«Asombra que el dolor tenga su instante de belleza»
ENTREVISTA
– En uno de sus escritos usted señala que el dolor en sí mismo carece de sentido, lo define como una presencia brutal y torpe que empapa la existencia.
– Y digo que desde el punto de vista de la psicología no hay modo alguno de darle, construirle un sentido.
– ¿Y entonces?
– El dolor es una evidencia de la vida, estamos atados a él… lo único que varía es el tipo de dolor. Llega, se instala, está y está en todos de mil maneras distintas. Hasta los místicos lo sienten. Ellos mismos cuentan que no hay nada más maravilloso que la exaltación mística, pero nada más terrible que cuando hay que volver de esa exaltación. Admitida la presencia del dolor como algo consustancial a la vida, uno bien puede deducir que si el dolor es algo en sí mismo, lo único que se justifica en la vida es la búsqueda desenfrenada y hedonista de placeres para convivir con el dolor, pero semejante frivolidad tampoco tiene sentido o no puede ser un fin en sí mismo para una vida. Es decir, al dolor hay que darle una dirección, un rumbo. Desde esta perspectiva creo que la única dirección que le podemos acreditar es el de aprender. Ante el dolor lo único posible a fin de acreditarle un rol, es el que se construye retroactivamente para aprender de él… y si admitimos que el dolor es inevitable, que no lo podemos gambetear eternamente, debemos asumir entonces que hay que hacer del dolor una inevitable posibilidad de aprendizaje que nos entrega la vida… luego preguntarse qué aprendió uno de esa situación donde el dolor caló hondo. Si uno no aprendió nada, ese dolor no sirvió para nada.
– Usó el término posibilidad, «inevitable posibilidad». O sea que no siempre se aprovecha esa posibilidad.
– Este aprendizaje no siempre se logra. En el trabajo al que usted hizo referencia, señalo que el dolor, ese aprendizaje, no se adquiere burocráticamente por antigüedad y permanencia en el cargo… hay que detectar la posibilidad de aprender del dolor. Va de suyo una aclaración que siempre formulo cuando abordo este tema… hablamos del sentido psicológico del dolor.
– ¿Detectar la posibilidad de ese aprendizaje depende de algo en particular?
– No necesariamente… siempre digo que se puede ser viejo y tonto… pero el dolor está en todo. En un momento, en otro o toda una existencia.
– ¿La impunidad con que suele soltarse el pensamiento sobre uno mismo puede conducir a sentirse distante de la posibilidad del dolor?
– Por supuesto, pero el dolor siempre llega… hay que admitir, de todas maneras, que existe una percepción muy extendida en ciertos niveles de que el dolor no atañe a todos.
– Pero, como diría desde su difuso descreimiento, ni los dioses escapan del dolor.
– Eso me recuerda un hecho que me ocurrió hace ya una pila de años y creo haber contado en alguna colaboración. Yo atendía a una paciente… cantante y muy linda. Un día me invitó a uno de sus recitales y en un momento dado interpretó una canción que yo le había pedido… antes de hacerlo dijo que esa canción se la había pedido su terapeuta. Saltó entonces una persona que estaba entre el público y con toda la fuerza que le fue posible se preguntó «¿Para qué precisa una diosa así un terapeuta?» Y sí por más que se la endiosara, ella era un ser humano que sobrellevaba dolores.
– Usted ha trabajado mucho sobre un tema sobre el cual suele reflexionarse con fuertes cargas de ligereza: los pobres tienen el patrimonio del dolor. ¿No hay mucha demagogia en este razonamiento?
– Si uno lo reflexiona desde lo político, bueno, podríamos decir que sí, que es un argumento montado liviano. Pero yo este tema lo reflexiono como terapeuta, y entonces sí, digo que ese patrimonio o monopolio no es tal. Estoy formado en el convencimiento de que el dolor en el sentido psicológico en que estamos trabajando aquí, ese dolor humano, no es reductible a carencias materiales. No se trata de desconocer la proyección, la gravitación que esas carencias tienen sobre quienes las padecen. Digo que el dolor suele surgir de sitios en nada vinculados con una determinada situación social… ¡esto es tan evidente que obra en actas!, podemos decir. Y es más, de mi experiencia de tres décadas como terapeuta, estoy persuadido de que lo que llamo el componente no material, o sea, la ausencia de carencias para el caso concreto que estamos hablando, gravita mucho más en materia de dolor que lo que uno puede imaginarse.
– ¿Qué le sigue sorprendiendo en la tarea de trabajar cotidianamente con el dolor?
