El paraíso manchado de gris espera por días mejores

Los habitantes de La Angostura comienzan a adaptarse a un panorama complejo. A falta de trabajo algunos encontraron una oportunidad limpiando techos, otros esperan a que la actividad vuelva a la normalidad recluidos en sus casas y armando rutinas de juegos con sus hijos. Y otros aprovecharon las vacaciones adelantadas para tomar un respiro. Historias de vida de gente que quiere salir adelante a pesar de esta situación.

Redacción

Por Redacción

Padres e hijos, sin electricidad, deben volver a las rutinas de los juegos de mesa.

claudio andrade candrade@rionegro.com.ar

En la madrugada del domingo 5 de junio el apocalipsis fue anunciado por mensaje de texto en algunos barrios de Villa La Angostura. Pero antes hubo un grito en las calles. El relato, convertido en nueva leyenda urbana, abunda en imprecisiones, zonas blancas que nadie sabe, nadie se explica desde la razón pura. Un muchacho, un hombre, alguien, salió a la calle con un megáfono y comenzó a alertar a las familias de la villa sobre un devastador e inminente terremoto. “¿Quién puede culparlo? ¡Colapsó!”, reflexiona sobre el extraño hecho un vecino que se enteró por un SMS, enviado por un amigo, del catastrófico anuncio que no fue. En el barrio 15 Viviendas, ubicado junto al Mallín y el Margarita, la noticia recorrió los celulares. “Nos llegaron mensajes de texto y nos asustamos mucho, bajamos los colchones del primer piso y nos preparamos para lo peor”, cuenta Mariana, quien junto a su marido Eduardo y sus cuatro hijos, Victoria, Brenda, Kiara y Leonel, soportan el aislamiento impuesto por las cenizas con paciencia oriental. Sin escuela, sin luz desde hace una semana y con agua racionada que van a pedir periódicamente a un centro comunitario, la familia pasa la mayor parte del tiempo organizando juegos de mesa. “Hay que esperar no más. De algo servirá la arena un día”, dice Eduardo, quien trabaja como celador en una escuela pública. Mariana, por su parte, se desempeña como mucama con horario parcial en un conocido hotel, cerrado, en el que le aseguraron que le respetarán su sueldo. Mariana y Eduardo han sabido de vecinos que quieren dejar la villa pero no es su caso. “Nosotros nos quedamos, ésta es nuestra casa y además no tenemos adónde ir”, explica Mariana. Su casa es un edificación sólida de dos pisos que se erige en uno de los barrios laboralmente más golpeados por la crisis puesto que en el Mallín, Margarita y 15 Viviendas viven en su mayoría trabajadores del área de la construcción. Renzo, José Luis y Patricio son albañiles, vecinos del Mallín, pero hoy recorren las calles de La Angostura pertrechados de escobillones, palas y rastrillos. Todo al hombro. “Empezamos a salir el otro día porque suspendieron la obra en la que estábamos. Éramos como 30 pero con esto se terminó”, dice uno de ellos. En la crisis encontraron una oportunidad. Por 300 a 400 pesos quitan las cenizas acumuladas de los techos de las casas. La última changa, por la que cobraron “300 mangos”, les llevó tres horas de duro y transpirado trabajo. “Era una casa grande, después de comer tenemos que ir a lo de una abuelita, pero le vamos a hacer rebaja”, cuentan. Éste es el precio informal. Las inmobiliarias no han podido negociar presupuestos para la misma actividad por debajo de los 10 pesos el metro cuadrado. “Los dueños de Buenos Aires se quedan espantados, pero hay que limpiar sí o sí”, explica la empleada de una inmobiliaria local. “La gente minimiza lo que está ocurriendo, te hablan de las cenizas que caen en la Capital, como si fuera lo mismo”, agrega. Los últimos 10 años La Angostura vivió un boom inmobiliario que difícilmente se sostenga en el futuro inmediato. Los árboles apenas si soportan el peso de las cenizas, las cumbres invernales han perdido su famosa pulcritud a manos de un manto sucio, como la tela de una arpillera fundida en la