Babel y las torres

Por Héctor Ciapuscio

Cuenta el Génesis (11,1 y ss.) que, algún tiempo después del Diluvio Universal, los que vivían en el sitio donde después estaría Babilonia se inflaron de soberbia y decidieron competir con la grandeza del Creador edificando «una torre cuya cúspide llegara al cielo».

Jehová bajó para ver la obra de los hombres y, ofendido por su arrogancia, decidió castigarlos. Confundió las lenguas de los que allí trabajaban de modo que no pudiesen entenderse entre sí. La torre -llamada Babel, que significa «confundir» en hebreo- cayó, y los hombres fueron dispersados sobre la faz de la Tierra.

Umberto Eco comentó en un libro de 1993 que Arno Bost, un erudito alemán que publicó, a lo alemán, seis tomos sobre Babel, recuerda que varios estudiosos árabes han interpretado que la dispersión lingüística se produjo por razones traumáticas: al experimentar la gente el derrumbe -ciertamente terrible- de la Torre se espantaron. Al fragoroso desplome siguió, expresa en latín el semiólogo italiano, la «confusio linguarum», la confusión de las lenguas.

Esto hace plausible imaginar que quizá si hubiera escrito su texto ahora, a siete meses del desastre de las torres de Manhattan y vistas sus consecuencias, quizá se hubiera atrevido a diagnosticar un impacto análogo, calificándolo como «confusio idearum», confusión de las ideas. Porque, en efecto, es a partir de esa catástrofe que se sucede en Occidente un sinnúmero de dudas, enigmas y desencuentros. Estamos asistiendo, por ejemplo, a posiciones contradictorias entre Estados Unidos y Europa en torno de cuestiones estratégico-políticas como el terrorismo en general, o Afganistán y los talibanes, o Israel y los palestinos, o el Irak de Hussein (justo la tierra de Babilonia y Babel) y sus reales peligros. O asuntos como el de países señalados en ocasión solemne como objetivos de drásticas acciones anti-terroristas que estarían en curso, por no hablar de asuntos comerciales, ecológicos o ético-políticos como el Tribunal Penal Internacional.

En todos ellos surge la idea de que la América de Bush ha devenido bruscamente unilateralista y que Europa se siente marginada. Y, ya en el nivel del común hombre pensante, y sólo respecto del hecho originario, también ha cundido la confusión. La gente tiene una cantidad de preguntas sobre el atentado de las torres que no reciben respuestas desde una racionalidad consistente. Una, por ejemplo -que se avivó con la pifia del ántrax- se refiere a la autoría de la catástrofe del 11 de setiembre. Nadie -contrariando lo que es usual en las organizaciones terroristas- se ha declarado responsable; el atentado no fue seguido por el consabido golpearse el pecho y decir «nosotros fuimos». No se perdió tiempo en calificarlo como una declaración de guerra y sin embargo nadie sabe quién la declaró y contra quién.

En el «Times» de Londres un comentarista expresa esas dudas: «¿Contra USA? ¿Contra Occidente o la cristiandad? ¿Contra el capitalismo?» Otra pregunta tiene que ver con el perfil de los autores. Algunos han propuesto analogías con los kamikazes japoneses, otros con los tamiles de Sri Lanka, muchos con los suicidas palestinos. No han faltado quienes proponen inspiraciones psicóticas del tipo Timothy McVeigh o el Unabomber.

Un intelectual alemán, Friedrich Brake, sostiene que su rastreo psicológico lo conduce a devotos de Nietzsche, con su teoría del resentimiento y el nihilismo activo. O para colmo del desconcierto, lo que expone Thierry Meissan en un libro titulado «11 septembre, Effroyable Imposture» (11 de setiembre, Espantosa Impostura) casi «best-seller» actual en Francia. Que se trató de un complot para relanzar la industria bélica. Que las torres fueron minadas en las bases por la CIA. Que muchos de los que allí habitualmente trabajaban fueron advertidos con tiempo y por eso no fueron tantas las víctimas. Que del avión contra el Pentágono no existen pruebas ni fotográficas ni fílmicas. Que Ben Laden siguió siendo después de la guerra rusa en Afganistán un agente americano…

¿Hace falta más para justificar que alguien pueda plantearse la fantasía que así como el derrumbe de la torre de Babel les reportó a los hombres la confusión de las lenguas, el desplome de las torres de Manhattan les ha traído de rebote una perturbación de las ideas?


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