Bajas sin combatir e intento del oficial inglés
Apenas creada la Fronteriza echó a uno de sus jefes por embriaguez, tardó 4 meses en ponerse en campaña y otros 6 para atacar a los bandoleros. Su ineficacia motivó al teniente Stewart, inglés, a ofrecerse a las filas.
ucedió el 24 de abril de 1911 en el improvisado y transitorio cuartel en Trelew de la flamante Policía Fronteriza del Chubut que comandó el mayor Mateo Gebhard con tres oficiales que, como su jefe, no eran ejemplos de autoridad y disciplina para el temible escuadrón de 56 uniformados que inscribiría un escandaloso historial patagónico.
Aquel lunes de otoño, uno de los jefes, el subteniente José I. Canavez ó Canaves, le pidió dos pesos al entonces sargento 1° Jesús Blanco para comprarle remedios a su asistente enfermo, el soldado Joaquín Cemesal.
Blanco sacó con desgano dos pesos de su bolsillo. Es que tenía un sueldo miserable hasta que ascendió a subteniente (con 160 pesos) y comandaría la patrulla que abatió a los bandidos norteamericanos Evans y Wilson el 9 de diciembre de ese mismo año en Río Pico. Fue premiado y homenajeado pero finalmente acusado de varios delitos y exonerado.
Pero para ese frío otoño Canavez no solo volvió muy tarde al cuartel sin los remedios y para colmo ebrio, sino que se puso «a bailar con los soldados en la cuadra». Algo grave después de haber cumplido 8 días de arresto porque Gebhard ya lo había encontrado de uniforme y alcoholizado en un «despacho de bebidas y semiprostíbulo». Así aquel incorregible coronó en menos de un mes su vertiginoso prontuario en la Fronteriza con dos transgresiones más, cuatro en total sin que aún el batalló hubiera marchado a la campaña.
El mayor pidió la exoneración en nota girada a Rawson al gobernador Alejandro Maíz para que telegrafiara al ministro del Interior. Gebhard no lo pidió directamente porque Canavez era un reclutado en el mismo Chubut (el 10 de marzo).
En el expediente territorial 488 el gobernador suspendió a Canavez y fundamentó al ministro Indalecio Gómez el pedido de baja -nota reservada 1425 del 28 de abril- que suscribió junto al secretario Manuel Pastor y Montes. Este último era el mismo juez letrado de Neuquén en 1901 que disputó en Chos Malal con el gobernador Lisandro Olmos acusándolo en un denso memorial que presentó en Buenos Aires denunciando las tropelías. Ese mamotreto que, impreso inundó los despachos oficiales, determinó la caída de «el coronel», como llamaban al gobernante. Desde el 2 de abril Gebhard proponía para subcomisario de la Fronteriza a Eufemio Pallarés. Para entonces hacía 3 días que en Corcovado, los mismos norteamericanos que cometieron el asalto y crimen de Arroyo Pescado, habían secuestrado al acaudalado estanciero Román Lucio Ramos Otero, aunque la noticia de la desaparición recién se conoció en Buenos Aires en la tarde del 6 de abril ignorándose quiénes eran los autores y cuáles las circunstancias del episodio.
Más de lo mismo
Para el 4 de mayo el gobernador Maíz y Pastor y Montes propusieron al ministro del Interior reemplazar Canavez con Eufemio Pallarés, hasta entonces a cargo del destacamento policial de Epuyén. La propuesta formó el expediente 2443 – 1911 (hoy en el A.G.N) y el 24 de mayo el presidente Roque Sáenz Peña suscribió con su ministro la exoneración y el reemplazo de pedidos.
Como se necesitaba otro subcomisario, Maíz afectó a la Fronteriza al subcomisario Francisco Benjamín Dreyer con sede en Tecka, ad honórem durante un año hasta que se lo oficializó a fines de 1910 al cubrir así la vacante presupuestaria por renuncia de Enrique. E. Bowman (expediente 5742, legajo 19 de 1910). Bowman era quien cinco años después suscribiría en Gan Gan -el 1° de abril de 1915- el acta de defunción de la asesinada «bandolera inglesa» (Elena Greenhill).
La incorporación de Dreyer a la Fronteriza -un simple pase- está firmada por el Jefe de Policía del Chubut Justo Alsúa, un entrerriano desposado con Myfanwy Humphreys, nada menos que hermana del cuestionado comisario Eduardo Humphreys, exonerado por el presidente Quintana en 1905 al entenderse que encubrió a los norteamericanos de Cholila, reintegrado y nuevamente alejado de sus funciones tras su bochornosa actuación tras el asesinato del ingeniero LLwyd Ap Iwan. Una actuación también vergonzosa tendría Dreyer durante la desaparición de Ramos Otero y terminaría defenestrado después de los sumarios. Pallarés, por su lado, que estará en la patrulla del ya subteniente Jesús Blanco cuando dio el «combate» de Río Pico, terminará por renunciar. Pero se resolvería exonerarlo «por abandono de la comisión que se le confió de carácter delicada, y también haber abandonado su puesto». Así se dispuso el 20 de abril de 1912 en el expediente 2897, legajo 13 -M° de Interior (Archivo Gral. de la Nación). La Fronteriza de Chubut, costosa, lenta, brutal pero ineficaz, demoró más de 4 meses desde su creación hasta se acercó con medio centenar de fusileros de a caballo hasta las cordilleras donde merodeaban sólo tres bandidos, los norteamericanos Evans y Wilson y el hijo de galeses Mansel Gibbon. Necesitó otros seis meses para abatirlos.