nieve, los caminos están siendo abiertos a fuerza de palas mecánicas, dejando toneladas de material acumulado a los costados. De pronto el paraíso se ha vuelto gris. En el hospital de la Villa no se observaron aún casos graves. “A los pacientes que han venido con problemas pudimos ayudarlos acá y no derivarlos”, cuenta una médica del lugar. Uno esperaría sobre todo cuadros relacionados con las vías respiratorias, pero el abanico es más amplio. “Hemos atendido a personas con problemas de gastritis o similares, pensamos que tiene que ver con la falta de electricidad y la manipulación y la preservación de alimentos”, indica la doctora. Las personas con contracturas, dolores varios y estrés completan el panorama. “¿Ustedes conocían la villa antes de esto”, pregunta ella, quien junto a su marido es propietaria de un restaurante que ahora permanece cerrado y entre sombras. La mujer no puede contener sus lágrimas, sus frases se apagan mientras su marido la abraza. Ambos se mantienen erguidos enfrente de su negocio y durante las horas siguientes se ocuparán de quitar cenizas y lavar con dedicación las hojas de los árboles. Por unas horas al menos el gris volverá a ser verde e intenso. Como siempre lo fue. “Ésta es una operación militar”, afirma el teniente coronel Guillermo Vergara, quien coordina acciones en el Comando de Operaciones de Emergencia en el que confluyen el Ejército, Gendarmería y voluntarios civiles. Y lo es. La Angostura atraviesa por una verdadera guerra y el enemigo bien podría ser esa nube volcánica que avanza sobre la región con su puntilloso entramado, frío y pegajoso. El Ejército puso a disposición para esta emergencia a 110 hombres y más de 40 vehículos de distinto tonelaje. Las instalaciones de los miembros de la Brigada de Montaña Sexta de Neuquén semejan el escenario de los conflictos bélicos. Un equipo de especialistas ocupa una oficina con sus computadoras portátiles y pantallas, cuyas paredes quedaron cubiertas con mapas en los que se delimitan los cursos de acción y los puntos de mayor peligrosidad de desbordes de los ríos. Pero aquí no hay armas, sólo orden, disciplina y costosos equipos que van desde el camión simple al camión generador pasando por las tiendas de campaña. “Necesito irme y recargar pilas”, dice Mabel y sus ojos se llenan de lágrimas. Acaba de volver de despedir a una amiga y ella también se marcha este lunes con sus hijos. Su marido se quedará esperando a que el horizonte se muestre más benigno y cuidando la casa. “Con los chicos se hace muy difícil, ahora que arrancan antes las vacaciones de invierno vamos a tomarlo como eso, vacaciones, porque vamos a volver”, explica. “Este lugar es hermoso, aquí pueden jugar los niños en la plaza”, relata Mabel con la mirada perdida y una sensación de vacío que se evidencia en el tono triste de sus palabras. “Si se pone peor pensé en alquilar algo en Dina Huapi, pero no nos iremos”, cuenta David, un ingeniero agrónomo que lleva más de 20 años en La Angostura y que es originario de Córdoba. David administra campos en Río Negro y su mujer Mónica es docente de primaria y secundaria en la villa. Viven en un hermoso chalet que emerge de entre las cenizas. Mónica demuestra una voluntad férrea. Al entrar, la encontramos limpiando su casa provista de unos lentes y una mascarilla. “¿Se ve bien?”, pregunta. Su esfuerzo es notable, el piso luce brillante como si aquí no hubiera ocurrido nada. La Angostura transcurre cada día marcada por las profecías más funestas. Desde que el primer hombre pegó el grito de alarma, los malos augurios continuaron. La ceniza es un ente extraño, molesto y perseverante. Se entromete en las conversaciones, atenaza las vías respiratorias y convierte en zona prohibida los ámbitos públicos y naturales. Una cruel ironía para este universo patagónico que ha sabido inspirar sueños de eternidad.

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