Argentina: una sensibilidad selectiva, Por Armando Valladares15-01-04

las declaraciones del jefe de la diplomacia norteamericana para América Latina han provocado una reacción desproporcionada, airada e inusual en la Argentina. Los que no conocen lo que dijo el diplomático norteamericano podrían pensar que éste ofendió al pueblo argentino, que pisoteó su historia, que insultó a sus próceres, que mancilló el honor y la honra de todo el país y de sus hijos.

El embajador Noriega, refiriéndose a la actual política de acercamiento de la Argentina hacia Cuba dijo que era, y cito textualmente, «motivo de preocupación y decepción». Eso fue todo, pero ha sido el pretexto ideal para canalizar la hostilidad contra los Estados Unidos y congraciarse con la izquierda latinoamericana y, especialmente, con el dictador cubano Fidel Castro.

Ha sido decepcionante para todos los amantes de la democracia el deprimente espectáculo de ver a un presidente elegido democráticamente por su pueblo abrazarse con entusiasmo y rendido de visible admiración al dictador más sanguinario que ha conocido América, con casi medio siglo asesinando y torturando al pueblo de Cuba.

Y es preocupante que la Argentina se asocie ahora con los planes de Castro, Chávez y la izquierda trasnochada latinoamericana para tratar de desestabilizar la región. Por su cargo, el embajador Noriega no puede ser explícito, pero eso es lo que hay detrás de su declaración, con la cual el gobierno argentino ha hecho un escándalo llegando casi al ridículo.

Además de las críticas del presidente Kirchner, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, calificó la frase del embajador Noriega de «francamente impertinente» y el vicecanciller argentino Jorge Taiana las tildó de «agraviantes, sesgadas e inoportunas».

El ministro del Interior, Aníbal Fernández, en una total falta de respeto, llevó su crítica a la ofensa personal y catalogó al diplomático norteamericano de «funcionario atrevido que se fue de la lengua».

El radicalismo, la mayor fuerza de la oposición, pronunció «discursos y conferencias» sobre la frase del embajador Noriega y la catalogó de «un deleznable ejemplo de prácticas despóticas y colonialistas violatorias del derecho público internacional», etc.

Todo este «show» ha sido una payasada. Ninguno de estos personeros alzó la voz cuando Castro llamó a los argentinos «lamebotas de los yanquis».

El canciller Rafael Bielsa, en una declaración que lo convirtió en cómplice de los crímenes de Castro, declaró «que no podía, que no se atrevía a decir que en Cuba se violaban los derechos humanos». A pesar de que dijo, de manera rotunda, que en su viaje a Cuba se reuniría con los disidentes, no pudo hacerlo porque Castro se lo prohibió. Aquí la independencia y la dignidad de que habla el presidente Kirchner se fueron al piso: ni uno solo de los que se han rasgado las vestiduras por la frase del embajador norteamericano hizo una sola declaración ante esta injerencia de Castro en la política exterior de la Argentina. Es una pena que los servicios de inteligencia de Estados Unidos no puedan hacer públicos (todavía) los detalles de esa prohibición, el corre-corre en la Casa Rosada con la llamada que recibieron de Castro y del humillante sometimiento del actual gobierno argentino a sus presiones.

Dice el gobierno argentino que ya terminaron de ser alfombra para Estados Unidos, y se acabaron también las relaciones carnales y el alineamiento automático con ellos. Esa posición sería respetable si no conllevara un cambio de alineamiento, porque ahora las relaciones carnales son con ese viejo decrépito que todavía sigue asesinando y torturando a mi gente allá en Cuba. Sí, esta luna de miel del gobierno argentino con la isla-cárcel, como dijera el embajador Noriega, «es motivo de preocupación y decepcionante».

 

 

 

(*) Ex preso político cubano. Fue Embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra durante las administraciones Reagan y Bush


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