Aurora Venturini: “Mi narrativa es dura porque la vida es dura”

La platense Aurora Venturini dejó de ser una autora de “culto” para convertirse en una escritora “de moda”, ganadora del premio Nuevos Talentos de Página/12 en 2007 cuando tenía 85 años, acaba de publicar “El marido de mi madrastra”, un conjunto de relatos ácidos que desafían y someten al lector a un rosario de osadas y aberrantes realidades con lucidez embriagante.

“Mi narrativa es dura porque la vida es dura”, confiesa a Télam sentada en el departamento de La Plata, ciudad que la vio crecer, ciudad “que ama” y que su abuelo fundó junto a Dardo Rocha.

Aurora araña los 90 años, es pequeña -como sus protagonistas-, hilarante, frágil y fuerte, y con una inteligencia y sagacidad que deslumbran.

Hace un año atrás, Venturini volvió a nacer: “Tuve un accidente y me armaron el esqueleto de nuevo, estaba toda deshecha y me operaron dos veces. Tuve que reeducarme, aprender a caminar, a hablar y a comer, pero nunca dejé de escribir, le dictaba las columnas (para Página/12) a una escritora”, cuenta.

Comenzó su romance con la literatura a los cuatro años, “lo único que quiero son las letras. No he amado a nadie”, aclara.

En ese punto, como en muchos más, Aurora se desnuda desde su narrativa cáustica como con Chela, una niña de avanzada y personaje central de “Nosotros, los Caserta”, la novela que publicó el año pasado.

“Yo era superdotada. Leía, escribía, molestaba con las preguntas porque no creía lo que me contaban, discutía. Sufrí mucho, el que es diferente sufre. Ser superdotado es como ser infra. La diferencia pesa y divide porque nadie te quiere, todos te escapan. No tuve amigos, tuve compañeros más o menos durables.”, como sus dos largos matrimonios que define como “Vilcapugio y Ayohuma”.

En “Las primas” -el libro que la lanzó a la fama literaria y que permitió que Random House Mondadori la tuviera como escritora fetiche- aparece Yuna “una imbeciloide reeducada”, dice.

“Yo soy de olvidar como hace Yuna que borra. Hay que borrar porque uno no puede cargar con todo. Por eso hago hablar a Yuna, mi alter ego”, aclara.

La lectura de sus obras son viajes en dos sentidos: el literario y el vivencial, que rara vez se separan.

“No se inventa nada. Partimos de algo que fue y que está, que cabe en el espacio o en el subconsciente. De ahí en adelante se puede inventar, adobar con nuestra fantasía, pero la verdad absoluta es lo real, la única verdad es la realidad, como decía Perón”, opina.

Venturini estudió Filosofía y Ciencias de la Educación en La Plata y Psicología en París donde se especializó en el Test de Rorschach, “los pacientes se desesperaban con las manchas”, bromea y retoma el hilo de su vida, que mecha entre anécdotas, ideas y relatos literarios.

“A través de la señora de Mercante -esposa del gobernador peronista Domingo Mercante- conocí a Evita para trabajar en la Fundación y nos hicimos amigas. Eva era buena, buena, buena. Quería mucho a la gente, era una santa, como dicen. Sufría a la par de las personas, no quería que la descubrieran débil. Había casos que la desbarrancaban, que la dejaban mal”, recuerda.

Uno de esos casos fue el que trató en la Dirección de Minoridad y que le da título a su último libro “El marido de mi madrastra”, la terrible historia de Máxima Bellini, una chica abusada por su madrastra, su marido y corrompida por su entorno.

“No termina así, al final hago fantasía. A esa chica la hicimos estudiar, se recibió de maestra, se empleó en Puán, y después de seis años, se mató. No lo podía aguantar, era muy inteligente y sensible”, explica.

“Somos monstruos, asesinos”, reflexiona. Ese cuento “lo tenía adentro y lo saqué. Me hice dura porque sino me hubiera muerto”. Para ella, “el escritor tiene una conexión con algo que no sé qué es pero no es orgánico. Es una sensibilidad monstruosa, ningún escritor es totalmente normal”.

Venturini recibió el premio Iniciación en 1948 de manos de su amigo Jorge Luis Borges; trabó amistad en París con los popes existencialistas como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y vivió con Violette Leduc; tradujo obras de Rimbaud, Villon y Lautréamont; fue cortejada por un muy joven Sabato que le dedicó el libro “Uno y el Universo”, llamándola “una escritora delicada”, escribió más de 30 libros y es peronista de la primera hora.

“Soy miembro fundadora”, dice orgullosa. “En la época de Edelmiro Farrell nos dijeron que había un coronel interesante, nos reunimos con él en el Club Vasco de La Plata. Apareció y era tan buen mozo que nos quedamos locos, cómo hablaba, qué hermosura. Tenía eso, carisma. Nos hicimos peronistas ahí nomás. El nos decía que no podíamos vivir así, que era una esclavitud, un coloniaje espiritual”.

Su filiación política la llevó al exilio francés pero “escribía siempre, aún cuando me perseguían por ser peronista. Me echaron de las cátedras, de los diarios y de Clarín dos veces. Si soy peronista soy culpable, pero lo único que hago es pensar, nunca maté a nadie. `Viejos idiotas`, les dije a los que me echaron, `se van a morir todos y Perón vuelve, acuérdense`”, ríe pícara.

Aurora creó un estilo propio, perceptible en las primeras palabras. Narra en primera persona y, según el jurado de Página/12, “pone en peligro todas las convenciones del lenguaje”. Es que para esta mujer, transgresora por donde se la lea, su lenguaje carece de límites.

“Es pensar que el idioma es una plastilina, inclusive se pueden inventar palabras”, agrega.

Y eso mismo la ha salvado: “escribir es el único momento en que no tengo miedo, que estoy en mi propio continente” confiesa, y adelanta: “El año que viene sale un libro nuevo `Los Rieles`, donde cuento el viaje al otro mundo que tuve cuando me operaron”.

“Los médicos dijeron `no hay nada que hacer` todos lloraban desesperados, me moría y me morí nomás. Unas voces me decían estás muerta y yo gritaba que no, así pasé dos días. Eran unas voces con bronca, furiosas que insistían `te vamos a enterrar` y ahí fue cuando me desperté. No quisiera volver ahí. Yo me reía de Víctor Sueiro, sólo que a él le tocó la mejor parte. Nada es más lindo que la vida, pero es un préstamo”.

Sus libros fueron traducidos a varios idiomas, está en danza la posibilidad de la película de “Las primas”, y admite tranquila: “estoy de moda, hasta los buhoneros me leen, pero yo le digo a Jesús -soy muy cristina, aclara- que no quiero ser vanidosa porque -como dice el tango- `la fama es puro cuento`”.

“Siempre escribí bien y me echaban. Ahora me buscan, pero aquello no se olvida, si me hubieran buscado antes… hay que agradecerle a Dios porque así son los destinos”, se resigna sonriente. (Télam).-


La platense Aurora Venturini dejó de ser una autora de “culto” para convertirse en una escritora “de moda”, ganadora del premio Nuevos Talentos de Página/12 en 2007 cuando tenía 85 años, acaba de publicar “El marido de mi madrastra”, un conjunto de relatos ácidos que desafían y someten al lector a un rosario de osadas y aberrantes realidades con lucidez embriagante.

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