Berlín de 1945; Argentina del 2010

Redacción

Por Redacción

Bruno Ganz dice que es la escena mejor lograda de su película “La caída”. Sucede a finales de abril del ’45. Lugar: Berlín, desfigurada por la artillería soviética. – Mi Führer, tiene que salir de aquí. Hay que tomar contacto con los americanos. Es la hora de la política– le dice a Hitler su hasta ese momento fiel Heinrich Himmler. Y levantando la mano llama a Walther Hewel, diplomático. – Mi Führer, es el momento de hacer política– ratifica éste. Hitler, responde: – Yo no hago política… háganla ustedes cuando yo no esté… Ahora aquí, en la Argentina, cuando se reflexiona sobre el kirchnerismo como ejercicio de poder, cabe concluir que a él tampoco le interesa hacer política. Desde su mentalidad binaria, lo que le importa es la aplicación de poder. No más. Vía la política Eduardo Duhalde llevó al kirchnerismo a la presidencia. Ésa fue la última relación que el kirchnerismo tuvo con la política como espacio no modelado a martillazos. Porque éste es el magma, el dictado fundador del sistema de decisión kirchnerista: modelar la realidad a martillazos. Jamás brindarle espacio no ya al mentado consenso que, como sentenció Margaret Thatcher, suele ser simple resignación de convicciones. Lo que el kirchnerismo no se permite jamás es una visión más amplia y creativa de la acción política que conlleve resignar el martillo. O sea, la política como guerra, que es diferente del remanido la guerra como prolongación de la política. La política como guerra exige considerar sí o sí la existencia de un enemigo al que hay que derrotar. La política se transforma entonces en instrumento bestial del poder. Ese hombre talentoso que fue Marco Denevi escribió que la política argentina está signada por sobrecarga de pasiones curialescas. Según esta visión –decía–, el poder debe siempre ejercerse respaldando a unos contra otros. Cuando se trata del peronismo en el gobierno, el poder siempre debe partir a la sociedad entre los suyos y los negreros de la oposición. Ese tipo de ejercicio de poder siempre trabaja “con melodías lineales, no con acordes armónicos”, remataba el autor de “Rosaura a la diez”. Es decir, la política concebida como instrumento de dominación. Pero claro, eso no es política. Y política es lo que no hace el kirchnerismo. Ahora, la caída de su poder.

OPINION

CARLOS TORRENGO (carlostorrengo@hotmail.com)


Bruno Ganz dice que es la escena mejor lograda de su película “La caída”. Sucede a finales de abril del ’45. Lugar: Berlín, desfigurada por la artillería soviética. – Mi Führer, tiene que salir de aquí. Hay que tomar contacto con los americanos. Es la hora de la política– le dice a Hitler su hasta ese momento fiel Heinrich Himmler. Y levantando la mano llama a Walther Hewel, diplomático. – Mi Führer, es el momento de hacer política– ratifica éste. Hitler, responde: – Yo no hago política... háganla ustedes cuando yo no esté... Ahora aquí, en la Argentina, cuando se reflexiona sobre el kirchnerismo como ejercicio de poder, cabe concluir que a él tampoco le interesa hacer política. Desde su mentalidad binaria, lo que le importa es la aplicación de poder. No más. Vía la política Eduardo Duhalde llevó al kirchnerismo a la presidencia. Ésa fue la última relación que el kirchnerismo tuvo con la política como espacio no modelado a martillazos. Porque éste es el magma, el dictado fundador del sistema de decisión kirchnerista: modelar la realidad a martillazos. Jamás brindarle espacio no ya al mentado consenso que, como sentenció Margaret Thatcher, suele ser simple resignación de convicciones. Lo que el kirchnerismo no se permite jamás es una visión más amplia y creativa de la acción política que conlleve resignar el martillo. O sea, la política como guerra, que es diferente del remanido la guerra como prolongación de la política. La política como guerra exige considerar sí o sí la existencia de un enemigo al que hay que derrotar. La política se transforma entonces en instrumento bestial del poder. Ese hombre talentoso que fue Marco Denevi escribió que la política argentina está signada por sobrecarga de pasiones curialescas. Según esta visión –decía–, el poder debe siempre ejercerse respaldando a unos contra otros. Cuando se trata del peronismo en el gobierno, el poder siempre debe partir a la sociedad entre los suyos y los negreros de la oposición. Ese tipo de ejercicio de poder siempre trabaja “con melodías lineales, no con acordes armónicos”, remataba el autor de “Rosaura a la diez”. Es decir, la política concebida como instrumento de dominación. Pero claro, eso no es política. Y política es lo que no hace el kirchnerismo. Ahora, la caída de su poder.

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