue militar. Es más, los argentinos nos referimos a él como el general Belgrano, no como el cónsul, el doctor ni el periodista. Esta manía, obsesión, testarudez, de negar cualquier elemento que se asocie a lo militar no es precisamente una demostración de equilibrio mental ni político. El problema no es que cada uno arrastre sus taras y complejos, sino que los confunda con virtudes y pretenda imponerlos a los demás como si fueran un ejemplo. Pero si hay algo peligroso es que para lograr esos objetivos se intente reescribir la historia. Seguramente la milicia no estaba entre las opciones con que el joven Belgrano esperaba construir su futuro. Seguramente el novel abogado apuntaba a la economía política, al periodismo, a promover la industrialización del lugar donde nació y sus ideales liberales del momento, pero la realidad lo situó en un espacio y un tiempo en los que no tuvo otra salida que aceptar el camino de la espada y entró a la historia con ella en la mano. Manuel Belgrano no sólo fue general por obra y gracia de algún decreto, sino porque su propio pueblo lo reconoció como tal. Reconoció su estoicismo, su frugalidad, su valor y también su contracción al deber. Sus escasos conocimientos de milicia y estrategia no lo hacen menos militar que cualquier otro con más preparación en las artes de la guerra. No sólo en las victorias de Salta y Tucumán, que el decreto del Día de los Inocentes no menciona, sino antes aún, tras las derrotas de las campañas al Paraguay y la Banda Oriental, sometido a juicio fue absuelto el 9 de agosto de 1811 por el gobierno que emitió el veredicto en la Gazeta de Buenos Ayres: “…se declara que el general don Manuel Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y consistencia dignos del reconocimiento de la Patria…” ¿Entonces por qué vergüenza oficial a llamarlo general? ¿Qué derecho se arrogan la presidenta y el ministro para despojarlo de títulos y honores genuinos ganados con valor y patriotismo? ¿Encomendarán a algún intelectual de “Carta abierta” para que reescriba la historia y el hecho no quede como una negación vergonzante? ¿O a algún plástico para que lo pinte o esculpa con toga doctoral? Salvo el óleo de François Casimir Carbonier, de su estancia en Londres, la iconografía belgraniana es mayoritariamente militar, algo lógico porque sin olvidar su actividad política, sus proyectos y decisiones en la actividad pública y su proyección periodística, su trascendencia histórica es a través de la figura militar que está asociada íntimamente a la jura de la Bandera, realizada el mismo día en que fue puesto al comando del Ejército del Norte. Quizá el general Manuel Belgrano no fuera el más sabio en las estrategias del arte de la guerra, pero seguramente era un hombre íntegro al lado del cual combatir era un honor y que, aunque se haya visto obligado a realizar una actividad que no era su vocación, el rango de general no le quedaba grande. Tan colosal es el equívoco de tergiversar la historia que huele a felonía. Joaquín Bertrán DNI 5.433.822 - Neuquén

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