Bailes de aquéllos

Toda la semana trabajando solía terminar con el ineludible baile del fin de semana. En realidad éramos espectadores de los preparativos familiares y de amigos, porque no nos daba la edad para aspirar a ir al baile. El pueblo chico tenía cuatro bailes bien distinguidos y según dónde fuera nuestros padres nos daban permiso para ir a ver bailar. No existía en ese tiempo -hace unas tres décadas más o menos- restricción horaria y siempre que uno estuviera con sus padres podía ir sin problemas. Cuando los dueños de los lugares para “mover el esqueleto”, como solían decir, se ponían de acuerdo, dos de esos locales no funcionaban, pero si todos querían captar a los danzarines del pueblo, abrían sus puertas los cuatro. Claro, el pueblo no daba para tanto y era una fija que alguno de ellos fracasaría esa noche. En la tarde empezaban los mandados para preguntarles a los amigos de mis padres a dónde irían a bailar. Según fuera la respuesta se organizaban los grupos para ir juntos al baile. Si el elegido era el “Bambi Ritmo” quedaba a un par de cuadras de casa, si en cambio el preferido era el “Recreo La Costanera” hablábamos de seis o siete cuadras y por su ubicación, la música de los grupos que tocaban se escuchaba desde el centro del pueblo. Estaba en alto y como Andalgalá estaba al pie de la montaña, por esas cuestiones del sonido, cuando bailaba La Costanera, bailaba el pueblo toda la noche, porque los bailes duraban hasta que salía el sol. Pero había más opciones, porque se podía ir a Chaquiago, a unos cuatro kilómetros y si esa idea no convencía estaba la posibilidad del “Malli Bar”. Todos tenían en común el alisado de cemento como pista de baile y ese ruidito característico de arena bajo la suela de los zapatos. Pero no había cemento que evitara que en unos minutos, cualquiera de los bailables se convirtiera en una polvareda. El chic chic del paso doble era el más fácil de distinguir. Todos tenían su fuerte, porque si se trataba del carnaval, La Costanera era el lugar ideal para la fiesta, pero si en cambio el ritmo del sábado lo ponían Katunga y Jorge Arduh, “el fantasista del teclado”, el lugar era Bambi Ritmo. Katunga era un exponente reconocido de los ritmos más populares, en cambio Jorge Arduh era el hombre del tango que llegaba desde Córdoba en gira por todos los pueblos de Catamarca. La llegada del “fantasista del teclado” era uno de los acontecimientos que más revuelo causaba en el pueblo, después del desfile por el cumpleaños de Andalgalá y de las carreras de bicicleta que convocaban a cientos de seguidores. Un viejo pero impecable colectivo celeste era el símbolo de la llegada del pianista tanguero que deslumbraba a todos cuando al comenzar su actuación hacía gala de una impecable ejecución de La Cumparsita. Aplausos y más aplausos para dar rienda suelta a los tangueros en la pista que quedaba chica de tantos bailarines que se mezclaban en las noches de los sábados. Jorge Arduh era sin dudas el elegido del pueblo, el hombre que opacaba todo lo que pudiera hacerse en la localidad en esa noche, hasta les quitaba brillo a los casamientos. A tal punto que aquel que quería su boda, primero averiguaba si en la fecha elegida estaba Arduh en el pueblo. Si era así, rápido se cambiaba la fecha. Katunga era quien una vez que el fantasista del teclado no daba más, asumía el rol de divertir a la gente y le daba a otra música hasta que no quedaban bailarines en pie. En fin, esos bailes estaban cargados de aroma a familia y eran una verdadera fiesta, de esas que quedan pocas.

jorge vergara jvergara@rionegro.com.ar

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