Una casa con huerta en Bariloche, el último paso hacia la libertad

Seis internos que mostraron buena conducta en el Penal Nº 3 cumplen el tramo final de su condena en la llamada casa de preegreso, de dos plantas, ocho cuartos y un invernadero donde se capacitan y producen las hortalizas que consumen.

En un patio despoblado de verde, donde los habitantes de la enorme casa salen a despejarse y tomar aire, el invernadero se destaca. Detrás del nailon transparente de 40 metros cuadrados se abre un mundo cálido y lleno de vida, donde el progreso –al igual que el del puñado de hombres que lo mantienen- se puede palpar cada día.

En una casa de dos plantas, con ocho cuartos, un amplio salón que oficia de sala de juegos con una mesa de ping-pong siempre lista para disputar un partido, una pequeña cocina y algo de humo producto de los cigarrillos que consumen los habitantes en su interior, viven hoy seis hombres que están a poco tiempo de salir en libertad, luego de cumplir una condena en el Penal Nº 3.

La llamada casa de preegreso fue habilitada dos años atrás como respuesta del Estado a una orden judicial para mejorar las condiciones de encierro de las personas privadas de su libertad en Bariloche.

No es el ideal –que sería contar con un nuevo edificio para toda la población y un sector con mayores libertades para quienes avanzan en el proceso de la condena– pero es lo que los recursos del Estado permitieron.

Por eso quienes llegan a este espacio deben valorar la confianza otorgada que les permitirá dar un salto cualitativo del estar encerrado al salir en libertad y llegar a esa instancia en condiciones mejores, con un cuarto individual, con privacidad, con espacios libres y sin horarios, y con una convivencia pacífica con otros internos y con el único guardiacárcel que pasa 24 horas con ellos. Quienes incumplen con esas reglas básicas, son regresados al Penal.

“El lugar nos ayudó, estamos a un paso de la calle y todo el conocimiento que tomemos ayuda”, dice Reinaldo Figueroa, un hombre que lleva 11 años en distintos penales y que observa que en esta casa de preegreso “nos dan una confianza que no hay que traicionar”.

Como parte de las anécdotas cuentan los internos que al principio se reunían todos en la cocina, que es de pequeñas proporciones. “Estábamos todos amontonados teniendo un salón grande, te despertabas y te quedabas en la cama pensando que tenías que esperar que te avisen que podías bajar al salón como en el Penal, donde hay horarios para salir al pabellón”, contó uno de los hombres ya habituado al cambio y a la luz natural que dejan entrar los enormes ventanales de la sala.

Brian Torres es otro de los detenidos que valora este espacio. Lleva 4 años preso, está con salidas transitorias para trabajar y posiblemente cuando esta nota se publique esté en libertad. “Todas las cosas que tenemos las hacemos, hay que hacer algo para aprender y para pasar el tiempo, no solo para nosotros sino para los que lleguen”, opinó este joven entusiasta que ideó en una porción del patio un improvisado gimnasio y una cancha de fútbol tenis.

Reinaldo y Brian, junto a otros compañeros que prefirieron no ser identificados en esta nota, adoptaron como propio el proyecto de sostener una huerta todo el año y generar las verduras y hortalizas que ellos mismos consumen, e incluso llegan a reunir una mayor producción que les permite darle a sus familiares cuando vienen de visita.

La huerta es hoy casi la única instancia de capacitación y formación que reciben estos presos. A pesar de que el juez de Ejecución Penal, Martín Arroyo, convocó a varias instituciones dos años atrás, solo la Secretaría de Agricultura Familiar dependiente del gobierno Nacional presentó su proyecto y lo sostuvo en el tiempo. Otros organismos prometieron un plan de formación pero nunca regresaron.

El impulsor

Lighuen Castillo, un técnico de Agricultura Familiar y estudiante de Antropología es el motor de este proyecto.

Todos los miércoles concurre a la casa de preegreso y luego de la charla y los mates de rigor, se inserta en el invernadero junto a los internos para mostrarles las técnicas y los secretos de la huerta, desde la preparación de la tierra, la siembra, la generación de plantines, el riego, entre otros detalles que hicieron que prosperaran en este espacio de 40 m² una producción importante de lechuga morada y mantecosa, habas, tomates, repollos, zapallos, acelga y aromáticas.

