Benoit, el francés que llegó para ayudar

Se recibió de ingeniero en su país y largó todo. Pensó en ayudar y eligió la región. Ahora busca mejorar los hábitos alimentarios en la Línea Sur.

por: ADRIAN ARDEN

adrianarden@rionegro.com.ar

FOTOS: CESAR IZZA

fotoizza@yahoo.com.ar

Los dos metros de altura del francés se estiran si lo único que hay de fondo es cielo azul y meseta marrón. En esa inmensidad se siente seguro y disfruta con una sonrisa que le cubre la cara. Estira la mano, saluda y el gesto lo describe de cuerpo entero: el tipo es simpático. Decidido. Inquieto. Y lo es todo el tiempo. Ahora recorre el campo, soporta el viento sin quejas y sorprende con el tonito argentinizado. «Me re gusta la vida acá, aunque a veces extraño mi país. Hasta ahora no he podido volver porque no me alcanza la guita», se lamenta. A pocos metros alguien apila un par de ladrillos y espera instrucciones. Benoit Andrieu se toma unos segundos de descanso y repasa su historia. Hace dos años, a los 23, se recibió de ingeniero agrónomo en Francia y tomó la gran decisión. Abandonó el trabajo seguro en el campo familiar y cayó en la tentación: la pobreza en el Tercer Mundo. Las ganas de cambiar las cosas. El drama de la Argentina. Las carencias en la Patagonia. Una sucesión de ideas que empezó como un deseo y terminó en un proyecto que le transformó la vida. Para siempre.

Todo empezó en 2004. Por unos amigos sudamericanos supo de la labor que realiza la Fundación Cruzada Patagónica, una institución solidaria de Junín de los Andes, y se contactó con ellos para ofrecerse como voluntario ad honorem. Unos meses después estaba colaborando en la escuela de la organización y luego quedó al frente del proyecto que por estos días le roba todo el tiempo: la creación de viveros de adobe en la Línea Sur rionegrina. Construcciones modestas pero resistentes para cosechar frutas y verduras en una zona en la que el alimento más importante es la carne. Sólo la carne. Todo el tiempo. El primer objetivo: facilitar el acceso de los pobladores a nuevos alimentos y mejorar su dieta. El segundo: sentirse útil. Hacer la diferencia. ¿Querer cambiar el mundo? Por lo menos, intentarlo.

Estamos en el campo de Ricardo Chagumil, a un par de kilómetros de Aguada Guzmán (a otros 170 de Roca), y el riesgo es caer en el lugar común. Ok. Hay viento, frío, tierra y distancias interminables. Pero ya no vale sorprenderse. Al fin de cuentas estamos en la Patagonia. Ricardo es el propietario de todo esto y también ocupa su vida como albañil.

Hace un par de meses aceptó la propuesta y eligió un rinconcito entre tanta infinidad para armar el vivero. Ahora está cada vez más cerca de verlo hecho realidad: «Esto para nosotros es de mucha ayuda. Es que la única forma de acceder a las verduras es cuando vamos a los campos y acá sólo llegan las papas y la cebolla…casi nada más», dice y cede la palabra. «En realidad es una idea que la vamos pro

bando y mejorando en el día a día. Acá es muy difícil por el tema del viento, que nos vuela los techos…y además está el problema de los costos, por eso el adobe, que es barato y lo hacemos directamente acá. Sólo dependemos de nuestro trabajo», agrega Benoit.

Cuando se fue de Francia dejó atrás a un hermano enojado y a unos padres preocupados. Con esos miedos, más los suyos, llegó al país. «Al principio estaba muy solo y no me sentía útil. Si bien la gente fue amable conmigo siempre, la pasaba mal. Después surgió esto y ahora todo cambió, siento que estoy haciendo lo que me propuse cuando salí de Francia».

La residencia oficial de Benoit es en Junín. Allí duerme en una casita que le cedió la Fundación, come en compañía de los estudiantes de un colegio y pasa sus días hasta que le toca salir al campo. Y cuando eso ocurre duerme y come en las casas de los campesinos que al principio lo miraban con desconfianza y hoy se ofenden si se marcha rápido. «La gente acá es muy simpática y entendieron rápidamente nuestra idea…saben que es por su propio beneficio, es la forma que tenemos de aumentar el período de producción por el tema de las heladas, en zonas como estas tienen heladas hasta en diciembre y otra vez a partir de abril y así todas las verduras se hielan. Así que ellos pasan de tener dos o tres meses de producción a tener seis u ocho. Están comiendo sólo carne durante todo el año y eso no es muy saludable. Cordero, más cordero, un chivo y un pollo a veces. Lo que nosotros proponemos son invernaderos familiares y la superficie cultivable es sólo para una familia», dice.

En poco tiempo Benoit deberá despedirse y volver a su país. El proyecto que lo trajo por estas tierras tiene dos años de duración y una vida de utilidad. Incluso para él mismo. «Ahora puedo decir que valió la pena, yo estoy cambiando muchísimo, estoy abriendo la mente, mejorando como persona y profesionalmente», dice y remata: «Ojalá esto les sirva también a ellos, a veces los veo que están tan solos, que el gobierno no los ayuda, que no tienen subsidios ni nada parecido, que si no lo hacen ellos nadie viene a ayudarlos, alguien debería hacer algo, se trata de cuidar la salud de estas personas, es algo importantísimo». El dueño del campo mira y aprueba. Y sigue trabajando. Ya no se queja porque lo sabe. Aguada Guzmán está en Argentina y por aquí las dialécticas suelen ser engañosas: trabajo o bienestar. Progreso o salud. Benoit y Ricardo lo saben muy bien.

TEXTUAL

Un nuevo lugar en el mundo

Las distancias en el sur del mundo: «A mí lo que todavía me sigue sorprendiendo acá son las distancias, enormes. La anécdota que siempre cuento es que en la primera semana que yo estaba acá un compañero fue desde Junín de los Andes a Cutral Co a buscar 800 kilos de alimentos. Hicimos 600 kilómetros para buscar comida….Yo tengo en Francia un campo y lo máximo que hacemos son tres kilómetros para lo mismo, ¿entendés?. Allá no existen las distancias. A mí me costó meterme mucho en las dimensiones de acá, supongo que cuando vuelva me va a parecer todo muy chiquito».

El factor humano. «Me gusta el trabajo que hago porque no es sólo técnico, hay una dimensión mucho mas humana que no conocía y que me en verdad gusta mucho. Trabajo con Ricardo y no sólo se trata de llegar y decirle cómo hacer el invernadero, cómo sembrar, sino que hay una parte que tiene que ver con las charlas, con saber cómo transmitir las cosas, que él se anime a producir…y eso allá no lo encontrás. Creo que si no hubiese estado esa parte humana no sé si hubiera aguantado tanto extrañar a mi familia y estar tan solo».

La familia, allá lejos. «Cuando le dije a mi hermano él no lo entendió y estuvo un tiempo enojado. Ahora lo acepta, pero sigue sin entenderlo demasiado. Mis padres, en cambio, siempre me apoyaron. Yo sé que ellos están orgullosos de lo que hago y si llegué a tomar esta decisión es por seguir un poco las ideas de ellos, ¿no?. Extraño mucho los fines de semana o cuando algo va mal…es cuando estoy más frágil, cuando todo te toca más..o en las fiestas, en los cumpleaños».

 


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