Los amagues de un plan
El fracaso de la policía de Santa Cruz en la persecución de los asaltantes del Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos y la zona liberada que el comisario Humphreys mantuvo para que los bandidos fugaran a Chile, además de constituir la causal de la baja del comisario, motivó la preocupación de las policías de la región, de manera que a 8 meses del asalto -exactamente el 11 de octubre de 1905- se reunió en Buenos Aires la pomposamente llamada Conferencia Internacional de Policías que presidió el jefe de la de la ciudad de Buenos Aires, Rosendo M. Fraga, aquel militar que había advertido al presidente Quintana del golpe Radical que fracasó ese año (en 1906 Fraga consiguió el generalato).
Hubiera sido ideal que interviniera el jefe policial anterior, el espadachín puntano Dr. Francisco J. Beazley que había mantenido sabrosas conversaciones con el agente Pinkerton, sobre un cambio en la fórmula de los prontuarios y en la metodología de bandidos yanquis, de lo que estuvo al tanto el comisario José Gregorio Rossi, también presente en la convo
catoria.
Pero en la reunión policial lucieron otras estrellas. Por la bonaerense estuvo nada menos que Juan Vucetich, en ese momento jefe de identificaciones en La Plata y otros colegas de la región sudamericana. Por ejemplo el Dr. Luis Manuel Rodríguez, Secretario de la Prefectura de la policía chilena, el médico policial Alejandro Saráchaga, jefe de la Oficina de Identificación de Montevideo y Félix Pacheco, Jefe de Identificaciones de Río de Janeiro.
La repercusión del cónclave alcanzó los diarios de la época, escritos de Antonio Ballvé y reseñas de Ramón Cortés Conde, pero se ciñó a los métodos de identificación y el canje de información en una época de fronteras frágiles, transportes escaso y lento, carencia comunicaciones y sin descartarse la formación de patrullas especiales fronterizas que, en realidad, era un tema mayor, necesitado de una decisión política.
Casi cinco más tarde, el 19 de febrero de 1910, es decir, cincuenta días después del asalto a Arroyo Pescado, el canciller Victorino de la Plaza (que el 12 de octubre siguiente asumía como vicepresidente de la República) le pasó al ministro del Interior Marco Avellaneda una nota trasladándole el telegrama que le había remitido el ministro argentino en Santiago de Chile, Lorenzo Anadón. Este embajador informaba haber pedido a su agregado militar -el gigantesco coronel Broquen- gestionara «la formación de una policía fronteriza reclamada desde hace algunos años con el objeto de garantir la vida y la propiedad de los territorios del Sud». También aludía la conveniencia de «un acuerdo internacional con Chile» (Expte. 725, Legajo 4, 1910, M° Interior – A.G.N.).
De Racedo al teniente inglés
El 7 de mayo, el ministro de Guerra Eduardo Racedo le informó a Avellaneda que el 31 de enero libró órdenes para el 3 de Caballería (San Martín de los Andes) a fin de que «ejerciera vigilancia en los boquetes de la Cordillera con el objeto de impedir el bandolerismo…». Pero Racedo admitió que no hubo traslado de tropas a la frontera de Río Negro y Chubut con Chile, porque era necesaria en su región (neuquina). Eso sí, el comando del regimiento vigilaba la frontera.
La vida seguía. A un año del crimen, no había consuelo para la viuda de Ap Iwan, pero sí nuevo gerente de la Compañía Mercantil en Arroyo Pescado: Cecil Mac Williams. También se puso allí un subcomisario, Carlos Callastegui, designado el 3 de febrero de 1911, según el Expte. 890, legajo 3 de ese año (A.G.N.).
La Patagonia era un territorio curioso. Charles Darwin, a quien con parcial imprecisión se le endilga haberla calificado de tierra maldita, llamó a Malvinas «islas miserables» y «malvados» a quienes acompañaban al oficial inglés allí destinado (1833). Pero allí comió asado con cuero de una vaca boleada por un gaucho argentino -Santiago- y vio mucho ganado salvaje. Curiosamente de los lanares isleños de décadas más tarde pronto poblaron Santa Cruz, y también de Malvinas llegaron algunos británicos, los Fenton, por ejemplo. La Patagonia se parecía a la tierra de nadie. No sólo los bóers habían poblado Chubut desde 1902-3 y en el Lácar un coronel de ese origen (Bresler) -que había dado batalla guerrillera a los ingleses en Sudáfrica- encabezó una colonia bóer, sino que en 1911 un inglés que los había combatido a ellos «durante cuatro años», ofreció alistarse en la desaliñada Policía Fronteriza de Chubut.
Resultó ser el ex teniente del ejército inglés Charles F. S. Stewart, egresado del Real Colegio Militar y desembarcado en Buenos Aires el 29 de marzo de 1908. Cuando se dirigió por carta al ministro del Interior en 1911 ofreciéndose para integrar la Policía Fronteriza de Chubut (Expte. 4967, legajo 19, A.G.N.) tenía 26 años y la convicción de que «me empeñaré en extinguir a los bandoleros norteamericanos y chilenos que infestan (sic) ese territorio, el cual conozco muy bien y enseñaré al personal a mis órdenes en el manejo de las armas, el cual conozco a fondo». Ofreció los documentos que lo acreditaban, pero nunca fue aceptado.
(Continuará)
Francisco N. Juárez
fnjuarez@sion.com
ucedió el 24 de abril de 1911 en el improvisado y transitorio cuartel en Trelew de la flamante Policía Fronteriza del Chubut que comandó el mayor Mateo Gebhard con tres oficiales que, como su jefe, no eran ejemplos de autoridad y disciplina para el temible escuadrón de 56 uniformados que inscribiría un escandaloso historial patagónico.
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