Bonanza en el agro norteamericano

EMILIO J. CáRDENAS (*)

Después de la grave crisis económica del 2008, la economía norteamericana –en general– está débil. Bastante anémica. Su agro, en cambio, está fuerte como pocas veces. Los precios del maíz, del algodón y de la soja, sumados a la intensa demanda asiática, son los responsables de la salud de que goza el sector. Tanto es así que el ingreso estimado del sector para este año será un 24% más alto que el del año pasado, previéndose que superará los 77 billones de dólares para alcanzar así el cuarto nivel más alto de toda la historia y el segundo de los últimos cinco años, superado sólo por lo sucedido en el 2008, antes de la crisis. Ocurre que el precio del algodón trepó de un año a otro un espectacular 86%, el de los cerdos un sólido 62% y el de la leche un 32%. En general los demás precios del agro también subieron, aunque más moderadamente. Ésta es una situación poco común, es cierto. Estamos claramente ante la etapa de bonanza del clásico ciclo de los precios agrícolas. No obstante, los precios de los productos del agro en el ámbito doméstico no impactarán tan duro en el debilitado consumidor norteamericano como lo hicieron en el 2008, cuando subieron un 5,5%. Se estima que este año la suba será –más bien– del orden del 1,5%. La contrapartida positiva de los precios altos es que el gobierno deberá pagar menos subsidios. Gastará menos, entonces. El producido de las exportaciones del sector agropecuario norteamericano subirá un 11% este año. Como consecuencia de la sequía que afectó a Rusia, las exportaciones de trigo serán, se espera, un 35% más altas que el año pasado. La cuarta parte de la soja norteamericana terminará presumiblemente en los mercados chinos. A su vez, la tercera parte del maíz del país del Norte se destinará a la producción de biocombustibles, subsidiada por el Estado. La sólida demanda mundial de alimentos, si bien está por debajo de la registrada en el 2008, cuando alcanzó los 115 billones de dólares, ha superado ampliamente la del año pasado, que estuvo por debajo de los 100 billones de dólares, nivel que será excedido ampliamente también este año. Como consecuencia directa de la situación descripta los agricultores norteamericanos han logrado reducir sus niveles de endeudamiento. Y mientras los precios de las viviendas urbanas caen, los de la tierra arable subieron un 8% de un año a otro. Patrimonialmente más sólidos y con un mejor flujo de caja, los agricultores han vuelto a requerir fertilizantes y herbicidas, insumos cuya utilización habían recortado sensiblemente en el pasado. También las inversiones en maquinaria agrícola han crecido y hay un evidente proceso de modernización del parque norteamericano, en general, que mejorará su productividad. Por el momento el sector agropecuario goza de bastante mejor salud que el resto de la economía, lo que no ha sido históricamente frecuente. El optimismo es generalizado en el agro que, confiado, contempla con alguna ilusión no sólo el corto plazo sino también el mediano, como ocurre en el resto del mundo con los países exportadores de productos del agro que saben aprovechar el fuerte “viento a favor”, casi un huracán. (*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas


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