Brasil destruye pobreza

En los últimos ocho años el vecino Brasil ha generado un nuevo milagro económico a la manera de lo sucedido en ese país en la década de los 60 del siglo pasado, pero de muy distinto contenido. Éste no ha sido tanto un milagro de crecimiento cuanto de distribución. Brasil no ha crecido, como China o la India, a tasas espectaculares del 8 ó 10% sino a una más modesta, aunque sostenida, del 4%. Pero una sociedad desigual, que históricamente fue la última en nuestra región en abolir la esclavitud, se ha vuelto significativamente más igualitaria. Ocurre que la distribución del ingreso ha mejorado mucho. Por esto, desde el 2003 unos 33 millones de brasileños se han incorporado a la clase media. Son la “nueva” y pujante clase media. De una población total de unos 190 millones de habitantes, hoy unos 105,5 millones viven mucho mejor. Tienen ingresos del orden de los 3.400 dólares mensuales. Pero, a diferencia de lo sucedido en la India, la “vieja” clase media no ha liderado la expansión y ha quedado algo debilitada en términos relativos. En los últimos diez años el ingreso del 50% más pobre de Brasil creció un espectacular 68% mientras que el del 10% más rico de la población lo hizo apenas un 10%, lo que tampoco está mal pero sugiere un cierto “achatamiento” de la pirámide de la riqueza. Hasta el ingreso de los analfabetos creció en la década pasada un significativo 37%. Empujada por estas cifras, la presidenta Dilma Rousseff se propone ahora sacar de la pobreza absoluta a otros 16 millones de personas. Para esto se instrumentan programas de ayuda social, pero atados a que los beneficiarios no se duerman en la indolencia sino que cumplan requisitos mínimos tales como el de asegurar la educación y la salubridad de los hijos. Para Brasil, entonces, es un gran momento en el que las aspiraciones de muchos ya no quedan necesariamente anestesiadas sino que les permiten avanzar y creer que su futuro y el de sus hijos será cada vez mejor. Los términos de intercambio tienen, allí como aquí, mucho que ver. Brasil, que ha aprovechado mucho mejor que nosotros el “viento a favor” que viene de Asia, nos ha desalojado del podio del “granero del mundo”. Exporta entonces más materias primas alimenticias que nosotros. Además, minerales. Y en materia energética ha tenido una política petrolera audaz que ha dado resultados muy exitosos que transformarán al país en uno de los mayores exportadores de hidrocarburos en la próxima década. De allí que el optimismo se haya apoderado de su sociedad en la que, de pronto, todo empieza a ser posible. Para celebrar. Pero, además, para imitar en todo lo bueno que el nuevo milagro brasileño tiene. Aunque lo cierto sea que la amenaza de una nueva recesión mundial puede –de pronto– golpear circunstancialmente a un país exitoso como Brasil. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional

GUSTAVO CHOPITEA (*)


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