Aventura en dos ruedas al corazón del desierto
De El Chocón a Neuquén por la margen sur del río.
Gentileza
NEUQUÉN (AN).- Desde temprano los meteorólogos habían advertido que el viento soplaría fuerte en el Alto Valle. “Ráfagas de 50 kilómetros”, dijeron. Pero no importó. Todo estaba listo para la sexta edición del “Chupa Kabra Bike”: una travesía de 110 kilómetros de rodada nocturna desde El Chocón hasta Neuquén por la margen sur del río Limay. Para ese momento, las condiciones climáticas poco favorables ya eran una anécdota.
El reloj marcó las 20:15 cuando partimos de la estación de servicio de El Chocón, y esta cronista comprobó de veras que la bicicleta es una pasión. Con la bici se vive el camino, se respira el camino, la naturaleza. Mientras se ocultaba el sol, allí estábamos 77 “bikers” festejando la camaradería que genera ese deporte. No nos importaba que en la espalda el viento soplara fuerte. Tampoco que hiciera algo de frío. Al fin y al cabo, muchos estábamos de a grupos con la idea de pasarla bien. No había competencia. No importaba si llegaba primero a la cervecería Owen –el destino final– tal o cual.
Ya en la presa los gendarmes sacaban fotos y alentaban el pelotón que poco a poco se adentraba en el ripio rumbo a la zona de Rentería, la primera parada a los 40 kilómetros desde el inicio. Siguiendo el camino, con terreno pedregoso, la noche avanzaba obligándonos a encender las luces y agudizar la visión nocturna. Éramos los locos de las lucecitas.
Tras las primeras caídas, las primeras pinchaduras, las primeras opiniones, ganamos altura y pasamos de 350 metros sobre el nivel del mar al punto más alto de la travesía: 840 msnm. De movida, el gran esfuerzo en subida de los primeros 35 kilómetros desde la presa estaba superado.
Arriba, en el primer puesto de abastecimiento, viento fuerte y frío, mucho frío, fue lo que hubo que enfrentar pasada la medianoche, y no faltó un mate cocido caliente que reconfortara el espíritu. El clima apuró la marcha y de a poco nos lanzamos por una extensa bajada de casi 14 kilómetros que llega hasta la base del Anfiteatro.
Hasta ahí, todo el tiempo me preguntaba qué buscábamos los ciclistas, por qué sufríamos el frío y por qué de noche, si por desafiarnos a nosotros mismos y superar nuestros límites o vivir nuevas aventuras. Un poco de todo.
Más tarde, promediando las cinco horas de rodada, el camino se puso bastante arenoso dificultando el tránsito de las bicis, lo que exigió disminuir la velocidad, resistir tensiones y hasta soportar una que otra caída. Esa dificultad obligó a que algunos subieran al vehículo de apoyo que acompañó al pelotón todo el recorrido.
Pasados los arenales, tras una subida de tres kilómetros y pasadas las 2:25, arribamos al lugar conocido como San Cayetano, situado en el kilómetro 68 del recorrido. Allí nos esperaba el segundo y último puesto de abastecimiento. Fue el sitio donde pudo comerse algo, estirar la espalda unos segundos y seguir. “¿Cuánto falta… cuánto?”, se escuchaba.
Seguimos la aventura, y a las 2:55 la noche nos regaló una bellísima luna anaranjada que levantó el ánimo y dibujó sonrisas. Era un espectáculo. Ale, los dos Gusti, las dos Caro, Susi, Noe y esta cronista (apodados “Los Pedalines”) coincidimos en guardar silencio por momentos, halagar la luna y hasta reflexionar un poco.
Camino compacto y excesivo serrucho (que obligó a apretar fuerte el manubrio forzando brazos y hombros), fue lo que hubo que costear en el último tramo del camino hasta antes de llegar al paraje Las Perlas, a los 100 kilómetros del recorrido. Eran las 4:35 y la ciudad de Neuquén comenzó a dibujarse en el horizonte toda iluminada.
Lo que queda es un tirón de casi once kilómetros hasta la calle Olascoaga al fondo, donde nos esperaba un rico desayuno.
Como ocurre a menudo, justo al límite del sueño y cuando el cuerpo se mueve por inercia, las anécdotas de las nueve horas de travesía con poco más de siete de rodada nos despabilaban. Hubo palabras como “aventura”, “camaradería”, “desafío”, “adrenalina”. Con certeza, el camino entiende de amistades y de manos extendidas y de apoyo moral, de todo eso que va dejando huellas para nuevas aventuras.
Florencia Lazzaletta
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