La participación de los internos en esta actividad les permite la reducción de los plazos para llegar a beneficios en su condena por “estímulo educativo”: se le restan meses al proceso y pueden salir antes de manera transitoria o con otro beneficio. Pero más allá del incentivo, todos los habitantes de esta casa terminan involucrándose por el efecto contagio de un compañero y por mantener activo el cuerpo y la mente.

Cada uno tiene roles en este grupo. Uno de los más antiguos en la casa, silencioso y de perfil bajo, es el encargado del riego. Lo hace temprano y al caer el sol, pero siempre constante.

Otros muestran con orgullo la producción y hasta piensan que podrían tener su propia huerta cuando salgan. También tienen gallinas ponedoras y piensan sumar la cría de pollos para poder comercializarlos y ganar unos pesos que sirven a la economía de su familia.

“Acá producimos lo que necesitaría una familia tipo para todo el año, es un centro demostrativo que es un desafío para todos porque el grupo se renueva constantemente ya que es una casa a la que llegan quienes están por salir en libertad”, señala Lighuen Castillo, el impulsor de la huerta que ahora proyecta realizar un taller para fabricar estufas rusas de tambor y poder colocar una de ellas en el invernadero para extender el tiempo de producción.

Por ahora, en el invernadero se dieron dos temporadas productivas entre agosto y marzo.

La superficie

Un solo guardiacárcel los acompaña las 24 horas, en una experiencia que apunta a la autodisciplina y mejorar las condiciones de encierro.

“Estamos a un paso de la calle y todo el conocimiento que tomemos ayuda. Nos dan una confianza que no hay que traicionar”.

Reinaldo Figueroa lleva 11 años en distintos penales y trabaja duro en la huerta.

“Todas las cosas que tenemos las hacemos, hay que hacer algo para aprender, para nosotros y para los que lleguen”.

Brian Torres también tomó la huerta como algo propio. Improvisó un gimnasio.

“Producimos lo que necesitaría una familia tipo para todo el año, es un centro demostrativo que es un desafío para todos…”.

Lighuen Castillo, motor del proyecto, aspira ahora a montar un taller.

Un espacio abierto para

presos que muestren avances

“La casa de preegreso es parte de un régimen abierto basado en la autodisciplina”, explicó el juez de Ejecución Penal Martín Arroyo, quien promovió a fines de 2015 este espacio que instrumentó el Servicio Penitenciario Provincial.

La idea es que a esta casa lleguen –según disponga el Servicio Penitenciario, en la selección no interviene el juez– los internos que demuestren avances, superen etapas y quienes estén listos (por el plazo de la condena y por la buena conducta) para adquirir mayores libertades en el Penal.

“Es un espacio abierto para la última etapa de la condena y para quienes se hacen merecedores de estar con menor control”, sintetizó el magistrado.

Por otro lado, remarcó que en este ámbito de convivencia “no puede haber conflicto y no puede ser la violencia motivo de conflicto”.

La autodisciplina es la premisa para permanecer en este espacio y para el juez Arroyo es “un avance importante” mantener la casa de preegreso para la cual espera que otros organismos nacionales o provinciales ofrezcan capacitaciones para generar instancias educativas y de formación a los detenidos que están próximos a regresar al mundo libre.

Datos

40
metros cuadrados ocupa la huerta. Hay lechuga, habas, tomates, repollos, zapallos, acelga y aromáticas.
Un solo guardiacárcel los acompaña las 24 horas, en una experiencia que apunta a la autodisciplina y mejorar las condiciones de encierro.
“Estamos a un paso de la calle y todo el conocimiento que tomemos ayuda. Nos dan una confianza que no hay que traicionar”.
“Todas las cosas que tenemos las hacemos, hay que hacer algo para aprender, para nosotros y para los que lleguen”.
“Producimos lo que necesitaría una familia tipo para todo el año, es un centro demostrativo que es un desafío para todos…”.

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