Apuestas a plazo fijo

Quizás una de las muestras más elocuentes del agotamiento del "modelo" económico es que buena parte de los empresarios de sectores clave ya tienen la mirada puesta en 2016.

La semana económica

No hay encuentro de relevancia donde los invitados no sean los precandidatos presidenciales (y sus asesores económicos), en un intento de que aporten pistas sobre qué tipo de reformas sólo uno de ellos podría impulsar dentro de poco más de un año.

La Conferencia Industrial que la UIA realizará esta semana en Pilar (provincia de Buenos Aires) bajo el título «Inversión productiva y políticas de Estado», no es la excepción. Tiene una estructura similar al del último Coloquio Anual de IDEA.

Pero la gran diferencia es que se anuncia la presencia confirmada de la presidenta Cristina Kirchner, acompañada por buena parte de su gabinete (Axel Kicillof incluido) y también de todos los precandidatos a sucederla -oficialistas y opositores, con mayor o menor peso en las encuestas-, aunque distribuidos en distintos paneles. De ahí que se analizarán perspectivas a corto plazo (los 12 meses venideros) y para el próximo quinquenio (2015/2020), incluso con el CEO de YPF, Miguel Galuccio, como otro expositor. En otras palabras, los industriales encontraron una forma elegante de no dividir aguas entre oficialismo y oposición para no incomodar al gobierno de CFK, que tampoco está interesado en aparecer como «pato rengo» ni desentenderse de la campaña electoral. En la UIA, además, el kirchnerismo tiene no pocos aliados, ya sea por afinidad política o por conveniencia táctica. Unos y otros saben que 2015 no será de tránsito fluido para la actividad económica y tampoco es cuestión de enfrentarse ahora al gobierno.

En privado, sin embargo, la mayoría de los dirigentes empresarios confiesa tener ya la cabeza en 2016. Pocos imaginan un futuro con cepo cambiario, tipos de cambios múltiples, subsidios indiscriminados, inflación en alza o la actual estructura de retenciones, que desalienta el aumento de la oferta de productos exportables sin desatender el mercado interno.

La incógnita, en todo caso, es con qué instrumentos el futuro gobierno -por ahora desconocido- alivianará esos contrapesos para la economía. En este sentido, son más cautos que algunos fondos extranjeros de riesgo, que vienen comprando acciones y bonos argentinos en una apuesta directa a que en 2016 la Argentina no estará en default, hará lo opuesto a lo que vino haciendo y lloverán inversiones si se introduce racionalidad y previsibilidad al manejo económico.

El problema es que todos los candidatos alimentan esas expectativas sólo con discursos plagados de buenas intenciones. De ahí que, a falta de respuestas concretas, el lobby empresario parece haber optado por resaltar el potencial productivo que podría movilizarse, como una forma de comprometerlos explícita o implícitamente a cambiar el rumbo. Esto es más evidente en aquellas entidades a las que el gobierno de CFK colocó en su vereda de enfrente y casi no tienen interés en polemizar con el oficialismo.

Por caso, el Foro de Convergencia Empresarial (FCE), que nació hace un año y ya congrega a 60 entidades de distintos sectores, organizó la semana última en la sede porteña de la Universidad Católica Argentina (UCA) un concurrido seminario para demostrar que es posible recuperar el crecimiento y volver a crear empleos productivos, si se establecen condiciones que permitan fijar un objetivo de inversión de 25/30% del PBI (actualmente es de 17%) para asegurar un crecimiento económico de 5/6% anual en forma sostenible. Entre esas condiciones se mencionan calidad institucional y de gestión; transparencia; credibilidad (moneda estable); coordinación fiscal y monetaria; inserción en mercados internacionales; infraestructura; mejoras en la formación educativa; inclusión e igualdad social.

El trabajo que presentaron, basado en estudios de varias entidades sectoriales, exhibe perspectivas impactantes: en una hipótesis de máxima, sostiene que en 10 años la actividad empresaria podría generar 3 millones de nuevos empleos genuinos, incrementar las inversiones en 500.000 millones de dólares, aumentar 120% el PBI en dólares constantes y elevar el Producto per cápita en 55%, con movilidad social ascendente.

Entre los sectores con mayor potencial de inversión y empleo se identifican a la Energía (u$s 200.000 millones y de 40.000 a 60.000 empleos en hidrocarburos no convencionales); Infraestructura y vivienda (u$s 250.000 millones y 970.000 puestos de trabajo) y Minería (u$s 24.000 millones y 350.000 empleos). Los agronegocios aportarían un piso de crecimiento de 2% del PBI anual y permitirían alimentar a 680 millones de personas.

La industria podría generar 700.000 empleos, con ventas externas por 83.000 millones de dólares y la exportación de servicios de conocimiento de 120.000 a 270.000 empleos, con exportaciones por 6300 millones. Como fuente de financiación directa se mencionan 220.000 millones de dólares de ahorro oculto de los argentinos y más crédito, que podría pasar de 18% a 30% del PBI.

Se trata sin duda de objetivos extremadamente ambiciosos. Pero con un fuerte cambio de enfoque respecto del discurso oficial, según el cual la economía argentina viene de una «década ganada» y en 2014, (al igual que en 2009), tropezó con una recesión porque el mundo no ayuda, lo cual es sólo parcialmente cierto. Al cabo de la década K, la Argentina consumió stocks de capital que le costará recuperar. Perdió el autoabastecimiento de petróleo y gas; la producción de trigo se contrajo a volúmenes de hace un siglo y otro tanto ocurrió con el stock ganadero.

También la mayoría de las economías regionales perdieron competitividad, debido a costos en alza por la inflación, deterioro cambiario y alta presión impositiva, al igual que muchos sectores industriales.

Paradójicamente el «modelo productivo», motorizado por el aumento del consumo interno, del salario real, los subsidios a las tarifas, el récord de gasto público y el desendeudamiento externo, va camino a despedirse en medio de recesión, mayor desempleo, deterioro cambiario y escasez de divisas. Está a punto de completar nueve años con inflación de dos dígitos y cae el salario real, que afecta al consumo al igual que los altos impuestos. Que la Presidenta haya pedido «comprensión» a los trabajadores para no bajarles el impuesto a las Ganancias (con pisos y escalas carcomidos por la alta inflación, rebajada por el Indec) es otra muestra del agotamiento de la política económica. Que hoy se sostiene a base de aumentos del gasto público, endeudamiento interno (indexado por el dólar) para aliviar a la «maquinita» del Banco Central, créditos subsidiados para impulsar la compra de productos que no incluyan demasiados insumos importados y proliferación de controles oficiales. Todo para «zafar» y llegar a las elecciones de 2015 sin una crisis por falta de divisas o desborde inflacionario.

Las perspectivas de reactivación están supeditadas a un incierto arreglo con los holdouts para salir del default y colocar deuda los mercados externos. Y la tarea de tratar de corregir los grandes desequilibrios macroeconómicos a heredar quedará, efectivamente para el futuro gobierno.

Néstor o. Scibona


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