Aquel momento
claudio andrade candrade@rionegro.com.ar
mediomundo
Unos tras otros, los momentos abandonan el escenario de los hechos. Pasan corriendo como niños que juegan a la mancha y nosotros, demasiado viejos para alcanzarlos o demasiado tontos para entenderlos, los vemos perderse por el fondo a la derecha o a la izquierda. Inexorablemente se irán. Aunque estén aquí y ahora frente a nuestras narices, en breve, no estarán. Tenemos el triste consuelo de volvernos conscientes de lo significativa que era tal o cual persona o situación cuando ésta ha desaparecido de nuestro mundo. Cuando es un recuerdo. Las epifanías, claro, no son una experiencia cotidiana. Tal vez por eso amamos a los músicos que nos trasladan de una dimensión a la siguiente, o nos dejamos seducir por las mentiras que salen de la boca de nuestro actor preferido, o esperamos con tanta ansiedad el aroma a comida bien y recién hecha, o una palabra de amor que abra puertas íntimas que permanecían cerradas desde hace años. Porque son claves de la eternidad, fórmulas sensoriales que nos subrayan el instante por el cual estamos transcurriendo. Como un cartel luminoso en medio de un bosque oscuro y frío, nos indican un camino, un lugar próximo, un fuego reparador. La música, como la literatura, como la cocina, hace visible el milagro. *** La vida se desarrolla bajo la sombra de una cruel ironía: no pocas de las cosas que nos importan adquieren su verdadera estatura después y no durante. El “hasta pronto” formal y nostálgico entre dos hermanos que no han parado de pelearse en vacaciones o para las fiestas que los reu-nió por unos días. La fotografía de aquel verano caluroso y que ahora recordamos como unas alegres vacaciones durante las cuales padecimos y nos deleitamos con la ciclotimia de los amigos. Una relación de pareja que dejó de ser un infierno para transformarse en el relato de lo que fue en una extraña película sobre una pareja que ya no existe. Supongo que vivir tiene su acotada metáfora en ciertas canciones que nos ponen tristes por todos esos motivos que conocemos. Escuchamos la canción porque nos incita y nos permite viajar a una época marcada por el placer, el dolor y la confusión y, mientras la escuchamos, sufrimos o recuperamos esa textura de dulce vértigo a la vez que observamos como la canción se acaba. Y cuando se acabe volveremos al silencio. Cuanto más bella una realidad, más delicada, más laberíntica. Lo hermoso es frágil e inestable. Y, como dijo Jünger, la vida es hermosa, un hecho que no podemos olvidar sin importar cuánto nos haga o nos hagan sufrir en el camino.
claudio andrade candrade@rionegro.com.ar
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