Autocrítica como plataforma de despegue
chicos tiene Patagonia en divisiones menores, 300 de ellos en “escuelita”.
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El fútbol está repleto de excusas. Abundan las explicaciones ilógicas. Los dirigentes culpan a las gestiones anteriores por lo que se hizo mal o no se hizo, despotrican porque los gobiernos no apoyan, los privados se hacen los desentendidos con el deporte, los hinchas no apoyan y los periodistas sólo critican. Mucha verdad hay en todo eso, pero jamás hay mea culpa, la autocrítica es tan difícil de encontrar como una buena cancha de césped en la región. Como nunca, posiblemente por la sensibilidad del tema, casi todo los directivos consultados por la actualidad de las divisiones inferiores coincidieron en que es de “mala para abajo”, que los chicos generalmente son la variable de ajuste, que no hay gente idónea trabajando en estas áreas, que se pelean por potenciales cracks y tantas otras cosas más. No hay fórmulas para el éxito en el fútbol. Cipolletti tuvo un gerenciamiento que dejó una base de jugadores excelentes para la región, que trabajó en las divisiones inferiores de manera concienzuda y acorde con la época, y que se fue después de aportar buen dinero, con una mano atrás y otra adelante. A Centenario le pasó todo lo contrario. La tercerización que impulsó el empresario platense Gustavo Marín sólo le prestó atención a la primera división, no consiguió resultados y entre gallos y medianoches se volvió a la Ciudad de las Diagonales, dejando las categorías formativas casi devastadas. “Ese gerenciamiento dejó un gran retroceso para el club, porque nadie se interesó por los chicos, jugaban por jugar, sin pensar en el presente o el futuro. Fue una verdadera vergüenza”, cuenta Carlos Albornoz, el nuevo coordinador de las inferiores de Centenario. Y apela a la sinceridad: “Estamos intentando armar la estructura de nuevo, reconstruirla. No es fácil encontrar gente entendida en el tema para trabajar y en general ni siquiera lo hacen técnicos. Además, la carencia está en la preparación física. Todo pasa por la parte económica, por absorber el gasto. Pocos clubes pueden hacerlo”, explicó. En Cipolletti sucedió a la inversa. El gerenciamiento dejó una gran plataforma de despegue pero el proyecto apenas alcanzó a carretear. Ahora el amesetamiento es general. “Tenemos serias deficiencias en las inferiores desde hace años, lo que repercute en las categorías superiores. Se hicieron las cosas muy mal y la plata sólo ha alcanzado para mantener al plantel del Argentino A. Hay que realizar una refundación”, confesó Juan José Chelía, presidente de la subcomisión de Fútbol. Hay clubes que directamente no tienen tanta suerte como Cipolletti o Centenario. San Lorenzo es muchas cosas: una entidad social, una fortaleza de contención social para los chicos, un botín político, el blanco muchas veces de violencia entre bandas. Allí las paredes siguen de pie porque hay un grupo de abnegados vecinos que no dan el brazo a torcer y porque, cuando no, la política también mete sus uñas. El panorama es demasiado complejo como para pensar en un orden en las divisiones menores, aunque hubo muchachos como Víctor Manchafico (a San Lorenzo de Almagro) y Miguel Iribarra (River) que desde el oeste neuquino supieron lo que es recalar en el fútbol grande. “Trabajamos para sanear el club y constituirnos legalmente. Después llegará el tiempo de pensar en armar buenos planteles y trabajos más serios. Se perdió mucho tiempo, se dilapidaron recursos. Necesitamos que volver a arrancar”, señaló Gómez, el presidente Santo.
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