– Siempre hay algo… yo soy un hombre de interrogantes permanentes sobre lo que voy asumiendo, escuchando. Mire, hay algo que yo llamo «la belleza del instante» o algo parecido y sí, sí, me llama mucho la atención cuando se me presentan casos donde surge esa «belleza del instante». ¿De qué se trata? De que en el marco de un dolor, incluso físico, muy terminante, el que sufre directamente suele tener espacio para un momento inesperado por lo agradable. Con un ejemplo, nos entenderemos mejor. En los meses últimos del 2003 vino a verme un abogado de buena posición económica que tenía un cáncer que inexorablemente lo llevó a la muerte hace poco tiempo. Llegó con un cuadro imaginable… terrible crisis de angustia, etc. Lo desesperaba morirse en enero porque en enero no iban a estar sus amigos, todos de vacaciones. El había tenido una vida de protagonista… hombre de convicciones fuertes, gustaba de la polémica… nunca pasaba desapercibido, un «peleador» en un sentido no agresivo. Un día, siempre en el marco de la crisis de angustia en la que estaba inmerso, me dijo que por la noche tendría una reunión. Al día siguiente vino muy contento, estaba feliz, muy feliz. ¿Por qué? Porque en esa reunión no se había «peleado» con nadie… había escuchado a otros, les había dado espacio. De golpe, después de sesenta y tantos años de vida, cerca de la muerte, bajo angustia, por primera vez modificaba una conducta. Este tipo de situaciones me sigue llamando la atención… me sorprende la trascen
dencia o la belleza que adquiere un momento dado en un escenario de intenso dolor, angustia.
– La diversidad de lo humano y de lo que le sucede a lo humano, ¿no?
– Y todo lo apasionante que eso implica… sí, sí. Este abogado, en medio de tanto dolor, en un instante final hizo del dolor un aprendizaje… lo aprovechó. Como terapeuta me siguen asombrando estas experiencias, así como veo la tragedia que suele implicar un dolor no aprovechado.
– ¿Qué caso le ha llamado la atención de dolor desaprovechado?
– Se lo ejemplifico con un caso de gravitación internacional. Y lo digo desde mi condición de judío: un dolor desaprovechado es Israel… Israel es haber desaprovechado el Holocausto.
– ¿Qué no aprendió Israel?
– No aprendió que el problema de un pueblo no se puede solucionar exterminándolo… lo que está haciendo hoy Israel implica no haber aprendido nada del Holocausto. Es un caso terrible, gravísimo, de dolor desaprovechado.
– Para el caso, ¿estamos ante una tragedia en materia de decisiones? Lo pregunto desde la relación que usted suele establecer entre tragedia e impotencia, aun admitiendo que lo dice para problemas individuales… no en relación con la conducta de un país.
– Estamos ante un caso donde, de mantenerse este curso, se puede marchar inexorablemente hacia la impotencia.
– ¿Un problema de responsabilidad?
– Absolutamente.
– Precisamente, ¿cómo es posible la existencia de opiniones que corren a Maradona de las responsabilidades de lo que le sucede y las acreditan exclusivamente a Cóppola?
– Ah, mi amigo, usted mismo recién dio la respuesta: ¡la diversidad de lo humano!
– Sí, pero a esta altura del minué uno espera que la gaita de la racionalidad esté más templada…
– Mi experiencia profesional me dice que la responsabilidad, en términos de asumirla, es uno de los temas más complejos que sobrelleva en ser humano. Es más, creo que de las patologías que abordo, la más compleja de tratar es la cobardía. El paciente que en nombre de lo que no puede decidir rehusa decidir lo que sí puede decidir, ese paciente es todo un tema. Pero vayamos a Maradona… en la acreditación casi excluyente de responsabilidades a Cóppola lo que subyace es precisamente carencia de disposición a asumir responsabilidades por parte de quien busca sólo en Cóppola lo que también debe situar en Maradona…
– ¿Esto tiene que ver con el ídolo? ¿Hay que cuidarlo, preservarlo? Aquello de Sartre, «el infierno son los otros»…
– Al ídolo siempre se lo hace funcionar en un sistema muy especial. Visto desde esta perspectiva, seguramente existe una necesidad de preservar al ídolo… pero creo que esto trasciende esa exigencia. Mire, yo creo que la sociedad argentina es básicamente infantil. Tiene una larga historia de cegarse ante realidades impetuosas que le plantea su propia su propia historia… y zamarreada por esa dialéctica, siempre se saca culpas y busca la protección de esto o aquello. Estimo que en esto de restarle responsabilidades a Maradona en la tragedia que sobrelleva, hay mucho de esto… no me parece muy complicado explorar y lograr el origen de esa conducta.
– Asombra la capacidad, la voluntad para autoengañarse.
– No debería asombralo tanto… viene desde los tiempos en que casi los tiempos no existían, por decirlo irónicamente. Mire, en este tema también subyace una realidad que se expresa en términos muy elocuentes y que me apasiona investigar: cada una de nuestras fuerzas es a la vez fuente de nuestras debilidades. Un caso: nuestra inteligencia, que es, por ejemplo, fuente de avance en favor de la vida y es también instrumento de exterminio… pasa incluso con nuestra sexualidad. Por ahí está escrito que cuando no se la sujeta al instinto, bueno, creamos nuevos goces pero a su vez nuevas desviaciones. Y así sucesivamente… mire por donde mire, nuestra fuerza creativa siempre tiene su contrapartida que es fuente de debilidad…
– Así es el juego de la vida…
– Juego contradictorio y, por lo tanto, seductor.
Carlos Torrengo
- En uno de sus escritos usted señala que el dolor en sí mismo carece de sentido, lo define como una presencia brutal y torpe que empapa la existencia.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios